La mayoría de las hambrunas que se dan en muchas zonas de la tierra tienen origen político.
Releyendo un libro sobre los orígenes de la Guerra Civil española se incidía en cómo una de las motivaciones de los sublevados era la de acabar con la “anarquía” imperante en la España de la época. Tal supuesta anarquía se caracterizaría, según el mismo autor, por la existencia de un alto grado de violencia política impulsada, eso sí, por el Gobierno republicano. No se discutirá aquí si son ciertas o no las afirmaciones del autor del libro, sino su oxímoron, pues parece un poco absurdo culpar a una situación de anárquica afirmando a continuación que es fruto de una decisión gubernamental. Pero este tipo de afirmaciones es muy frecuente y ha contribuido a lo largo del tiempo a la confusión de muchas personas al respecto de la verdadera naturaleza de la anarquía.
El imaginario popular coincide con la visión del autor del estudio sobre la Guerra Civil en el sentido de que la inmensa mayoría de la población identifica la anarquía con una situación de desórdenes, violencias de todo tipo y violación reiterada de los derechos de propiedad en un determinado territorio y en alguna etapa histórica. La literatura, el cine y más recientemente las series han contribuido a esta imagen de la anarquía entre nosotros, pues por suerte la mayor parte de la población actual de muchos países de la Tierra no tienen experiencia directa de situaciones de este tipo, y sus principales referencias son bien de ancianos que las han vivido o bien de fuentes secundarias. Novelas del tipo de La carretera de Cormac McCarthy, después llevada al cine, narran un futuro posapocalíptico en el cual el Estado y toda forma de orden público han desaparecido o no tienen presencia efectiva. Aquí se narran todo tipo de sevicias, violencia e incluso situaciones de canibalismo derivadas de la falta de orden. Pero quizá han sido películas del estilo de Mad Max las que más han contribuido a fijar en nuestras mentes la imagen de la anarquía. Violaciones en grupo, asesinatos caprichosos y feroces guerras por conseguir un poco de gasolina han quedado asociadas en nuestra mente a una situación de ausencia de un Estado efectivo que garantice la ley y el orden. También series como Walking Dead reflejan en cierta medida esta visión de un mundo despiadado como fruto del colapso de las instituciones encargadas de la seguridad. Pero conviene apostillar que esta serie tiene matices muy interesantes, pues llega incluso a describir la aparición (violenta, cómo no) de un rudimentario Estado en nombre de garantizar la seguridad contra los zombis agresores. Estos proto-Estados son también enormemente despiadados y operan con el miedo al agresor exterior, como los Estados convencionales, presumiendo de que la única forma de combatir al enemigo con eficacia es sometiéndose a la fuerza a un poder central. Por suerte, en la serie se nos muestra que hay innumerables formas de combatir a los zombis no menos exitosas y sin necesidad de ser sometidos a coerción. Este repaso no es exhaustivo, pero seguro que especialistas en cultura popular libertaria como Ignacio García Medina nos ofrecerán pronto elaboraciones más sistemáticas sobre la imagen popular de la anarquía.
Pero lo cierto es que tal imagen existe, y es la primera que viene a la cabeza a la inmensa mayoría de la gente cuando pensamos en anarquía. De hecho es muy difícil apartarse mentalmente de esta imagen y proponer en positivo un programa anarquista, pues la tenemos tan interiorizada que opera como una suerte de resorte mental. No creo que haya sido una creación deliberada y consciente, sino que responde tanto a los miedos más atávicos del ser humano (muerte o agresión violenta a manos de otro ser humano) como los más recientes. Así el imaginario de la anarquía incluye el temor de las clases medias con cierto nivel de vida a ser asaltadas, bien por hordas de bárbaros extranjeros bien por los propios desposeídos nativos agrupados en hordas que bajan desde sus superpoblados asentamientos hacia los barrios de clase media, para saquearlos y agredir a sus habitantes. Lo que sí han hecho, y con éxito, los propagandistas del Estado es lograr asociar estos temores con una situación en la cual el Estado se esfuma y aquel benéfico ente que nos protege ya no puede cumplir su función. La pregunta sería, y esto es lo que quiero discutir en este texto, si esta visión del mundo en anarquía es o no correcta, primero por discutir cuál es el comportamiento real de la población en este tipo de catástrofes, y segundo en qué medida este tipo de comportamientos, como en el ejemplo del principio, es un resultado de la intervención estatal más que de su ausencia. Existe una emergente literatura del desastre, tanto en la Escuela Austriaca como en la sociología y la política, que comienza a investigar y cuestionar las visiones populares del comportamiento humano en situaciones de calamidad, al tiempo que dentro de ellas se distingue entre aquellas en las que no se da intervención estatal, ni en su causa ni en la gestión de la misma. Varias son, por tanto, las consecuencias que se podrían obtener del estudio de catástrofes y calamidades.
La primera es que el Estado ha obtenido siempre provecho de las situaciones de calamidad y pánico. Uno de los pioneros de la sociología del desastre, Pitirim Sorokin, en sus ensayos sobre el hombre en tiempos de calamidad, apunta que la principal consecuencia de situaciones de ruptura de la estabilidad social, ya sea por causas naturales o por causas políticas, es la del incremento del poder del aparato estatal. En estas situaciones de desestructuración social los lazos orgánicos de la sociedad (familia, comunidad…) se ven seriamente dañados, y a los gobernantes les es más fácil regimentar las conductas de las personas al carecer de anclas sociales. Controles de precios, adulteración de la moneda, trabajos forzosos o imposiciones fiscales son mucho más fáciles de implementar en este tipo de situaciones que en condiciones ordinarias, y como es de suponer, los gobernantes aprovechan la oportunidad para instaurarlas. La sociedad en condiciones de desastre pierde su capacidad de resistencia, y la propaganda estatal asocia a un Gobierno fuerte y resolutivo la capacidad de afrontar satisfactoriamente el problema, algo que, como veremos, está muy lejos de estar demostrado. La historia nos muestra, en efecto, que las grandes catástrofes, guerras o plagas están asociadas a incrementos sustanciales del poder del Estado, que después nunca vuelven a sus niveles anteriores. Robert Higgs lo demuestra muy bien, aplicándolo a las guerras, en su Crisis and Leviathan. Visto esto, no es de extrañar que los Gobiernos (que copian y aprenden muchas de sus técnicas de dominación de otros Gobiernos o de la historia) hayan forzado deliberadamente situaciones de catástrofe para obtener rentas o poder. Las grandes hambres de Ucrania en los años 30, las hambrunas de Etipía o, como bien apunta Andrei Shleifer, los grandes desabastecimientos de bienes esenciales en el mundo socialista, serían ejemplos de cómo Gobiernos despiadados usan la catástrofe para conseguir dominar a las poblaciones.
La segunda conclusión a debatir se deriva de lo anteriormente expuesto, y es que los controles y coerciones gubernamentales no tienen por qué ser la mejor solución para afrontar una catástrofe, más bien al contrario, sólo pueden contribuir a agravarla. Es un sobreentendido habitual que en caso de catástrofe son necesarias medidas coercitivas en todos los ámbitos para salir de tal situación. La teoría económica aplicada a situaciones de crisis (por ejemplo la compilación de Chamlee-Wright y Storr, The Political Economy of Hurricane Katrina and Community Rebound) nos explica que las intervenciones que no funcionan en tiempos de normalidad tampoco van a funcionar en tiempos de penumbra. Es más, las intervenciones sólo conseguirán empeorar el desastre. Los controles de precios incrementarán, por un lado, el desabastecimiento y, por otro, dificultarán que lleguen recursos de otras zonas (los precios altos atraerán bienes de todas partes, mientras que los precios congelados no conseguirán animar su desplazamiento hacia las zonas afectadas). Las regulaciones impedirán a su vez desarrollar la inventiva necesaria para idear soluciones prácticas a problemas urgentes, ralentizando la toma de decisiones o promoviendo soluciones incorrectas. El caso del Katrina, por ejemplo, nos muestra que las decisiones estatales sólo contribuyeron a incrementar el caos y a mal asignar los recursos escasos. Si el mercado es el mejor sistema de asignación de recursos privados es absolutamente imprescindible mantenerlo en situaciones de alto riesgo, dado que la mala asignación tendría unas consecuencias mucho peores.
Tampoco el orden público se mantiene necesariamente mejor con medidas de emergencia, y de ser los agentes estatales los que lo mantuviesen, es frecuente que lo hagan por su propia cuenta y saltándose las cadenas de mando. Es conveniente recordar, como bien apunta Jane Jacobs en su Muerte y vida de las grandes ciudades, que el orden público en una ciudad es mantenido principalmente por la propia vigilancia de la población, con lo que las policías juegan un papel subsidiario. Lo que acontece en situaciones de catástrofe es que la población abandona los núcleos habitados y edificios, almacenes y viviendas quedan desprotegidos por sus dueños, por lo que el pillaje y el robo se facilitan mucho, como bien saben los delincuentes que presumen que no encontrarán resistencia a sus robos. Los ciudadanos, al confiar su protección a los agentes del Gobierno, no han podido prever este tipo de situaciones, de ahí que se produzcan casi inevitablemente delincuencia de ese tipo. Pero conviene recordar que estas situaciones se han producido siempre en situaciones en las cuales el Estado está presente, no ausente, por lo que por lo menos habría que discutir qué papel juegan los gobernantes y sus normas en esta ausencia de previsión. Recuerdo un reportaje reciente sobre la erupción de un volcán en Guatemala (publicado en El País no en una publicación anarquista) en el que se relata cómo los alojados en resorts privados pudieron abandonar la zona en orden gracias a la precaución de los gerentes de los hoteles, mientras que los que confiaron en la protección pública vieron sus propiedades arrasadas (y, en algunos casos desgraciados, sus vidas perdidas) por la ineficiencia de los agentes gubernamentales en actuar y el retraso en la toma de decisiones.
Y no hay que olvidar que muchas de estas situaciones catastróficas se deben a causas gubernamentales, del tipo de guerras o conflictos sociales. Muchos saqueos y situaciones de emergencia son fruto de decisiones deliberadas usadas como armas de guerra, o bien consecuencia indirecta de las mismas (es reciente el saqueo de Bagdad como secuela de la invasión de Irak). De hecho, a día de hoy, la mayoría de las hambrunas que se dan en muchas zonas de la tierra tienen origen político, como instrumento de dominación o de búsqueda de rentas por parte de Gobiernos despiadados.
Por último, sería pertinente destacar que en muchas de estas situaciones de “anarquía” la respuesta de las poblaciones no es necesariamente la de la guerra de todos contra todos. En estos contextos, aunque no es bien conocido ni se resalta habitualmente por los medios, pueden florecer innumerables formas de cooperación social, desde comedores colectivos a la cesión temporal de espacios para el realojamiento de las poblaciones afectadas, hasta el cuidado común de niños y ancianos. Si bien es cierto que pueden aflorar actitudes violentas entre la población, no es menos cierto que también en estas circunstancias pueden surgir los elementos más nobles del ser humano. Convendría investigar un poco más en el funcionamiento de las instituciones sociales en tiempos en los que el Estado desaparece y abandonar las visiones convencionales y distópicas de los escenarios posapocalípticos. Igual podríamos sorprendernos.
13 Comentarios
Creo que en el imaginario
Creo que en el imaginario colectivo sobre la anarquía hay que nombrar casi como fuente obligatoria a Los Simpsons. Podría parecer absurdo, pero al 90% de las casas de los países occidentales han llegado ideas a través de esta serie durante décadas. Todo el mundo sabe que la ficción no es una realidad, y más tratándose de una serie de animación, pero no sólo en nuestro inconsciente, sino que nuestra paleta imaginaria está totalmente colapsada por películas, series, noticiarios, etc. Y a veces, si no hacemos el ejercicio extra de imaginar por nosotros mismos basándonos en una basta información y conocimiento que no tenemos, nuestro cerebro encuentra la solución en ideas anteriormente presentadas, y en todas y cada una de las veces que esta serie en la que hay un atisbo de anarquía, los vecinos entablan una guerra y destrucción total entre ellos sin motivo más que la falta de arquía. Aunque sea una burla, es la única visión que hemos recibido de una sociedad anarquista, y como se dice » calumnia que algo queda».
Hobbes decía lo de que
Hobbes decía lo de que cualquiera es egoísta y malo por naturaleza, yo diría más bien que cualquiera tiene el poder de ser egoísta y malo a la vez.
Esta premisa (desde mi punto de vista al menos) me hace pensar que la anarquía no puede existir o al menos no duraría casi nada.
Hoy en día se está viendo que es inviable por ejemplo cuando se fomenta la competencia entre hombres y mujeres aderezandola de odio y demás.
Se podrían citar otros ejemplos que más que de ficción son de drama.
Esa premisa lo que te indica
Esa premisa lo que te indica es que tus gobernantes van a ser egoístas y malos, y por tanto la arquía nunca puede funcionar de esa forma idílica que tratan de vendernos (los buenos gobernantes que se sacrifican por el bien común). El único motivo por el que perdura es porque los que obedecen tienen miedo de la violencia de los que mandan.
En cambio si yo soy egoísta y malo pero no tengo ninguna legitimidad para ejercer la violencia sobre otros, mi egoísmo y maldad no afecta a quienes deciden que no quieren sufrirme.
Hoy en día se ve que la arquía es inviable cuando los gobernantes extraen recursos de la sociedad para fomentar la competencia entre hombres y mujeres, aderezándola con odio y demás. Hay miles de millones en juego, y miles de personas y asociaciones que dependen de esos dineros obtenidos con violencia.
Es claro como el agua «yo» .
Es claro como el agua «yo» . Pero si faked no ha aprendido con los treinta y tantos excelentes artículos ya publicados por Anxo Bastos sobre la anarquía, tampoco aprenderá de tu impecable acotación.
YO, perdona, no lo había
YO, perdona, no lo había leído. He dicho que «puede» ser egoísta y malo a la vez; no que esté predeterminado para ser esas dos cosas a la vez.
Creo que deberías de leer bien* lo que escribo.
El miedo no siempre está fundamentado. Mandar no es o no debería ser sinónimo de fastidiar.
Aunque obviamente lo que más puede abaratar costes es que cualquiera se mande así mismo.
La ilegitimidad no es lo que te impide ejercer la violencia.
Precisamente es lo que está siendo más viable; hoy en día cualquiera (o casi) puede hacer con su actitud una ‘arquía’.
Frases textuales de una mujer hacia mí estos últimos días: es que pones la TV y cuando no nos están violando, nos están matando.
. CESAR, otro maniático. Sé
. CESAR, otro maniático. Sé que eres otro de los que me tiene manía, pero macho… déjame en paz y no conspires contra mí.
Aunque seré yo que me lo imagino, no me lo tengas en cuenta.
Aclarar que la anarquía no es
Aclarar que la anarquía no es sinónimo de caos o de desorden o de ausencia de normas, sino simplemente de ausencia de poder político (más en concreto: gubernamental).
Aunque hay también quien creerá que el poder económico es una ‘arquía’ o que la criminalidad es anarquía.
Es lo que tiene el relativismo supongo…
Mira faked. Te obstinas en
Mira faked. Te obstinas en recordarnos que tu intelecto solo es superado por tu pompis, como bien dijera Berdonio. No se como aun no te ha «entrado» que Hobbes era a la libertad individual como Keynes al libre mercado. Ambos una lacra intelectual .
¿Porque en lugar de Hobbes no citas a Machiavello, su mentor de un siglo antes? A ver si te enteras y te queda; en realidad Hobbes sistematizó y llevó hasta sus últimas consecuencias la idea del positivismo y el poder absoluto sembrados por Maquiavelo un siglo antes.
La anarquía es el estado natural del hombre libre . Al ser esencialmente un ser social, el hombre es gregario, y tiende espontáneamente a colaborar con su prójimo por su propio interés: «No es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero que obtenemos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses» ¿Te suena Adam Smith?
Además de los numerosos ejemplos contundentes del profesor Bastos que las instituciones funcionan mejor sin la injerencia del burócrata regulador, te daré el ejemplo simple y brillante de Anthony de Jasay , que no dejan dudas que la sociedad funciona mucho mejor sin necesidad del látigo del Leviatan : ¿Quien te obliga a respetar el orden de llegada en la fila de entrada al teatro ? ¿Quién te obliga en un transporte público, ceder tu asiento a una persona mayor o discapacitada ? En estos casos solo nos mueve nuestra conciencia solidaria, ese sentido moral presente en nuestros genes, mucho antes que apareciera el diligente y sabio burócrata regulador llamado estado.
👍
👍
.CESAR, en los genes no sólo
.CESAR, en los genes no sólo está eso, no sé a qué te refieres entonces. En cuanto a lo de ser social, también, pero no cualquier asociación es buena para su supervivencia o sus vivencias.
No creo que colabores por propio interés siempre.
¿Me puedes explicar cómo conviven o coexisten más de 7.000 millones de personas en un mismo lugar (planeta Tierra) sin que exista ningún conflicto individual o económico en anarquía?
En cuanto al intelecto yo tan sólo son consciente de mis limitaciones, algo de lo que no suele ser consciente la mayoría porque no le interesa.
soy consciente de mis
soy consciente de mis limitaciones* sorry
Se apalea el árbol que da
Se apalea el árbol que da frutos, porque del estéril quien hace caso
“Anarquía” es una palabra
“Anarquía” es palabra maldita que el común de los mortales asocia, no por capricho, con el caos y el desorden. Paradójicamente, por sus connotaciones transgresoras del statu quo y la propiedad privada goza de mejor reputación entre izquierdistas, revolucionarios y otros bandoleros, mientras resulta radicalmente abominada por conservadores y gentes de bien. Y es que tradicionalmente toda clase de irregularidades y sobrevenidos desafueros ha sido percibido e identificado con la ausencia de un fuerte poder coactivo establecido, monopolizador de la agresión (convirtiéndola en sistemática y previsible). En efecto, siempre que acontecía una situación de inseguridad y desconcierto generalizado era sin duda porque nadie estaba al mando, asentándose el non sequitur de que, a la inversa, cuando nadie estuviera al mando (despótico) reinarían toda suerte de abusos y calamidades; sin comprender que no necesitamos matones monopólicos sino policías y jueces de mercado.
Por ello creo que la palabra “anarquía”, siendo de uso perfectamente válido entre estudiosos e iniciados, ha quedado irremediablemente viciada y estigmatizada para una difusión popular de las ideas libertarias. Es posible que avanzáramos más hacia la evolución libertaria (que no destructiva revolución) sustituyendo “anarquía” por “acriminalidad” o expresión semejante.
Los libertarios aspiramos a la acriminalidad absoluta. A liberarnos incluso de los criminales legalizados de los convencionales gobiernos coactivos.