Desde el principio* de la guerra entre Ucrania y Rusia, incluso antes de que empezara el conflicto, Estados Unidos, Gran Bretaña y, en menor medida, otros países occidentales han pertrechado a los ucranianos, no sólo de armas, sino que además les han enseñado tácticas y operativa que podían serles útiles ante las tropas rusas y sus predecibles movimientos. Y lo han hecho con relativo éxito. Aunque los rusos tienen en su poder muchos más soldados y armas que los ucranianos, la manera de usarlos no ha sido la adecuada para los objetivos marcados, mientras que los ucranianos, que han optado por una estrategia defensiva junto a contraataques localizados y contundentes, sí que han aprendido a hacer daño a los rusos, ralentizando su avance o haciéndoles retroceder, provocando innumerables bajas tanto en material como en soldados. Para ello han usado una variedad de material que va desde armas casi obsoletas, procedentes de su etapa soviética, hasta armas inteligentes y tecnologías avanzadas proporcionadas por occidente. Tal es el gasto de este último material que, el pasado 6 de mayo, el subsecretario de Defensa para Adquisiciones y Sostenimiento de los Estados Unidos, William A. LaPlante, planteaba que la necesidad de armas, municiones y otros pertrechos para los ucranianos está siendo mucho mayor de lo que se esperaba, “algo nunca antes visto” llegaba a decir, y que les está pasando lo mismo con otros aliados occidentales.
El material recibido no siempre ha sido el más adecuado; otras veces, era un excedente que estaba a punto de ser retirado, pero del que, de pronto, se podía sacar algo a cambio, aunque sólo fuera rédito político. Varios países de la OTAN o cercanos a ella han decidido venderlo y poner en marcha programas para sustituir aquello que está o empieza a estar obsoleto. Tal es el caso del carro alemán Gepard, muy elogiado en los medios de comunicación occidentales, pero bastante vetusto, ya que su diseño es de finales de los años 60 y que los alemanes tenían fuera de servicio y guardado en almacenes. Supongo que el ejército ucraniano se habrá sentido agradecido por una de las pocas medidas alemanas que no le perjudica.
No todo son gangas, lógicamente. Las necesidades de una guerra son muy variadas y Ucrania también está recibiendo material bélico de primera línea, material que proviene de las reservas que los países tienen para hacer frente a sus potenciales enemigos, reservas que se pueden adelgazar, pero sin traspasar ciertas líneas rojas, como parece que está ocurriendo con el misil Javelin. Este misil tiene una guía activa con sistema “dispara y olvídate”, capaz de atacar desde arriba a los tanques, la parte más débil. Otro misil de gran calidad es el NLAW, proporcionado por los británicos, no tan versátil como el estadounidense, pero con capacidad para atacar con ángulo descendente. Estos misiles tienen poca comparación con lanzacohetes, como el germano Panzerfaust 3 o el español Instalaza C-90, que tienen escaso alcance y penetración, una trayectoria recta y plana y que deja al lanzador en evidencia, pudiendo ser abatido.
El caso del armamento pesado es otro cantar. Para usar un lanzacohetes o un misil se necesita, relativamente, poca instrucción; a veces, basta con apuntar y apretar el gatillo, pero el material pesado requiere meses de formación y de experiencia para usar esos sistemas y sacarles algo de provecho, algo que se hace mucho más evidente para los tecnificados sistemas occidentales y no tanto para los rusos o soviéticos, más rudimentarios1. Es por ello por lo que se está poniendo énfasis en que los antiguos países miembros del Pacto de Varsovia entreguen sus armas a los ucranianos a cambio de material occidental más moderno, versátil y potente.
El “negocio” es redondo en varias facetas. Los ucranianos, los más necesitados en este asunto, logran sistemas que ya saben utilizar, ya que las armas de su ejército son mayoritariamente de este tipo, tras su secesión de la URSS, y no necesitan aprender a usarlos, además de lograr aumentar su parque de armas de manera casi inmediata. Para los donantes, es un gran negocio, ya que se deshacen de armas obsoletas y bastante deficientes a cambio de armas más modernas y eficientes gratis o a precio de ganga, que recibirían de Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países. Por poner un par de ejemplos, Polonia, República Checa, Bulgaria y otros países están entregando cazas Mig-29 a los ucranianos a cambio de F-16 y, en algunos casos, F-35; también sus obsoletos carros T-64 y T-72 están siendo sustituidos por modernos y potentes carros M-1A2 o Challenger 22.
Por último, en el caso de las potencias occidentales, sobre todo Estados Unidos y Reino Unido -que, una vez más, están siendo más listos que los europeos continentales-, logran un doble beneficio: desde el comienzo del conflicto, ambos países han sido decididos y rápidos en la ayuda3, aportando rápidamente material letal y de alta calidad, lo que les ha reportado el reconocimiento de Ucrania y de los países del Este, que los ven como socios más fiables y hacia los que se decantan en materia de seguridad. Por otra parte, al proporcionar armas a los vecinos de Ucrania a cambio de sus obsoletos tanques y aviones, ambos países se garantizan el futuro negocio de proporcionar piezas, mantenimiento y entrenamiento a las fuerzas armadas de dichos países, en detrimento de la industria armamentística europea y sus sueños de independencia en materia de seguridad.
Ucrania está aguantando en una guerra desigual gracias al sacrificio de sus soldados y civiles y al material que está recibiendo. Rusia es consciente de este último hecho y ya ha amenazado con atacar los envíos de material. El problema al que se enfrentaría Ucrania es que este flujo de armamento cesara, tanto el más avanzado tecnológicamente como el más sencillo, bien por una cuestión de carencia, aunque por suerte ya se están anunciado recompras y planes para incrementar la producción, bien porque las amenazas rusas se tornen en realidad.
La cuestión que se plantea es quién paga todo esto. Aunque Occidente pueda tener un deber moral apoyando a los ucranianos, no menos cierto es que donar o financiar las armas que usan los segundos a cargo de los impuestos que pagan los habitantes de los países occidentales es algo que puede empezar a cuestionarse cuando los efectos de la guerra se hagan más molestos y pase la primera fase de “entusiasmo” ciudadano4. Las guerras destruyen economías, sociedades y vidas humanas. Cuando termina una, el resultado es, en conjunto, mucho más pobre de lo que había antes. Es cierto que habrá gente que se haya enriquecido, pero será mucha más la que se haya empobrecido. Ucrania está recibiendo esta ayuda, pero no es gratis y cuando acabe este infierno y sus ciudadanos tengan que levantar un país en ruinas, también tendrán que pagar estas armas que están usando, por mucho que los occidentales lo quieran suavizar. Un peso que les lastrará. Por el contrario, si son los rusos los que terminan venciendo, serán los ciudadanos occidentales los que, con sus impuestos, hayan pagado este esfuerzo que no habrá servido para los objetivos marcados. Guste o no, un conflicto bélico afecta a muchas personas de distintas maneras y en sitios no necesariamente cercanos. Es por este efecto tan poderoso por lo que es bueno analizar y entender qué hay detrás de un conflicto bélico, su génesis, su desarrollo y su verdadero final y por qué no hay que caer en tópicos, prejuicios y mentiras que rondan en torno a él. Como vemos, esta guerra ya está cambiando los equilibrios de poder en la zona, está cambiando la confianza que algunos países han puesto en otros, está mostrando quién es un verdadero aliado y quién no, y esto también nos afectará, sobre todo a la vieja Europa, que está quedando para parque temático de turistas asiáticos.
[*El presente artículo ha sido escrito en colaboración con Rafael Illán Oviedo]
1 Estos sistemas más rudimentarios tienen, lógicamente, su mercado y no es precisamente escaso. En países en vías en desarrollo y del Tercer Mundo, donde formar a un soldado es demasiado caro para sus economías, interesa tener más material de este tipo, relativamente fácil de manejar, que el tecnológicamente avanzado occidental.
2 Si alguien duda aún de la superioridad de los carros occidentales pese a lo que se está viendo en Ucrania, vale la pena recordar la batalla de 73 Easting y sus resultados.
3 A diferencia de los timoratos germanos, tan dependientes del Osos ruso y, en general, de los europeos, tan dependientes de su Estado de Bienestar.
4 Resulta paradójico que las necesidades energéticas europeas sean las que financian al ejército ruso y que esta particularidad no sea tan evidente para los ciudadanos.
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