Pescadores del Cantábrico han protestado recientemente por las dificultades que atraviesa la pesca de anchoa. Un acuerdo con Francia repartió los derechos de captura y los españoles se sienten perjudicados, pues mientras ellos están observando una parada biológica ante los temores de que se esté sobreexplotando los caladeros del golfo de Vizcaya, los franceses no parecen sentir el mismo temor y salen a faenar. En consecuencia, salen perjudicados tanto los prudentes como la sociedad en general, que ve peligrar un recurso natural.
El mar y sus riquezas, al no pertenecer a nadie, están sometidos al problema denominado como tragedia de los comunes, que consiste en que nadie se hace responsable de la conservación de un recurso porque no pertenece a nadie. Este problema es fácilmente comprensible con un ejemplo. Es una protesta casi universal de profesores y maestros lo sucias que están las mesas de colegios e institutos, y una recriminación constante a los alumnos por no cuidarlos como cuidan sus propias casas: "seguro que no pintais las mesas de casa". La diferencia es que, en casa de cada uno, los beneficios (la satisfacción que pueda producir pintarrajear las mesas) y los costes (la insatisfacción de ver los muebles sucios y su limpieza) son asumidos por la misma unidad de decisión (la familia) y, generalmente, se decide que los costes son mayores que los beneficios. En cambio, en un centro público de enseñanza, los costes se reparten entre todos mientras que los beneficios siguen siendo individuales. En este caso, el individuo prudente que se reprime es el más perjudicado, pues sigue viendo las horribles pintadas de las demás sin tener la satisfacción de hacerlas él.
Lo mismo sucede generalmente en el mar y, más concretamente, entre pescadores de anchoa franceses y españoles. Al no haber propiedad privada sobre la pesquería, nadie tiene garantizado por sus acciones el poder seguir faenando a largo plazo pues depende de que los demás no capturen mientras tanto todo lo que puedan. Y si unos se reprimen en la captura de peces, para atenuar ese riesgo de sobreexplotación, otros se aprovechan capturando todo lo que puedan para maximizar sus beneficios a corto plazo, no teniendo incentivos para no hacerlo.
Para solucionar este problema nos encontramos con otro, el de la asignación de derechos de propiedad donde antes no los había. Ciertamente, para establecer la propiedad sobre la pesca, no basta con hacer parcelas, más que nada porque los peces tienden a no estarse quietos en el mismo sitio esperando a los pescadores. Ese mismo problema existía con el ganado y se solucionó marcando a fuego a las reses. Algo similar podría hacerse en la actualidad, salvando las distancias, empleando tecnología moderna del estilo de los radiosótopos, que podrían ser detectados desde satélites para determinar a quien pertenecen los peces antes de capturarlos.
Sn embargo, la solución que más se emplea consiste en hacer parcelas llamadas piscifactorías donde los propietarios cultivan el pescado. Así, mientras el total de las capturas se ha estancado en las últimas décadas, estimándose en 100 millones de toneladas anuales el máximo capturable en los océanos, el total de pescado obtenido de las piscifactorías ha crecido a buen ritmo, multiplicándose por seis de 1984 hasta 2003, superando el 30% del total de la producción de pescado. Y es que no hay nada mejor para aumentar la productividad que dejar actuar al mercado permitiendo la asignación de derechos de propiedad.
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