Roderick Long denomina anti-izquierdismo instintivo a la actitud, extendida entre los liberales, de rechazar de forma mecánica ciertas posiciones por estar tradicionalmente asociadas a la izquierda, al menos aquellas que no se derivan con facilidad de los principios liberales. En palabras de Long: “La infección del anti-izquierdismo instintivo –la costosa herencia de los liberales tras su prolongada alianza con los conservadores en contra de la genuina amenaza del socialismo de Estado– toma distintas formas en distintos sectores del movimiento liberal: indulgencia con el corporativismo aquí, indulgencia con el militarismo allí, indulgencia con el chauvinismo hombre-blanco-hetero allá”. El influjo del conservadurismo se observa también en la tendencia de algunos liberales de parcelar la libertad y poner el acento en los aspectos económicos relegando a un segundo plano las llamadas “libertades personales”.
La mayoría de liberales, como mínimo en España, son de ascendencia conservadora, y muchos entienden su paso del conservadurismo al liberalismo más como una evolución lógica que como un giro revolucionario. Eso explicaría su inclinación a coaligarse con la derecha y el origen de las secuelas que apuntábamos antes. Si bien no está fuera de lugar que un liberal se considere derechista (si por “derecha” concebimos algo completamente distinto a lo que se conoce hoy por “derecha”), los liberales no deberíamos permitir que un anti-izquierdismo mal entendido, este anti-izquierdismo instintivo al que aludía Long, nos restara autonomía y nos hiciera dependientes de la agenda de otros movimientos ideológicos.
Es peligroso pensar en el liberalismo como un negativo de lo que predica la izquierda y no como una filosofía política que extrae sus conclusiones exclusivamente de sus propios principios. No debemos posicionarnos como reacción a la izquierda porque entonces estaremos interiorizando sus errores y desechando irreflexivamente sus aciertos. No suavicemos la crítica a las grandes corporaciones cuando corresponde sólo porque sean el blanco preferido de la izquierda. El empresariado no es la minoría más perseguida de América, como decía Rand, sino uno de los colectivos más beneficiados por las prebendas estatales. No dejemos de entonar el “no a la guerra” porque lo coree también la izquierda. La guerra es la salud del Estado; la preservación de la libertad interior requiere una política aislacionista y para que avance la libertad en el extranjero es necesario que crucen las fronteras las mercancías y no los soldados. No tildemos de capitalista a Estados Unidos solo porque así lo cataloga la izquierda para atacarlo. A los liberales norteamericanos les asombraría saber que hay quien considera que en su país el mercado apenas está intervenido. No defendamos a Bush porque la izquierda le fustiga sin descanso. Fustiguémosle también, pero por socialista, por ser el presidente más pródigo con el dinero ajeno desde Lyndon Johnson y por seguir los pasos de Lincoln y no de Jefferson. No sacralicemos la nefasta Constitución Española o la unidad de España solo porque el PSOE y sus socios pretendan socavarlas. Tampoco el que la extrema izquierda tachara de ultraliberal la Constitución Europea era una razón para dejar de repudiarla por dirigista, y la secesión siempre ha estado estrechamente vinculada al liberalismo. No nos abstengamos de censurar al Partido Popular porque afirme ser “la oposición”. En este país no hay oposición al intervencionismo.
Es importante desarrollar los principios liberales prescindiendo de dónde vayan a situarnos las conclusiones en el equívoco eje izquierda-derecha. Los liberales no debemos ser un frontón que devuelve inerte las pelotas sino un púgil activo que golpea con todo su cuerpo y aprende de su contrincante, haciendo suyos los movimientos de éste cuando los juzga valiosos.
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