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Baldomero Espartero, pacificador y general del pueblo

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La Navidad de 1836 sería trascendental en la biografía de Espartero (1793-1879). Justo entonces nació su leyenda, al ganar por vez primera una popularidad que ya le acompañaría siempre. Luego, en el siglo XX, su nombre pasó de la adoración al olvido. Espartero, como casi todo el siglo XIX español, ha sido extirpado de la memoria histórica española. La Navidad de 1836 fue también inolvidable para Espartero, en lo personal, pues sufrió tremendos dolores por cálculos renales. Seguramente fue un cólico nefrítico, que le mantuvo en cama hasta el anochecer del 24 de diciembre, la Nochebuena de 1836.

Luchana

La Batalla de Luchana se conoce a grandes rasgos, está contada por Benito Pérez Galdós. El 24 de diciembre de 1836, las tropas del Ejército del Norte atacaron para romper el segundo asedio carlista de Bilbao. Al caer la noche, preocupado por el incierto curso de la batalla, contra el consejo de sus médicos y oficiales y pese a sus fuertes dolores, Espartero dejó el lecho, vistió su uniforme y marchó a primera línea en medio de una ventisca de nieve. Su llegada a la línea de fuego infundió a las tropas ánimos y rompieron de madrugada las líneas carlistas para entrar en Bilbao en las primeras horas del día de Navidad, el 25 de diciembre de 1836. La noticia de la liberación de Bilbao recorrió toda España.

Las Cortes Constituyentes, que preparaban la Constitución de 1837, declararon héroes a los defensores de Bilbao. La Reina Regente incorporó al escudo bilbaíno la rúbrica de “Villa Invicta” y Espartero fue Conde de Luchana. En Madrid, el Ayuntamiento acordó darle el nombre de Bilbao a una plaza en construcción y el de Luchana a una calle que partía de ella: las actuales Glorieta de Bilbao y calle Luchana de la capital. El dramaturgo logroñés Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873) compuso un drama que tuvo mucho éxito. La liberación de Bilbao era una gran victoria táctica y, sobre todo estratégica. Pues, tras Luchana el carlismo ya no pudo tomar a iniciativa, aunque aún tardaría tres años en ser vencido. El nombre de Espartero se hizo famoso en toda España.

Mas ¿quién era ese general, desconocido fuera del entorno militar, que había obtenido tan importante victoria?

De Granátula a Cádiz

Espartero fue el hijo menor de un modesto carretero de Granátula de Calatrava -actualmente en Ciudad Real-. Cursó sus primeros estudios en la entonces Universidad de Almagro, donde obtuvo el título de Bachiller en Artes y Filosofía. En 1808, fue uno más de los muchos que se presentaron como voluntarios nacionales surgidos por toda España para combatir a los franceses. Participó en varios hechos de armas y fue herido en la Batalla de Ocaña (1809), una de las más sangrientas derrotas del Ejército Español en aquella guerra. Recuperado, y en atención a sus estudios y a su valor en combate, se incorporó en 1810, a la Academia Militar creada en Cádiz para formar oficiales del ejército nacional.

En Cádiz frecuentó los debates constitucionales y fue uno de los muchos que, el 19 de marzo de 1812, vitorearon la proclamación de la Constitución gaditana, a la que siempre se sintió vinculado. A finales de 1813 recibió sus despachos de oficial, con la Guerra de la Independencia a punto de concluir. Preocupado por su recién iniciada carrera militar, se alistó voluntario, en el pequeño ejército de 10.000 hombres enviado por Fernando VII, al mando del General Morillo, para vencer al independentismo de los virreinatos americanos embarcando el 1 de febrero de 1815, hacia América.

También en América se puso el sol (1814-1824)

En la poco conocida gesta de los últimos defensores de España en las guerras de independencia americanas (1810-1824), Espartero merecería un capítulo especial. Llegado al Perú, desplegó sus dotes estratégicas y su valor personal, consiguiendo ascenso tras ascenso, de teniente a brigadier. Sería inacabable reseñar las muchas acciones en las que participó. En 1821, ya en el Trienio Liberal (1820-1823), las tropas leales del Perú depusieron al Virrey Pezuela, sustituido por el General la Serna, por acuerdo entre los jefes del ejército. A los rebeldes independentistas, les beneficiaron mucho los conflictos entre los españoles, en 1820 y en 1823.

En 1823, tras conocerse la reposición de Fernando VII como rey absoluto, el Virrey acordó enviar a España a un oficial para explicar la difícil situación del Perú y conseguir refuerzos. Misión de riesgo, pues el emisario podría ser ejecutado, ya que los mandos del Virreinato tuvieron el apoyo de los gobiernos del Trienio Liberal. El enviado fue Espartero, que partió para España en abril de 1824. Llegó a Madrid el 12 de octubre y le recibió Fernando VII. El rey le atendió con cordialidad y le confirmó sus ascensos y la confianza de la Corona en el Virrey la Serna. Pero no logró los refuerzos que tanto necesitaban los últimos defensores del Imperio en América.

Solo y sin refuerzos, reembarcó en Burdeos para América el 9 de mayo de 1824. Llegado a Quilca (Arequipa) el 5 de diciembre, fue detenido de inmediato por orden de Bolívar. Cuatro días después de su llegada, el 9 de diciembre de 1824, en la Batalla de Ayacucho, los españoles conocieron la derrota por última y definitiva vez. Se confirmó la independencia de los países nacientes de los cuatro virreinatos. Durante su prisión estuvo cerca de ser fusilado en más de una ocasión por instigación de Bolívar. Pero gracias a varias mediaciones sería al fin liberado y pudo regresar a España con un numeroso grupo de compañeros de armas y cautiverio.

Una buena boda

Una vez en España, Espartero fue destinado a Pamplona como comandante militar. En un viaje a la capital navarra de Jacinta Martínez de Sicilia, en 1826, Espartero la conoció y se enamoró. El noviazgo fue más breve que largo y culminó en boda el 13 de septiembre de 1827. Espartero tenía ya 34 años y su esposa era la heredera de una importante hacienda. El viaje de novios les llevó a París cuatro meses, retornando a Logroño en enero de 1828.  Espartero llegó a ser el vecino más famoso de la capital riojana, ciudad en la que tuvo casa hasta su muerte en 1879.

Su dama, Dª. Jacinta, poseía sin duda encanto. Lo constató en 1843 el embajador USA en Madrid, el escritor romántico Washington Irving (autor de Cuentos de la Alhambra), que intentó seducirla sin éxito. Hubo que advertirle de que tuviese cuidado, pues el general era muy diestro con la pistola y con la espada.

Defensa de la causa liberal (1836-1839)

La muerte de Fernando VII, el 29 de septiembre de 1833 provocó una crisis dinástica que lo fue también de régimen. En sus últimos años, el rey atenuó el despotismo, dando amnistías e indultos a exiliados liberales. En torno a D. Carlos, el hermano del rey, se fueron agrupando los absolutistas, esperando que D. Carlos accediese al trono, dada la mala salud del rey. El nacimiento de Isabel II, en 1830, agudizó las tensiones políticas en torno a la sucesión de Fernando. La crisis sucesoria sería así más pretexto que motivo para proseguir la lucha entre el antiguo régimen y la revolución. La Revolución Española, iniciada en 1808-1812, retomada en el Trienio Liberal (1820-1823), alcanzaría su apogeo entre 1833 y 1843, con la victoria en la Primera Guerra Carlista. Un decenio que llevaría a Espartero a ser sucesivamente Jefe del Ejército, Primer Ministro y hasta Jefe del Estado, como Regente.

1836, año de la Batalla de Luchana, fue prolijo en acontecimientos. Se aplicó la Desamortización de Mendizábal, quien sería cesado por la Reina Regente el 15 de mayo. Ésta ordenó a Istúriz formar un nuevo gobierno. Pero será derrocado el 12 de agosto, por el Motín de los Sargentos de La Granja. El 13 de agosto, la Regente destituyó a Istúriz y nombró Primer Ministro al progresista Calatrava, quien contó en su gobierno con Mendizábal, hombre fuerte del gabinete y Ministro de Hacienda. Y restableció la Constitución de 1812, derogando el Estatuto Real de 1834, con convocatoria de Cortes Constituyentes, que elaboraron la Constitución de 1837.

Espartero recibió en septiembre de 1836 el mando del Ejército del Norte y se centró en la guerra. Con su promoción al mando empezó a cambiar el signo de la contienda, como lo demostró la liberación de Bilbao de su segundo asedio. Al año siguiente, sin dejar el mando, fue jefe de gobierno por primera vez, entre el 18 de agosto y el 18 de octubre de 1837. Invitado a entrar en la política por los moderados y por los progresistas, se decantó finalmente por estos últimos. El final de la guerra carlista en 1839, con el Abrazo de Vergara, elevó su prestigio, se le empezó a denominar “El Pacificador”, y se convertía en uno de los principales líderes del progresismo.

Jefe del liberalismo progresista (1839- 1841)

General en Jefe del Ejército y comandante de la Milicia Nacional, se decidió a intervenir en política. Con él, como dijo Romanones, comenzó en España la actuación en política de militares que habían ganado su fama en los campos de batalla: los espadones del militarismo hispano. Consciente de su poder y opuesto al conservadurismo de María Cristina, tras las revueltas de la milicia nacional de 1840, fue el candidato a Primer Ministro. Pero dimitió ante el insuficiente apoyo en las Cortes. De nuevo Primer Ministro del 16 de septiembre de 1840, al 20 de mayo de 1841, Espartero se convirtió en el jefe político del liberalismo progresista.

La pugna con la Regente se resolvió con la renuncia de Dª. María Cristina, el 12 de octubre de 1840. Para sustituirla, las Cortes nombraron a Espartero. La posición del general era muy sólida: lideraba el liberalismo progresista y tenía dos potentes resortes de poder: el ejército y la milicia nacional. No era un progresista radical al modo de Olózaga, Mendizábal u otros, ni un doctrinario, ni tampoco un revolucionario, pero fue el progresismo el que le respaldó frente a sus rivales en el Ejército, como el general Narváez. Y fue también el liberalismo radical quien le llevó al poder y lo mantuvo, entre 1839 y 1843.

Regente (mayo de 1841-julio de 1843)

La Regencia de Espartero resultó tormentosa. Su alianza con los progresistas era demasiado convencional. Una cosa era ganar la guerra, pero gobernar era algo distinto a dirigir las tropas. La gestión de Espartero hizo surgir pronto el descontento, incluso en el Ejército. En seguida comenzaron las conspiraciones En 1841, se produjeron varios pronunciamientos (Pamplona, Bilbao, Vitoria, Zaragoza, Madrid…). En la capital, se sublevó Diego de León, general de gran prestigio conocido como “la primera lanza de España”, pero las tropas de Espartero los derrotaron y las represalias fueron muy duras. Diego de León fue fusilado el 15 de octubre de 1841, sin que el regente hiciera uso del indulto.

Espartero se fue quedando sólo en el poder, sin más apoyo que el círculo de sus oficiales más leales, los llamados “ayacuchos”. A la pérdida de apoyo del Ejército se unió la rebeldía en Cataluña por las medidas librecambistas. Con Mendizábal, su Ministro de Hacienda, Espartero se alineó con Inglaterra en el librecambismo. La revuelta de Barcelona, en 1842, se sofocó bombardeando la ciudad. En 1843, en Reus, se sublevaron Prim y Milans del Bosch. En Andalucía, comenzó la revuelta en 1842, y fue allí donde los enemigos de Espartero lograron más fuerza. Era la segunda vez en las revoluciones hispanas del siglo XIX, que la liberal Andalucía tomaba la iniciativa, como en 1820, en un movimiento armado contra el gobierno. No fue la última.

Las elecciones de febrero de 1843 pusieron de manifiesto las discrepancias entre el Regente y los progresistas. Los modos autoritarios y castrenses de Espartero, le enajenaron su apoyo y, así, inaugurada la legislatura, su poder se desmoronó. El pueblo, que creó al ídolo, pasó de la idolatría al entusiasmo, del entusiasmo a la adhesión, de la adhesión al respeto, del respeto a la indiferencia, de la indiferencia al aborrecimiento, y de éste a la rebelión para expulsarlo del gobierno, de la regencia y de España.

Exilio y retorno al poder (1843- 1854)

A mediados de 1843, la regencia esparterista vivió sus últimos días. Moderados y progresistas se unieron en su contra y, con el respaldo armado de Narváez, Serrano, O’Donnell y Prim, derrocaron al Regente, que logró escapar a Inglaterra. Espartero fue despojado de títulos, grados, empleos, honores y condecoraciones, aunque le serían reintegrados en 1846. En 1849, Espartero pudo regresar a su casa de Logroño.

Tras once años de gobierno conservador, la llamada Década Moderada, con Narváez como brazo armado del poder, las alternativas revolucionarias en Francia y Europa de 1848 repercutieron en España con la Revolución de 1854, en que se coaligaron progresistas y muchos moderados, incluso Narváez, para imponer un cambio. Los progresistas crearon como siempre Juntas Revolucionarias. Espartero, que vivía en Logroño, se unió a la de Zaragoza. El triunfo de “La Vicalvarada”, en julio de 1854, cuyo manifiesto revolucionario redactó un jovencísimo Cánovas, derribó al gobierno del Conde de San Luis, que sólo tenía el apoyo de la Reina y de su camarilla.

O’Donnell había iniciado una rebelión moderada para acabar con el gobierno del Conde de San Luis, que acabó siendo La Revolución de Julio, de 1854, dirigida por los progresistas radicales con Espartero a la cabeza, con el cambio constitucional en su programa. Y entonces renació el mito de Espartero: el 29 de julio de 1854, Madrid le recibió en triunfo, aclamado como líder de la democracia y árbitro de la política nacional.  

Fuera del poder (1856)

El gobierno Espartero-O’Donnell, resultado de la revolución, no podía perdurar por la dificultad de aunar a liberales radicales y moderados en algo más que en derribar al anterior gobierno. Pronto vio Espartero que estaba siendo utilizado para sosegar los ánimos de los progresistas. Una posición incómoda y difícil, entre el radicalismo de la Milicia Nacional y el moderantismo de O’Donnell, preponderante en el bienio. En julio de 1856, Isabel II propuso a Espartero y a O’Donnell que ambos dimitiesen. Sólo dimitió Espartero y O’Donnell siguió con el apoyo de la reina. Tras tan chusco episodio de “borboneo” se produjeron violencias y enfrentamientos de las tropas de O’Donnell contra la Milicia Nacional y las Cortes.

En ese trance, más prudente que cansado o desengañado, Espartero llamó a los suyos a cesar la lucha para evitar una contienda civil y prefirió retirarse a Logroño, de donde ya no saldría en los años que le quedaban de vida.

Logroño, capital oficiosa de España

Su retiro logroñés fue bastante apacible. En la capital riojana vivió rodeado del aprecio general de sus convecinos. Alejado para siempre de la política activa, la fama y el prestigio de Espartero se agigantarían en su retiro hasta alcanzar las cimas de la leyenda: referente de todo el liberalismo español. Presidió la Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos, creada por su impulso en 1839 y que aún existe, y en Logroño recibió las más ilustres visitas y comunicaciones. La lista de visitantes egregios y emisarios alcanzaría su máximo nivel tras la Revolución de 1868.

Y así, los cambios del Sexenio Revolucionario, desde el pronunciamiento de septiembre de 1868, se le comunicaron a Espartero en Logroño por sus protagonistas o por enviados expresamente para ello. Como se le comunicó la constitución de 1869, o su candidatura a la corona en 1870 -que rehusó-, y la elección como rey de Amadeo de Saboya en 1871, que nombró a Espartero Príncipe de Vergara y lo visitó en Logroño. Y también la proclamación de la I República en 1873, los cambios de Presidentes republicanos y la promoción al trono de Alfonso XII, en 1874, le fueron puntualmente consultados y comunicados. Especial relevancia tuvo la visita a Logroño de Alfonso XII, para cumplimentarle, en 1875.      

El recuerdo de Espartero

En 1878 falleció Dª. Jacinta. Él lo haría seis meses después, ya en 1879, sumido en la inmensa melancolía que le sobrevino tras la muerte de su esposa. Los restos de ambos reposan en Logroño, en la Iglesia Concatedral de Santa María la Redonda, en un bello Panteón. Está situado en el pasillo que bordea la nave central de la iglesia, a la derecha, según se mira desde el altar mayor, del que está muy cerca.

Ha quedado en los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, que dedicó a Espartero, no como protagonista, pero sí como personaje, un total de cinco: cuatro de la Tercera Serie, el cuarto, el séptimo, el octavo y el noveno, titulados Luchana, Vergara, Montes de Oca y Los Ayacuchos, y el cuarto de la Cuarta Serie, La Revolución de Julio. Es uno de los personajes más citados por Pérez Galdós en sus Episodios, más que O’Donnell, Prim o que su gran rival, Narváez. Entre sus biógrafos destaca el Conde de Romanones, autor de una de las mejores biografías sobre él, Espartero, el general del pueblo, publicada en 1942.

Y permanecen también las espléndidas estatuas de Espartero de Madrid, en la calle Alcalá, a la altura del nº 97, frente al Retiro, desde 1886, y de Logroño, en el Paseo del Espolón, desde 1895. En la de Madrid, como en su panteón, se le titula “El Pacificador”. Ambas se erigieron por medio de sendas suscriciones públicas. Y ambas las fundió el escultor barcelonés Gibert, autor también de la estatua de Sagasta que adorna la zona del Espolón de la capital riojana.

Españoles eminentes

Sagasta, el liberalismo de la restauración

Emilio Castelar y Ripoll: el tribuno de la democracia

Juan Álvarez y Méndez (Mendizábal).

Liberalismo y romanticismo: Donoso Cortés.

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