Algunas personas están preocupadas por la posible inestabilidad o carácter de burbuja del sistema bitcoin: según ellos, como es una entidad virtual sin valor de uso, industrial o intrínseco, que ha surgido de la nada y no tiene ningún respaldo material (no es deuda sobre un activo tangible), puede fácilmente volver a la nada; puede ser una moda o un sistema frágil del cual la demanda desaparecerá de repente y colapsará su valor hasta prácticamente cero.
El valor de bitcoin podría ser una burbuja pero no tiene por qué serlo. Los que están tan seguros de que sí lo es ya disponen de medios para ponerse cortos (hacer apuestas bajistas en mercados de futuros) y hacerse muy ricos gracias a su privilegiado presunto conocimiento: el hecho de que no lo hagan tal vez muestra que les gusta hablar con rotundidad sin arriesgarse a que la realidad les demuestre que pueden estar equivocados causándoles graves pérdidas.
Si bitcoin fuera una burbuja sería muy diferente de otras y merecería un análisis propio: los estudios o ejemplos de otras burbujas tal vez no le sean aplicables. Bitcoin no es como un activo financiero del que se esperan unos rendimientos o dividendos futuros que tal vez no se materialicen, ni una mercancía ordinaria con la cual se especula (como un tulipán), y no parece una moda pasajera; tampoco es como las divisas ya establecidas que pueden oscilar al ritmo de sus economías, políticas y bancos centrales, ni como una divisa nueva impuesta por un Estado a todos sus súbditos (normalmente como sustitución de una anterior).
Bitcoin es una entidad especial, prácticamente única en la historia: un bien económico intangible sin uso previo, que surge de una invención puntual y un pequeño núcleo inicial de usuarios, y cuyo uso podría popularizarse y extenderse hasta convertirse en un dinero de alcance universal (no necesariamente el único); si esto sucede su revalorización será muy rápida y su valor actual será ridículamente bajo (calcúlese la futura valoración considerando libremente el número de usuarios potenciales y el poder adquisitivo de los saldos de tesorería deseados). Cuanto más generalizado esté su uso mayor será su demanda y su valor, pero esto no implica que si no llega a universalizarse como dinero su valor será cero o cercano a cero.
Bitcoin como idea y como sistema que la implementa tiene valor instrínseco por los servicios que presta: no es lo mismo que exista que que no exista. Si su uso se extiende y estabiliza puede llegar a convertirse en una institución, en algo que está en la mente y en la práctica habitual o acostumbrada de muchos agentes de forma común y recursiva: todos saben que los demás saben sobre la institución, y la usan de forma rutinaria y coordinada sin mucho esfuerzo y sin pensarlo demasiado. Una vez formadas, las instituciones tienen un enorme valor individual y social y pueden ser muy resistentes, presentar una fuerte inercia.
Las empresas gastan grandes cantidades de dinero en publicidad para conseguir imagen de marca (capital intangible, cognitivo) y estar presentes en las mentes y valoraciones de los individuos e influir así sobre sus acciones; las personas también intentan ser famosas y tenidas en cuenta por todos. Las instituciones consiguen esto mismo de forma espontánea y descentralizada mediante fuertes bucles de realimentación positiva, por el interés de cada uno en participar y que todos los demás también participen en ellas.
Los procesos de monetización y desmonetización de una entidad son muy diferentes. Igual que la vida surge de la no vida, pero una vez que se establece es resistente porque su característica esencial es su actividad de automantenimiento y preservación, la monetización de bitcoin y su eventual desmonetización o abandono no son procesos simétricos sino profundamente asimétricos: renunciar a usar bitcoins una vez establecidos como dinero sería abandonar una institución que funciona eficientemente y todos sus beneficios, lo cual sólo tendría sentido si existieran alternativas mejores; quien quiera reducir o terminar su participación en el sistema necesita una opción que sea mejor, y además está ofreciendo a otros la oportunidad de hacerlo a mejor precio.
Nada tiene valor intrínseco: todo valor es subjetivo, ya sea para el uso propio o para el intercambio (porque otros lo demandan). El oro y la plata tienen valor, sin necesidad de ningún tipo de consenso o contrato social o coacción estatal, porque son difíciles de conseguir y a la gente les gustan como ornamentación y símbolos fiables de estatus social, y porque una vez monetizados todos saben que son dinero para todos los demás. Los sustitutos monetarios de un mercado libre (billetes y depósitos bancarios convertibles en oro de forma segura y a la vista) tienen valor por cómo están conectados al oro y porque sirven para economizar su uso.
Los metales preciosos tienen usos industriales, pero su valor procede fundamentalmente (sobre todo y de forma más estable cuando se les permite ser dinero) de la demanda monetaria. El hecho de que tengan un valor de uso previo puede haber contribuido históricamente a que se convirtieran en dinero, pero una vez monetizados puede ser un problema si estos usos no tienen una demanda estable: las variaciones podrían alterar el valor y la cantidad en circulación del bien monetizado.
Si el oro y la plata se hubieran desmonetizado de forma libre y espontánea (algo sumamente improbable), sus poseedores habrían sufrido grandes pérdidas. La desmonetización estatal del oro no colapsó su valor sino que incluso se incrementó por la expectativa de la depreciación de los dineros fiat y la posibilidad de remonetización de los metales preciosos. Los billetes y depósitos bancarios también pueden perder valor o incluso desmonetizarse si se pierde la confianza en la solvencia de su banco emisor.
Los dineros fiat impuestos coactivamente por los estados tampoco tienen ningún valor de uso: el Estado puede sostener parte de su valor por la exigencia de su uso para el pago de impuestos, pero su utilización generalizada para otras transacciones depende sobre todo de la existencia o no de alternativas competitivas. Mediante la inflación el Estado provoca pérdidas sistemáticas a los tenedores de dinero y activos fijos, y una mala gestión monetaria y crediticia puede provocar hiperinflación y el repudio de la moneda; en bitcoin no hay organizadores tentados de emitir más moneda por su cuenta y en su propio beneficio, simplemente porque el sistema no lo permite. El colapso del Estado emisor de un dinero fiat prácticamente garantiza la pérdida total del valor del dinero respaldado por su poder coactivo; bitcoin no está basado en la coacción ni depende de una entidad central cuyo fallo lo destruya.
Además de que el colapso de bitcoin es progresivamente menos probable, conviene estimar qué pérdidas habría si sucediera: se verían afectados los saldos de tesorería (normalmente una proporción muy pequeña del patrimonio de quienes sólo quieran usarlo como medio de intercambio) y los activos fijos denominados en bitcoins. Los principales perjudicados serían los especuladores o quienes lo usaran como depósito de valor.
Una de las funciones del dinero es ser depósito de valor: ni ganarlo ni perderlo; para ganar valor u obtener beneficios hay que asumir costes, riesgo e incertidumbre (posibles pérdidas) en alguna actividad productiva. Bitcoin puede ser un depósito de valor imperfecto (ganaría valor en vez de solamente conservarlo) por la posible deflación secular una vez que se llegue a su fase estacionaria, habiendo alcanzado la cantidad máxima producible y habiéndose generalizado su uso: sin cambios en su cantidad o en su velocidad de circulación, la deflación se correspondería con el crecimiento económico.
El triunfo de bitcoin no provocaría ningún tipo de hiperdeflación catastrófica, el colapso económico o desempleo masivo. La deflación suave y predecible no implica que nadie gaste nada de su dinero, lo que sería completamente absurdo porque entonces dejaría de ser dinero; tampoco implica no gastar hoy y gastar mañana, ya que si la deflación persiste el mañana será equivalente al hoy y entonces habrá que esperar hasta pasado mañana, y así sucesivamente de forma indefinida. La deflación implica una tendencia más o menos intensa a atesorar más que a gastar y una presión bajista sobre los precios en función de las expectativas de futuro (las tendencias pasadas no tienen por qué continuar), pero esta tendencia tiene como límites la necesidad o deseo de los individuos de intercambiar en el mercado y la preferencia temporal del presente sobre el futuro: aunque los bienes vayan a abaratarse, no comprarlos ya representa asumir el coste de oportunidad de no poder disfrutarlos desde ya.
Esta deflación puede dificultar un mercado de deuda (sobre todo a más largo plazo) denominada en bitcoins: un potencial prestamista puede guardar un dinero que se aprecia (si al hacerlo no asume costes) en lugar de prestarlo; el potencial prestatario necesita obtener unos beneficios marginales del capital mayores para compensar adecuadamente al prestamista. Esto fomentaría la financiación mediante acciones (participaciones) frente a la financiación ajena con deuda denominada en bitcoins, o que la financiación se realizara mediante otro dinero de valor más estable.
Es posible tener crecimiento económico sin que crezca la base monetaria (la cantidad de dinero en sentido estricto): sería más eficiente tener un dinero de poder adquisitivo más estable, pero el crecimiento es posible si la inflación o la deflación son pequeñas y predecibles. Si la deflación fuera suficientemente problemática, la producción de más moneda con un mecanismo semejante al actual (minería para seguridad de la red) es algo que la comunidad podría aceptar de forma conjunta si se considera una buena idea: las modificaciones son posibles pero sólo triunfan si su aceptación es generalizada.
Además una base monetaria rígida, como el bitcoin, puede complementarse con sustitutos monetarios en cantidad creciente y con calidad adecuada si son deuda a muy corto plazo y muy segura (respaldada por la propia producción económica a punto de ser vendida a los consumidores finales). Bitcoin no es un sistema crediticio pero cuando se reduzca su volatilidad puede servir como base de un sistema crediticio (que de hecho ya existe) con deuda a corto plazo denominada en bitcoin: son posibles sustitutos monetarios de bitcoin, los cuales pueden utilizarse para estabilizar su valor futuro y evitar o mitigar la deflación secular.
Bitcoin es compatible con un sistema crediticio no anónimo ya que permite el anonimato pero no lo exige. Un sistema crediticio puede funcionar de forma parcialmente anónima, con mecanismos de reputación basados en identificadores o alias que no proporcionan información sobre la identidad real del agente. Además el anonimato entre acreedor y deudor no es simétrico: el acreedor necesita conocer la solvencia del potencial deudor y si es necesario localizarlo para exigirle el pago o las garantías; el deudor no siempre necesita saber quién es su acreedor (deuda al portador o negociable en mercados secundarios; cuentas numeradas en bancos que respetan el anonimato financiero), este sólo debe poder demostrar que lo es para exigir el pago.
Es posible crear nuevas monedas paralelas parecidas a bitcoin (que ya existen aunque a mucha distancia en extensión y valor de mercado), ya que es un código abierto modificable por cualquiera; pero tendrán el problema de su popularización, y en eso bitcoin les lleva una ventaja inicial difícil de recuperar debido a los mecanismos de realimentación positiva de los procesos de monetización. La creación de múltiples monedas virtuales no va a generar hiperinflación.
Bitcoin plantea interesantes retos al teorema regresivo del dinero, que afirma que un bien monetario debe antes haber sido una mercancía con una demanda no monetaria, y que para conocer el poder adquisitivo del dinero hoy recurro a su valor de ayer (y realizo alguna predicción o expectativa de su valor mañana).
El teorema regresivo no tiene por qué ser una verdad absoluta, sino una posibilidad histórica muy generalizada necesitada de interpretación. Se podría entender que los usuarios iniciales de bitcoins los adquieren como un bien de coleccionista, o como un juego, o como señales de pertenencia a un determinado grupo o movimiento, o por el deseo de participar en un proyecto innovador de repercusiones potencialmente enormes. O que el bitcoin inicial es un dinero imperfecto que gradualmente va mejorando.
El que un bien tenga una demanda no monetaria ayuda a que se monetice al tener un valor conocido y generalizado de partida. Un bien que se crea directamente para que funcione como dinero obviamente no puede tener demanda no monetaria previa, ya que antes ni siquiera existía; pero su valor puede averiguarse y estabilizarse progresivamente mediante aproximaciones sucesivas en procesos de prueba y error; esto sería muy difícil en sociedades primitivas con escasa capacidad para transmitir y procesar información, pero es más factible en sociedades modernas con gran capacidad de hacerlo.
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