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Buscando la cohesión social

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Hace unos días pudimos ver cómo, en pleno mitin político, el candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, estuvo a punto de ser abatido por un francotirador que sólo consiguió arrancarle a Trump la oreja, pero que mató e hirió a varios asistentes al evento. Desde luego no es el primer intento de magnicidio en la democracia americana (Lincoln, asesinado en 1865 y Garfield en 1881; Theodore Roosevelt sufrió un atentado en 1912, como Franklin D. Roosevelt en 1933 o Harry Truman en 1950; Kennedy fue asesinado en 1963; mientras que Ford o Reagan también sufrieron atentados en 1975 y 1981, respectivamente).

Y aunque cada caso es diferente y se produjo en un contexto y con unas circunstancias específicas si nos da pie a reflexionar sobre una cuestión más general: la de la cohesión social -en cuanto que integración de los distintos individuos de una comunidad políticosocial- y los fuertes enfrentamientos que se dan entre distintos grupos sociales, altamente politizados, tanto en Estados Unidos como en Europa y, en concreto, en España.

Entre los pensadores liberales clásicos, ya Locke, aunque sin hablar directamente de la “cohesión social”, señalaba que la sociedad civil se forma cuando los individuos acuerdan renunciar a algunas de sus libertades naturales a cambio de la protección de sus derechos fundamentales a la vida, la libertad y la propiedad, alcanzando así un supuesto acuerdo que crea la base para la cooperación y la cohesión social.

Adam Smith, J. S. Mill, Tocqueville, Hayek

Adam Smith destacaba, en su Teoría de los sentimientos morales, la tendencia natural de la gente a simpatizar con los demás. Ello fomenta, según este autor, la cooperación y el bienestar colectivo, siendo para él el mercado libre, precisamente, una forma de organizar la sociedad de manera que las acciones individuales, motivadas por el interés propio, beneficiasen a la sociedad en su conjunto. Esto contribuye a lo que hoy en día conocemos como cohesión social.

Stuart Mill, en su Sobre la Libertad, destacaba, como requisito para que existiese una convivencia armoniosa, la importancia de ciertos límites a la libertad para mantener la cohesión social; y es que, para él, la libertad de uno termina donde comienza el daño a los demás, lo que implica un equilibrio entre la libertad individual y el orden social, necesario para esa armoniosa convivencia.

Alexis de Tocqueville, en su obra La Democracia en América, examina cómo las instituciones democráticas y las asociaciones civiles contribuyen a la cohesión social en Estados Unidos y resalta que, en su opinión, la participación en la vida cívica y las asociaciones voluntarias fomentan la cooperación y el sentido de comunidad, elementos esenciales para una sana convivencia en una sociedad democrática y liberal.

Friedrich Hayek argumenta que un orden social espontáneo, basado en la libertad individual y el respeto por las normas de conducta generadas a través de la evolución cultural, puede generar un orden social más robusto que un orden impuesto centralmente. Para Hayek, el orden social adecuado se logra cuando las personas actúan de acuerdo con reglas de justicia abstractas y generales, que permiten la coordinación voluntaria y la cooperación.

La cohesión social

Así, la cohesión social, como fuerza de atracción que mantiene unida una comunidad, es un concepto fundamental para el desarrollo de una sociedad armónica y estable en la que todos los individuos puedan prosperar. Desde la perspectiva liberal, la cohesión social se entiende como fundamentada en los principios de libertad individual, igualdad de oportunidades y en un marco institucional que permita la cooperación voluntaria, en el que cada individuo debe tener la autonomía para tomar decisiones sobre su propia vida, siempre que no interfiera con los derechos de los demás, siendo la libertad de expresión, la libertad de asociación y la libertad económica fundamentales para el desarrollo personal y colectivo y construyéndose la cohesión social sobre la base del respeto mutuo y la tolerancia hacia la diversidad de opiniones y estilos de vida. 

Dentro de ese planteamiento, las instituciones y el marco legal son componentes cruciales para la cohesión social en una sociedad liberal. Un Estado de derecho sólido, donde las leyes se aplican de manera equitativa y justa, es fundamental para garantizar la confianza de los ciudadanos en el sistema. Así, son las instituciones democráticas las que permiten la participación activa de los ciudadanos en la toma de decisiones, lo que fortalece el sentido de comunidad y pertenencia.

El problema que se plantea, sin embargo, es si la simple existencia de instituciones democráticas fortalece, por sí misma, ese sentido de comunidad y pertenencia y, en definitiva, esa cohesión. En primer lugar, porque es necesaria cierta cohesión previa para alcanzar unas instituciones democráticas sólidas y, segundo, porque el haber alcanzado dichas instituciones no garantiza que las mismas se vayan a mantener en el tiempo.

Émile Durkheim

Y es que, en mi opinión, más que un marco institucional formal democrático, la cohesión depende de unos valores y, sobre todo, de unos objetivos compartidos por los miembros de la comunidad. Ya a finales del siglo XIX, autores como Émile Durkheim («La división del trabajo social», 1893), empezó a poner el acento, como elementos esenciales para el funcionamiento y la estabilidad de la sociedad, además de en la importancia de las normas, en la existencia de unos los valores compartidos como requisitos necesarios para el mantenimiento del orden social.

Así, Durkheim distinguía dos tipos de cohesión: la solidaridad mecánica, característica de sociedades preindustriales, donde la cohesión se basa en similitudes entre individuos y una conciencia colectiva fuerte; y la solidaridad orgánica, característica de sociedades modernas, donde la cohesión se basa en la interdependencia y la especialización de roles debido a una división del trabajo más compleja.

Pero es cincuenta años después cuando Talcott Parsons, en su El sistema social (1951), explicaba cómo, para él, la cohesión social dependía de la integración de cuatro subsistemas: la capacidad de una sociedad para actuar y relacionarse con su entorno (adaptación); el establecimiento y logro de metas colectivas (objetivo); la coordinación y armonización de las partes de la sociedad (integración) y el mantenimiento de motivaciones y patrones culturales (latencia).

El poder unificador de un enemigo común

El problema, de nuevo, es cómo alcanzar unos objetivos y motivaciones comunes, esas metas colectivas a las que la mayoría de los miembros de una comunidad aspiran y que garantizan que todos quieran remar en la misma dirección. Algunos, como hemos visto, consideran que el simple deseo de prosperar de los individuos les llevará a abrazar un sistema democrático y de libre mercado que garantice la igualdad de oportunidades y esa posibilidad de prosperar. Otros, siguiendo a Habermas (“Teoría de la acción comunicativa”, 1981), dirán que la forma de lograrlo será a través de la comunicación racional y el consenso que se alcanza a través de ese diálogo y del entendimiento mutuo.

Pero otro grupo, sin embargo, considera que para conseguir esa cohesión es más efectiva la existencia -real o ficticia- de un enemigo común que sirva para galvanizar las distintas voluntades en una misma dirección. Esta última es la receta que han venido adoptando los totalitarismos, sobre todo del XX, y tenemos que tener cuidado porque puede ser la receta que estén utilizando también determinados líderes en nuestras sociedades dizque democráticas.

Ver también

Cohesión social: guerra, ayuda y parasitismo. (Francisco Capella).

La amistad y el Estado. (Antonio Gimeno).

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