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Camino de servidumbre al nacionalismo totalitario

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La represión de las libertades ciudadanas y el proceso de sometimiento de toda la sociedad a los designios de una clase política en su pretensión de alcanzar una utopía fueron perfectamente diseccionados en la obra Camino de Servidumbre, donde Hayek señalaba cómo "el partido nacional socialista alemán dedicó sus esfuerzos a desgastar los cimientos de la democracia para aprovechar su decadencia y, en un momento crítico, obtener el apoyo de muchos que, aunque detestaban a Hitler, le creyeron el único hombre lo bastante fuerte para hacer marchar las cosas".

En la actual España democrática, el abandono del camino de la sociedad civilizada comienza cuando se logran imponer políticas de discriminación nacionalista en ayuntamientos y en regiones, sin que actúe el Estado de Derecho ni funcionen instituciones democráticas como la separación de poderes o la independencia judicial.

Las graves fisuras normativas que contiene nuestra ley básica han permitido que los nacionalistas dominen las fuerzas de la sociedad libre para "guiar" a los ciudadanos hacia una supuesta "nueva libertad" que se alcanzaría en arcadias como las históricamente inexistentes: Euskal Herria, Paisos Catalans o Galiza.

Hayek acierta al afirmar que "la libertad (nacionalista) no es más que otro nombre para el poder o la riqueza" de ciertos grupos sociales organizados. Hoy en día se emplean el idioma y la cultura regional, o simplemente la territorialidad, para alcanzar cotas de poder local cada vez mayores por parte de los dirigentes nacionalistas, adoctrinando a la población en el sentimentalismo rupturista en contra de las regiones vecinas y aglutinando ciudadanos desencantados entorno al pensamiento único que busca el enfrentamiento visceral en vez de la reflexión, la cooperación y la tolerancia.

Tanto socialistas como nacionalistas están intentando conducir "todas las actividades del individuo, desde la cuna hasta la tumba", mediante la imposición de legislación positiva que invade el ámbito privado de decisión y, poco a poco, destruye las garantías jurídicas sobre los derechos individuales que establece la Constitución.

Los recursos de las regiones y del país se utilizan al servicio del partido para lograr la utopía hacia donde se quiere llevar al pueblo. Pero, tal y como lo expresa Hayek, la utopía colectivista exige por parte de la población "la general aceptación de un Weltanschauung común, de un conjunto definido de (nuevos) valores".

Como indicaba Hayek, la propaganda es un elemento clave ya que sirve para la consecución del Gleichschaltung, del pensamiento único de todas las mentes:

Ni las personas más inteligentes e independientes pueden escapar por entero a aquella influencia si quedan por mucho tiempo aisladas de todas las demás fuentes informativas.

De ahí, la importancia que otorgan los "colectivistas" a lograr el férreo control de las fuentes de información. Así, en España, muchos pretenden denominar "libertad periodística" a la pantomima de conceder licencias, contratar publicidad institucional y otorgar concesiones administrativas a grupos empresariales bien conectados con los mismos políticos a los que deberían controlar en su ejercicio del poder.

El invierno mediático queda organizado en torno a una concertación de cuatro grandes grupos periodísticos privados (Antena 3, Cuatro, Telecinco, La Sexta), dos cadenas públicas nacionales y, con escasa cuota de pantalla, las cadenas autonómicas también públicas.

Y es curioso observar como todas las grandes cadenas generalistas centran sus informaciones en sucesos, noticias impactantes, deportes y el tiempo, dedicando apenas cinco minutos diarios a titulares de noticias verdaderamente relevantes y, poco más. Prácticamente se emplean cero minutos en contrastar análisis opuestos de los hechos que tienen verdadera trascendencia para el futuro del país.

Por supuesto, mediocridad y uniformidad extienden su influjo a los noticieros y programas radiofónicos y, en menor medida, a los editoriales y artículos de análisis de los periódicos. La mayoría de la población apenas puede vislumbrar ligeros matices y leves diferencias sobre el acontecer esencial para el devenir de la nación española.

Las consecuencias morales de la propaganda controlada por un gobierno socialista o, aún peor, por el nacionalismo con el que se alía, son la destrucción de toda moral social y de la esperanza por recuperar las instituciones democráticas porque "minan uno de sus fundamentos: el sentido de la verdad y su respeto hacia ella".

Cuando una región o un país son conducidos a los infiernos del totalitarismo, resulta paradójico como la palabra verdad pierde su significado real, para pasar a designar el pensamiento único establecido por la autoridad.

Surgen tribunales políticos, como el CAC (Consejo Audiovisual de Cataluña), que sirven para proteger la propaganda del régimen nacionalista al que sirven, con la inmoral aquiescencia de los representantes y tribunales ordinarios, ya sea cerrando emisoras de radio opositoras al régimen, otorgando licencias administrativas a grupos periodísticos afines al nacionalismo o actuando como censores en internet. No en vano, ya en 1946 nuestro perspicaz Hayek advirtió:

Todo el aparato (colectivista) para difundir conocimientos: las escuelas y la prensa, la radio y el cine se usarán exclusivamente para propagar aquellas opiniones que, verdaderas o falsas, refuercen la creencia en la rectitud de las decisiones tomadas por la autoridad; se prohibirá toda la información que pueda engendrar dudas o vacilaciones.

Sólo con medios de comunicación libres y críticos con el poder, existe alguna esperanza para la reconstrucción de las instituciones democráticas, la defensa de los ciudadanos frente a la ofensiva excluyente, y el rescate de nuestra precaria democracia del camino de servidumbre al nacionalismo totalitario.

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