Proclama Stendhal en Rojo y negro que “la idea más útil a los tiranos es la idea de Dios”. Es evidente que el genial escritor francés se equivocaba; si hubiera vivido en el siglo XX se habría dado cuenta fácilmente de que el concepto más usado por los déspotas de toda condición ha sido el del Estado (con sus diferentes variantes colectivistas: la Nación, el Pueblo, el Proletariado, la Raza…).
Sin embargo, para los creyentes es doloroso reconocer que tiranuelos de todas las épocas se han apoyado en la idea de Dios (algunos siguen haciéndolo) para asentar su dominio y que, en algunas ocasiones, este control ha tenido el consentimiento (e incluso la colaboración) de los estamentos religiosos oficiales.
Pensaba en esta cuestión de las relaciones de la Iglesia con el poder político mientras leía la noticia de la recaudación de la casilla del 0,7% en el IRPF. Según estos datos, hasta 2006, el Gobierno destinaba 156 millones al sostenimiento de la Iglesia Católica. Hasta ese año, los españoles podían dar el 0,5% de su IRPF a este fin pero, si no se llegaba al mínimo con esta fórmula, el Estado completaba esos 156 millones. Desde el 1 de enero de 2007, la Iglesia sólo se financia con las aportaciones voluntarias de sus fieles a través de la Declaración de la Renta: este año han sumado 252 millones (y eso que la casilla aparece deshabilitada por defecto en el borrador y algunos pueden haberse olvidado de marcarla).
Es decir, que desde que el Poder Político ha dejado de velar por el mantenimiento de la Iglesia Católica, a ésta le ha ido muchísimo mejor. No creo que sea una casualidad. Como en todo mercado que se precie, la necesidad ha agudizado la virtud de la Conferencia Episcopal, que ha lanzado sucesivas campañas para convencer a sus fieles (e incluso a algunos que no lo son) de que colaboren tachando la famosa casilla.
De esta manera, en los últimos años, ha aumentado su presencia en los medios, ha mejorado su política de comunicación y han sido más palpables sus reivindicaciones (incluso algunas con las que los liberales podemos no estar de acuerdo); en general, ha crecido su importancia social. No es sólo una cuestión económica. Estoy convencido de que, cuanto más se aleje la Iglesia del Estado, más cercana estará a sus fieles y menos antipatías provocará.
Y no es únicamente un asunto que deba plantearse la Iglesia. Numerosas ONG (muchas de ellas bienintencionadas, otras son meras cazadoras de subvenciones) viven de las ayudas públicas, generando dudas sobre sus verdaderas intenciones y sometiéndose a la censura de un poder político que tiene en sus manos el control de su supervivencia.
Entre mis conocidos progresistas, es habitual la acusación de que “la Iglesia se financia con dinero público” y la exigencia de que no utilice esos fondos para organizar manifestaciones o campañas contra el Gobierno. Aunque es evidente su incoherencia (sólo les molestan las subvenciones a la Iglesia Católica, no a ninguna otra confesión, ni a sindicatos, productores de cine, ONG no cristianas o asociaciones de vecinos), no me importaría en absoluto que acabasen consiguiendo su propósito, puesto que estoy convencido de que, en un espacio corto de tiempo, sería muy beneficioso para la Iglesia a la que pertenezco.
Entre los países occidentales, EEUU es aquél en el que la fe (sea cual sea la religión que uno profese) y la idea de Dios están más presentes en el debate social. La influencia de la religión en la vida pública es mucho mayor que en los países europeos, aunque, desde un punto de vista legal, no existe ningún otro Estado con mayor separación frente a las distintas confesiones.
Precisamente porque fue un país creado por los disidentes que no queríamos en Europa, quisieron asegurarse de que ninguna religión se imponía sobre las demás; y, al consignarlo legalmente, consiguieron que sus tan queridas creencias marcasen la vida de su país con mucha más fuerza que la de cualquiera de sus vecinos. Y no es casualidad, tampoco, que también sea éste el país en el que más voluntarios y más dinero privado reciben las diferentes organizaciones de beneficencia (todas ellas, sea cual sea su objetivo, desde las parroquias hasta Greenpeace).
Por eso, mientras escribía este artículo, recordaba el Desayuno de la Oración al que acudió José Luis Rodríguez Zapatero hace unos días en Washington y me venían a la memoria unas memorables palabras de Winston Churchill para recordar la diferencia entre la solidaridad real que siempre ha estado detrás de la doctrina cristiana y aquélla, radicada en los Presupuestos Generales del Estado, de la que alardean muchos de nuestros políticos: “El socialismo de la era cristiana se basaba en la idea de que ‘todo lo mío es tuyo’; en cambio, el socialismo del señor Grayson parte de la idea de que ‘todo lo tuyo es mío”.
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