Ya en la primera entrega de los Piratas del Caribe, se hacen constantes menciones a un misterioso código que regula, si es que eso es posible, la conducta de los piratas. Pero es en la tercera en la que por fin se nos muestra el grueso libro que le da soporte, así como donde descubrimos a su custodio, que resulta ser el padre de Jack Sparrow.
Una de las frases que llama la atención del vigilante es la referencia a que el Código de los Piratas hay que respetarlo, porque mucha gente, en este caso, piratas, ha dado su vida por él. Desde un punto de vista liberal, esta frase es bastante llamativa, sobre todo si equiparamos ese código a alguna de nuestras normas. ¿Quién daría la vida por custodiar nuestras leyes y reglamentos? No creo que lo hiciera ningún funcionario o político, ni siquiera por la Constitución; así que mucho menos un ciudadano normal, a los que dichas leyes limitan la libertad, innecesariamente en la mayoría de los casos.
La cuestión es: ¿qué significa dar la vida por un código? Como nos describe Bruno Leoni en su imprescindible La Libertad y la Ley, las normas que nos damos los ciudadanos para regular nuestra interacción se han creado durante la mayor parte de nuestra historia mediante un proceso consuetudinario, de prueba y error, un proceso espontáneo de descubrimiento, que diría Hayek. Es por ello que los jurisconsultos romanos no trataban de crear la ley, se limitaban a descubrirla estudiando la conducta humana.
Es en esta concepción evolutiva y consuetudinaria de los códigos donde sí tiene razón de ser la afirmación del custodio del Código de los Piratas. De acuerdo a esta visión, los códigos resultan verdaderos depósitos de experiencia, en los que se atesoran circunstancias y sucesos vividos, y la forma de resolverlos e incluso prevenirlos. En ocasiones, la formulación del código y sus razones de ser, dejan de ser claras para los individuos de generaciones sucesivas. Esto no implica que necesariamente que hayan perdido vigencia; simplemente que el paso del tiempo y la ausencia de estudio, nubla dichas raíces hasta hacerlas incomprensibles. Cobra en estas circunstancias especial relevancia la figura del custodio y el respeto espontáneo por parte de todos los afectados de ese código, que dice lo que dice, y por algo lo dirá, aunque no sepamos por qué.
Quizá un ejemplo sencillo ayude a comprender mejor el párrafo anterior. Piénsese en el código de circulación vial. Lógicamente, es una creación hasta cierto punto moderna, pues el automóvil tiene poco más de un siglo. ¿Cómo se gestaría de dicho Código? Parece evidente que no se juntaron unos cuantos conductores y fabricantes y, en un ejercicio de imaginación omni-comprensivo, previeron todas las posibilidades de la conducción y la regularon. Más bien, lo que pasaría es que conforme avanzaba la experiencia de la conducción se producían problemas y conflictos que exigían algún tipo de solución. Esta solución, una vez se iba aceptando tácitamente como la mejor en conflictos similares, se incorporaría al código (que tampoco tendría que estar necesariamente escrito).
Por ejemplo, en la actualidad está prohibido aparcar en un túnel. Cabe suponer que esta prohibición se incorporaría al código tras ocurrir algunas desgracias por hacerlo. Aunque a posteriori parece fácil explicar la necesidad de dicha prohibición, es más difícil que se le ocurra al primer constructor de túneles que si se aparca dentro, se puede producir un accidente con más facilidad. Es más, aunque se le hubiera ocurrido, tal vez hubiera asumido que era tan obvio que no hacía falta prohibirlo. ¿Quién podía tener la idea de dejar el coche parado en un sitio oscuro por el que pueden pasar otros coches?
Así pues, lo normal es que antes de esa prohibición explícita, que beneficia a todos los conductores, se produjeran algunos accidentes e incluso muertes de personas. En este sentido, la incorporación de esta línea al código sí habría costado vidas humanas, y sería muy importante defenderlo ante cambios.
Siguiendo con el ejemplo, puede que el paso del tiempo haga olvidar las causas originales de la incorporación de esta prohibición al código. Tal vez no ha vuelto a haber accidentes, o tal vez los túneles están iluminados. Las razones de la prohibición son olvidadas, y se puede caer en la tentación de eliminarla. Quizá tal eliminación pueda estar justificada, o a lo mejor no, no lo sabemos. Pero debería ser una decisión completamente técnica, basada en la nueva experiencia, y en ningún caso política. No se requieren mayorías para esta eliminación, solo conocimientos.
En definitiva, las normas han provenido históricamente un proceso de creación imbricado en la acción humana. Como tales, son cúmulos de experiencia. Y no se debería poder jugar con ellas. Si un político decide, sin base en la experiencia, que se puede aparcar en los túneles, lo único que va a conseguir es que muera gente en accidentes.
Por eso, es tan importante la labor del custodio del código pirata. Por momentos, parece que manda más que los diez grandes Señores Piratas. Pero no hace falta que ejerza su poder, puesto los Señores Piratas (ni más ni menos, ¿quién puede ser menos respetuoso con las normas que un pirata?) saben que es en su interés respetar el código, y lo respetan. Ni mucho menos se les ocurre utilizar su autoridad para cambiarlo.
Casi igual que nuestros políticos y gobernantes, casi igual.
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