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Cómo argumentar mejor la libertad

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En la argumentación participan el pensamiento, los sentimientos y el lenguaje: los fallos vienen por no pensar bien, no expresarse correctamente o no percibir la influencia de las emociones.

Este artículo recoge algunas reflexiones y consejos, que no pretenden en absoluto ser apodícticos, para pensar y argumentar mejor la libertad y a ser posible no dañarla haciéndolo mal.

La argumentación válida y correcta no es lo mismo que la persuasión, para la cual existen otras técnicas de ciencia cognitiva y psicología social (ver por ejemplo Influence: The Psychology of Persuasion, de Robert Cialdini, o el clásico aunque menos científico How to Win Friends and Influence People, de Dale Carnegie).

En la argumentación participan el pensamiento, los sentimientos y el lenguaje, y puede fallar por problemas en los tres ámbitos: no pensar bien, no expresarse correctamente y no percibir cómo las emociones pueden distorsionar una discusión.

Idealmente la argumentación es pensar entre varios de forma cooperativa y complementaria, presentando ideas, defendiéndolas y atacándolas: la realidad suele ser una pelea sucia y no muy hábil con palabras en lugar de puños o armas.

La racionalidad se percibe como objetiva e imparcial, pero suele utilizarse para vencer y convencer al otro, para ganar tú a los demás. Si la gente utilizara la razón porque quiere conocer la realidad debería agradecer que les corrijan cuando están equivocados, y no suele ser así.

El lenguaje es para ti y para el otro, hay un emisor y un receptor: para una comunicación eficaz y eficiente conviene ser claro (evita ambigüedades, vaguedades, confusiones), preciso (evita generalidades con poco contenido específico) y conciso (no te enrolles, ve al grano).

Intenta adecuar el mensaje a su receptor y al contexto: proporciona información asimilable; no repitas tópicos ya conocidos que no aportan nada nuevo, ni eleves tanto el nivel que no resultes comprensible.

Intenta contar algo interesante, recordando que lo que a ti te apasiona a otros tal vez les aburre.

La comunicación casi siempre es imperfecta y puede haber ruido, pérdidas de información o malentendidos: es necesario estar dispuesto a aclarar, revisar y corregir lo que se quiere decir.

Conviene escuchar con atención y leer despacio (varias veces si es posible), hacer un esfuerzo honesto para interpretar al otro y no distorsionarlo, demostrando que se ha entendido lo que quiere decir (en el Test de Turing ideológico uno demuestra que comprende al otro poniéndose en su lugar y haciéndose pasar por él). Son muy comunes los problemas de comprensión lectora.

Tú puedes hablar pensando que le estás regalando información valiosa al otro, pero el otro siente que intentas manipularlo implantando ideas ajenas en su mente. Los memes más capaces de sobrevivir en las memorias de los individuos son aquellos que se resisten a ser sustituidos: es muy difícil convencer a la gente y conseguir que cambie de opinión; es mucho más fácil adoctrinarlos cuando son niños o jóvenes o cuando aún no tienen ideas propias en algún ámbito (luego intervendrán el sesgo de confirmación y el deseo de consistencia para mantener las ideas implantadas).

Es común aceptar las ideas de los más poderosos a cambio de favores o de que no nos hagan daño: la transmisión de ideas puede ir a acompañada de amenazas o de altruismo.

Las ideas se utilizan muy a menudo como estrategia de relaciones públicas (describen qué tipo de persona eres) y como señal de pertenencia a algún grupo.

Los amigos no suelen criticarse duramente unos a otros, y por eso comparten los mismos errores, absurdos o arbitrariedades: quizás aprendas más de tus enemigos o de aquellas personas que te caen mal por sus ideas.

Uno puede pretender ser perfectamente objetivo, pero es difícil que los sentimientos subjetivos y a menudo inconscientes no participen o interfieran en la argumentación. Nuestras ideas, especialmente las religiosas, morales y políticas, no sólo las tenemos sino que nos tienen y nos hacen difícil ser imparciales: las valoramos, nos gustan, nos duele cuando son criticadas, nos exigen que las defendamos.

Tenemos intereses, como nuestro estatus intelectual y social, que pueden verse perjudicados si se demuestra que estamos equivocados, especialmente si esto sucede en público y podemos quedar en ridículo de forma evidente.

Los intereses económicos suelen ser muy poderosos: la prosperidad de muchos agentes depende del mantenimiento de ideas falaces que ellos mismos no van a desmontar sino que seguramente harán todo lo posible por mantener. Es difícil que una persona entienda, reconozca o defienda algo que le perjudica.

Las acusaciones de defender ciertas ideas por intereses (generalmente inconfesables) son perfectamente válidas y muy relevantes cuando son ciertas: si no se está seguro de su veracidad, plantéese como hipótesis de trabajo. Es posible que el beneficio de la promoción de ciertas ideas no sea directo, sino indirecto por la simpatía y apoyo que se consigue de los directamente beneficiados.

Muchas ideas incorrectas se defienden por incompetencia intelectual y/o malicia: la mentira es un arma muy poderosa; autoengañarse, ser tonto o hacerse el tonto puede ser muy útil para así ocultar que uno se beneficia de las ideas que defiende.

Un error y una trampa son cosas muy distintas. La trampa es intencional y consciente, el error sólo es negligente. Los tramposos suelen decir que han cometido un error porque eso parece menos grave que reconocer un delito o crimen: es una trampa acerca de la comisión de otra trampa.

Si no reconoces un error puedes parecer incompetente (no lo ves) o tramposo (no quieres asumirlo).

Todo el mundo hace o puede hacer trampas, aunque algunos tienen menos escrúpulos y más habilidad que otros. La verdad no es buena para todo el mundo: los delincuentes no quieren ser descubiertos y tienden a negarlo todo. La libertad no es necesariamente buena para todo el mundo: algunos individuos prosperan por su capacidad de oprimir o parasitar a otros.

Desconfía de aquellos que no matizan nada y que no reconocen nunca un error o un problema con sus ideas.

Pensar incluye la razón y la lógica, pero también la creatividad y la capacidad de efectuar analogías útiles.

El pensamiento, para referirse al mundo real de forma concreta y específica, exige algo de observación y experimentación, de ejemplos y datos que complementen y precisen las teorías. Las grandes ideas abstractas quedan bien acompañadas por pequeños detalles concretos.

Las anécdotas e historias personales son peligrosas: en lugar de ser casos representativos pueden ser rarezas llamativas; conocer algo de primera mano puede implicar una visión subjetiva y parcial.

A menudo uno cree ser racional y no es consciente de sus autoengaños, errores o sesgos; conviene ser autocrítico, prestar atención a las críticas de aquellos que quizás saben más, y ser prudentes sobre la certeza y solidez de nuestros propios argumentos.

Para comprobar la solidez y consistencia de las ideas, intenta destruirlas: si no lo haces tú, seguramente lo harán otros. Cuando uno se ha atacado a sí mismo o ha entrenado con discusiones en entornos de aprendizaje protegidos y amistosos está mejor preparado para la batalla de las ideas en el mundo real.

La intensidad o firmeza de una convicción no es prueba de su corrección o verdad. Ser fanático es una cuestión emocional más que intelectual. Frecuentemente sucede que los inteligentes dudan y quedan pasivos y los tontos están muy seguros y son muy activos. Aunque seguramente es algo muy difícil de conseguir, conviene combinar el entusiasmo activo y la prudencia reflexiva.

Es normal sentirse muy seguro sabiendo muy poco, precisamente porque desconoces todos los problemas que tienen tus ideas.

Las ideas extremas no son necesariamente falsas, pero con ellas puedes estar extremadamente equivocado.

Las ideas extrañas pueden suponer grandes avances o ser grandes tonterías. Los grandes genios son incomprendidos, pero por cada gran genio hay millones de chalados que se quejan de que no les hacen caso.

La cantidad de argumentos no es sustituto de la calidad de los argumentos.

No comprender al otro no implica necesariamente que el otro es más inteligente o brillante: tal vez oculta su propia ignorancia con ofuscación, o busca confundir e impresionar más que iluminar.

Los charlatanes hablan sin tener ni idea, o pretendiendo saber mucho más de lo que realmente saben, pero pueden tener la habilidad de manipular a otros que tampoco saben mucho.

Cuidado con quienes hablan muy deprisa o dan muchos argumentos difíciles de entender: puede haber mucho engaño, te están intentando colar algo falso lanzándote muchas ideas para apabullarte, para despistarte y que no prestes atención a los errores. Si alguien no sabe explicar algo de forma relativamente sencilla, seguramente no lo entiende.

La inteligencia no es como la belleza, que puede apreciarse sin tenerla. Es necesario construir gradualmente una capacidad propia para entender la ajena.

La capacidad de argumentar correctamente no es como la fuerza en un combate físico: alguien muy débil sale vapuleado y dolorido de una pelea; alguien poco inteligente puede estar convencido de tener razón y de haber ganado un debate.

Fíjate no sólo en lo que la gente dice: presta atención a lo que no dice (y es relevante); o no ha tenido tiempo y ocasión de mencionarlo, o lo desconoce, o trata de ocultarlo.

Usa el humor, pero considera que quizás no eres gracioso: ríete primero de ti mismo.

Si alguien dice muchas tonterías quizás sea tonto. Pero el aspecto físico o la antipatía de las personas tienen poco o nada que ver con la corrección de las ideas: ciertos insultos o burlas son totalmente irrelevantes.

Cuanto más énfasis pongas en un argumento erróneo (para defender tus ideas o para criticar a otro), más vulnerable eres: eventualmente alguien se dará cuenta del error.

Cuanto más tardes en reconocer un error más en evidencia quedas: o no eres capaz de verlo aunque te lo expliquen, o no quieres asumir que te has equivocado.

Conviene conocer muchas ideas para no ser un pueblerino intelectual que cree que lo suyo es lo único que hay o lo único valioso. Y si es posible conviene conocerlas de primera mano, no mediante caricaturas o versiones deformadas. Tu pensamiento será más sólido cuantos más autores conozcas. Si tus únicas referencias son uno o pocos autores tu visión del mundo probablemente es pobre y quizás estás en una secta.

No todas las ideas son correctas, y muchas son equivocadas: ¿no es mucha casualidad que todas tus ideas sean correctas?

Conócete a ti mismo, tus fortalezas y tus debilidades, tus sesgos y prejuicios, tus intereses, tus preferencias. Conoce a los demás, como cooperadores o competidores. Conoce las ideas, y las críticas de esas ideas.

Averigua qué sabes y qué no sabes y por qué; ¿lo sabes o crees que lo sabes?; ¿cómo sabes lo que sabes?; ¿de qué cosas no estás seguro?; ¿qué problemas o límites tienen tus ideas?; ¿te sientes incómodo cuando no entiendes algo?; ¿te gusta realizar afirmaciones categóricas y repetir cosas de las que tienes una certeza absoluta?; ¿cómo te sentías antes de algún cambio de opinión que hayas tenido?; ¿aprendes cosas nuevas o repites las mismas consignas de siempre?; ¿sigues utilizando argumentos que te han demostrado que son incorrectos?

Examina tu amor por las ideas que tienes: son verdaderas o correctas, o te gustan, te definen, te representan; socializas con ellas; te interesan, te vienen bien. ¿Dices cosas para ganarte el aplauso fácil de los oyentes o te atreves a decirles verdades que duelen o incluso ofenden?

Afirmar que algo es posible sólo dice que su probabilidad no es cero, pero no indica cómo de grande o pequeña es esa probabilidad.

Afirmar que algo es imposible indica que la probabilidad es cero, lo cual es mucho afirmar: quizás sólo se trate de una probabilidad muy baja (y dependiente de múltiples factores).

Es común buscar verdades universales y necesarias con las que ganar un debate o apoyar un argumento, pero o son muy genéricas o son difíciles de probar.

Es común confundir una posibilidad (puede ser) con una necesidad (tiene que ser): tú aspiras a lo necesario, que es más rotundo; lo posible es más humilde.

El razonamiento a menudo es motivado y parcial, como un abogado que busca defender a su cliente y no quiere saber la verdad sino ganar el juicio. Es común comenzar queriendo una idea y luego buscar argumentos a favor e ignorar los problemas y los argumentos en contra.

Usa la lógica, pero sé consciente de cuánto sabes y cuánto ignoras de lógica (proposicional, de predicados, de órdenes superiores, multivaluada, difusa) y sus límites. La lógica no es sólo deducir a partir de axiomas apodícticos: se trata sobre todo de ser consistente y no contradecirse.

Si mencionas el teorema de Goedel, el principio de incertidumbre de Heisenberg, o la relatividad de Einstein, más vale que no estés faroleando y que los conozcas con cierta profundidad (probablemente no es el caso, sobre todo si eres de letras).

Citar o dar referencias de gente importante puede ser útil para ofrecer vías para profundizar sobre un tema: pero también pueden ser muletillas que usas para apoyarte porque te sientes débil, o intentos de conseguir afiliarte a nombres poderosos e influyentes.

Aprende de gente brillante, pero ¿cómo sabes que son brillantes? Lee también a sus enemigos intelectuales, y aprende a criticarlos con rigor. No seas fiel seguidor de un solo pensador, o de unos pocos de una escuela estrecha (objetivistas, austriacos más puristas). Compara ideas y teorías, no te muevas sólo dentro de una, ni pienses que es perfecta.

Di una cosa y la contraria y a ver qué pasa. Duda de lo que estás más seguro y ponlo a prueba. Reconoce que tal vez no acabas de entenderlo. Haz preguntas (no sólo afirmaciones), y resalta problemas.

Si no importan la verdad, la corrección o el rigor intelectual, existen tretas para la argumentación, trucos sucios para el debate, estratagemas de mala fe para vencer en la discusión. Si se conocen estas tácticas pueden utilizarse o pueden denunciarse cuando los otros las empleen. Ver por ejemplo Consejos de Schopenhauer para ganar una discusión política de Jaime Rubio Hancock.

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