“Al cierre del tercer trimestre, ONO presentó un beneficio neto de 41 millones, un 144,7% por encima a la cifra alcanzada en el mismo periodo del ejercicio anterior, a pesar de la caída en un 5% de los ingresos (1.100 millones). Gran parte del éxito radica en la optimización “de los procesos de la compañía”, con un severo recorte del 50% en las inversiones.”
El párrafo que transcribo de una noticia leída no hace mucho, quizá llené de alegría a los accionistas de ONO. Debería ser una alegría justificada, tras tantos años de sufrimiento; por fin sus expectativas se ven reconocidas con un, aparente, retorno para su inversión. ¿O no?
ONO es el principal operador de cable en España. Eso significa que, junto con Euskaltel (en el País Vasco), grupo R (en Galicia) y Telecable (Asturias), es el único operador que dispone de infraestructuras de telecomunicaciones fija, aparte del antiguo monopolista. Como su propio nombre indica, dichas infraestructuras consisten de cable coaxial, que permite el suministro de todos los servicios de telecomunicaciones, con una capacidad bastante superior a la que permite el par de cobre propiedad de Telefónica. De hecho, usando dicho cable, ONO es capaz de prestar servicios de acceso a Internet a 50 Mbps, mientras que sobre el cobre las ofertas comerciales alcanzan únicamente los 20 Mbps.
En la actualidad, ONO puede suministrar servicios con su propio cable a más de siete millones de hogares. Ello es resultado de mucho tiempo y muchas inversiones, consumidas básicamente haciendo zanjas, enterrando cable y negociando con las comunidades de vecinos para que le permitieran poner cable en sus edificios. Es lo que se llama en el argot económico “inversiones hundidas”, pues dan lugar a infraestructuras que difícilmente son reciclables hacia otras áreas. Son difícilmente convertibles, o, siguiendo a Rothbard, específicos.
En estas condiciones, resulta que el futuro de la mayor parte de los activos que posee ONO está estrechamente ligado al éxito que puedan tener en el mercado los servicios de telecomunicaciones, esto es, a lo que estén dispuestos a pagar los clientes por dichos servicios. Si los clientes no aceptan pagar lo suficiente para compensar las inversiones, el negocio será inviable y los accionistas tendrán que abandonar el mercado con pérdidas.
Si estuviéramos hablando de una pastelería vendiendo ensaimadas, la solución sería relativamente sencilla. Una vez agotadas las ensaimadas, el pastelero trataría de vender otros dulces. Y si tampoco funciona esto, dejaría el mercado, por ejemplo, traspasando el local o dedicándolo a otros menesteres. Pero, ¿qué puede hacer ONO si el negocio no va cómo esperaba? No se trata aquí de un local fácilmente convertible, sino de un montón de cable enterrado para el que resulta complicado buscar otro uso.
Lo lógico parece que se siga vendiendo mientras se pueda (lo mismo que hace el pastelero con las ensaimadas mientras la quedan), pero deje de enterrar dinero en forma de cable (como el pastelero, que ya no compra más ensaimadas). Para un observador externo, lo que pasará es que repentinamente ONO obtendrá beneficios: está vendiendo e ingresando dinero por sus servicios, pero ya no “compra” recursos para proporcionarlos.
Todos sabemos que al pastelero este chollo le durará poco, lo que le duren las ensaimadas. A ONO, evidentemente, le durará más. Ha “enterrado” mucho más dinero en cable que el pastelero en ensaimadas. Pero, en todo caso, el chollo se acabará, y ONO desaparecerá.
Por eso mismo, no creo que la noticia que da comienzo a este comentario sea una buena noticia. En el fondo, supone la capitulación de los accionistas de ONO ante el mercado, y la constatación del fracaso. Sí, obtienen beneficios, pero a costa de recortar las inversiones un espectacular 50%. Los inversores han decidido no enterrar más dinero y empezar a desenterrar el cable en forma de dinero.
Todos los bienes de capital tienen una vida y exigen un mantenimiento constante. Incluso la vara de madera que Robinson Crusoe usa para coger bayas, requiere una decisión explícita de ahorro para mantenerse útil. Crusoe necesita dedicarle un tiempo al día, sea para pulirla o para ir preparando su sustituta cuando se rompa. En el momento en que deja de invertir ese tiempo, vive mejor, pero se va a quedar sin la vara.
Los inversores de ONO han decidido no ahorrar en el mantenimiento de su red. La están liquidando. Y en el momento en que la red se agote, ONO dejará de prestar servicios. Es la forma que han encontrado de desenterrar el cable.
Más grave sería constatar las razones por las que esto ha ocurrido. Pero eso ya no sería teoría económica, sino comprensión histórica. Y para una vez que me sale algo sin echar la culpa a la regulación y la intervención estatal, no quiero estropearlo (¿o arreglarlo?) en el último párrafo.
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