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Cómo enfrentar a un detestable chistoso antisemita

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La judeofobia en Francia no es ninguna broma. El país que presume de ser la cuna de los derechos humanos es también uno en los que tradicionalmente, y también en la actualidad, más extendido ha estado el odio hacia los judíos. Es la patria del tristemente famoso affaire Dreyfus. El comportamiento de las autoridades y de gran parte de los ciudadanos franceses durante el Holocausto no puede considerarse precisamente ejemplar. Décadas después, el hexágono tuvo como diputado (tanto nacional como europeo) a un Jean-Marie Le Pen que oscilaba entre la negación y la minimización del citado crimen contra la Humanidad.

A ese antisemitismo tradicional francés se une otro de relativamente nuevo cuño en el Viejo Continente. Entre los hijos y nietos de inmigrantes procedentes del Norte de África, así como entre quienes siguen llegando a Francia desde dicha región, está muy extendida la judeofobia de raíz arábigo-musulmana. Esta última no sólo se da entre los franco-magrebíes islamistas (cada vez más numerosos), sino incluso entre los que mantienen una visión en otros aspectos moderada de su religión o, incluso, entre los que no son religiosos.

Con todos esos antecedentes, la prohibición que el Gobierno galo logró imponer al espectáculo del humorista antisemita Dieduonné (entre cuyos seguidores hay antisemitas de los dos tipos señalados) fue celebrado por muchos, dentro y fuera de Francia, como un triunfo del Estado de Derecho y de la lucha contra la intolerancia. Los motivos que llevaron a pedir que se impidiera la actuación del polémico, en realidad simplemente detestable, personaje fueron sus alegatos contra los judíos, el deseo que lanzaba de que un periodista hebreo muriera en las cámaras de gas y su simpatía declarada por el presidente colaboracionista Pétain y el propio Adolf Hitler. Es judeofobia en estado puro.

En su vuelta a los escenarios ha eliminado todos esos contenidos. No ha desaparecido, eso sí, el saludo nazi popularmente conocido como quenelle, que Dieduonné y sus seguidores tratan de hacer políticamente aceptable diciendo que es un corte de manga a la clase política. Al final, la nueva obra, con el mantenimiento de la citada quenelle y con bromas sobre que a partir de ahora se insultará a árabes y negros, pero no judíos, mantiene una judeofobia implícita mucho más difícil de demostrar.

Resulta comprensible que las autoridades quieran frenar a quienes propagan el antisemitismo, un odio irracional que en su versión más radical causó seis millones de muertos a manos de los nazis y sus aliados de muchos países europeos. Pero las prohibiciones de espectáculos como el de Dieduonné no son el mejor camino. Si los teatros donde iba a actuar el personaje en cuestión son públicos, es legítimo que se le vete. El propietario es el Estado y no está obligado a ceder sus bienes a quien se dedica a difundir el odio (no entramos aquí en el debate sobre si el Estado debe o no poseer espacios escénicos de ese tipo). Otra cosa es si se trata de sala privadas, donde la proscripción además de censura es un completo error.

Al margen de que hasta los chistes malos en el plano moral deban estar amparados por la libertad de expresión, hay motivos de índole práctica para oponerse a este tipo de censura. A partir de ahora, el tipo se presentará ante los suyos como una víctima de la represión. Podrá, además, decir que ha sido ejercida con el Estado francés siguiendo las órdenes de "los judíos" (el antisemitismo tiene la característica de que no señala a uno o a un grupo de hebreos en concreto, sino que el supuesto mal es causado por el total de ellos).

Por mucho que ya no se pueda acudir a un teatro a escuchar sus obscenidades abiertamente antisemitas, las veladas siguen ahí, quien quiera "disfrutar" de ellas seguro que puede acceder a vídeos en internet difícilmente controlables. El cómico judeófobo siempre encontrará vehículos para difundir y hacer apología de su odio. Y ahora no sólo lo hará con mayor virulencia y una patina de supuesta heroicidad ante sus acólitos, sino que personas que jamás tuvieron interés en él o, incluso, no le conocían, pueden interesarse ahora por escuchar su mensaje.

Por noble que sea la causa por la que se le ha prohibido ofrecer su espectáculo antisemita, que lo es, se ha cometido un error al intentar sacarle de los escenarios. Hay que combatir ese odio, pero no mediante unas prohibiciones que a la larga sólo favorecen a personajes nefastos como Dieduonné. La vía es difundir ideas contrarias a las suyas, hacer pedagogía de lo que significa su antisemitismo y, por qué no, responder con un humor que le ridiculice a él y a quienes piensan como él. Incluso cuando son humoristas, los enemigos de la libertad (y los antisemitas los son) aguantan mal la broma y la chanza cuando es dirigida sobre ellos. No les gusta, y les deja en evidencia si está bien hecha. 

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