Cierra el año 2024, y este pasado noviembre la Asamblea General de la ONU votó a favor de avanzar en el diseño de una convención sobre cooperación fiscal internacional y el Impuesto Mínimo Global del 15% a las multinacionales. Como siempre, los pretextos y fundamentos son reducir la evasión fiscal, reducir las desigualdades, y promover la justicia fiscal. Vaya a saber uno que significa con exactitud esto último, pero suena muy bien. El presidente del Comité de Coordinación de la GATJ (Global Alliance Tax Justice) dijo «La votación es un paso adelante hacia la creación de un sistema fiscal justo y progresivo que apoye el bienestar de todas las personas y el planeta»
En el campo fiscal nunca algo puede ser justo y progresivo al mismo tiempo. La progresividad de los sistemas fiscales penaliza a aquellas personas que más han sabido satisfacer las necesidades y deseos de los consumidores, puesto que de otra forma es imposible concebir el nivel de ingresos exteriorizados. Progresividad es castigar con un gravamen mayor al que más tiene, para darle a quien el burócrata de turno considere, y en el medio quedarse con una porción.
Cualquier persona que bregue por un estado reducido y eficiente, no puede estar de acuerdo con el Impuesto Mínimo Global, sea del 15% o del porcentaje que sea. Ese suelo fiscal lo único que produce es reducir la competencia entre países por tasas corporativas. ¿Acaso olvidamos lo importante que significa la competencia?
Un impuesto mínimo global, con vocación ascendente
En materia fiscal, la historia es siempre bien parecida. Hoy es un 15% (para los feligreses estatolatras es demasiado bajo) y para empresas multinacionales que facturen más de 750 millones de dólares. Sin embargo, con el tiempo, ese 15 pasará a un 20, y esos 750 descenderán a 500 y así sucesivamente.
Amén de esta realidad en materia fiscal, donde todo lo temporal se convierte en permanente y donde el ahogo ocurre de manera lenta y progresiva, lo peor resulta ser la eliminación de la competencia fiscal.
Es la competencia, sin lugar a dudas, en un libre mercado, lo que hace que las empresas busquen la mejor manera de hacer las cosas. De ofrecer mejores productos y servicios, de mejor calidad y a mejor precio. En resumen, es la competencia la que permite acercarnos a la eficiencia de medios y recursos que, por definición económica, son escasos. Es siempre la competencia la que lleva al ser humano a ir siempre más allá, de los límites concebibles. El mejor ejemplo son los Juegos Olímpicos. Basta elegir una disciplina y mirar los JJOO de 1924 y los de 2024, y observar cómo el ser humano cada vez ha logrado hazañas más increíbles. La competencia es aquello que nos hace superarnos.
Al eliminar la competencia para los estados con esta cartelización (que tanto se critica y persigue cuando la realizan los del sector privado) no estamos haciendo más que quitar de raíz un importante (sino el mayor) incentivo para hacer las cosas de manera eficiente. Por lo tanto, los estados no tendrán razones para ser más eficientes y/o gastar menos porque la empresa quedará rehén o cautiva del nuevo sistema mundial.
El impuesto mínimo global es el muro de Berlín del siglo XXI
Es un muro virtual, levantado por países socialistas, con el objeto de que no haya hacia dónde correr. Diseñado por aquellos que, en lugar de trabajar para lograr el mejor output posible operando con lo irreductible, prefieren acordar un suelo mínimo de ingresos para dormir tranquilos y asegurarse el porvenir.
Los socialistas que desean apurar el IMG observan con pánico las reformas del presidente Javier Milei, quien con su plan motosierra vino a eliminar gasto público innecesario, despedir empleados públicos y eliminar ministerios sin utilidad alguna. El próximo paso será la reducción de la absurda carga impositiva que soportan los ciudadanos. El objetivo subyacente es: respetar la esencia real de la propiedad privada y promover la inversión. Veremos qué países se suman a esta sana competencia y cuáles se esconden en la cartelización.
Por último, y para reflexionar este fin de año, en el seno de la OCDE se ponen nerviosos cuando se utiliza la terminología “paraíso fiscal”, la cual quieren que se deje de utilizar inmediatamente y han erradicado de todos sus documentos. ¿Por qué se les ha dejado de llamar paraíso fiscal a los paraísos fiscales? Ahora les dicen, jurisdicciones no cooperantes.
En gran parte, gracias a las redes sociales, la ciudadanía ya está empezando a comprender que más impuestos y más estado no solucionan ningún tipo de problema; al contrario. Tampoco erradican la pobreza. Entre el infierno y el paraíso, cualquier persona en su sano juicio elige vivir en este último.
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