Carlos Alberto Montaner, uno de los grandes intelectuales de habla española en la actualidad y víctima en primera persona del castrismo, decía hace unos meses en Madrid que los gobiernos comunistas se han mostrado en todo momento muy eficaces en una cosa: construir prisiones. Tiene razón, pero en otro aspecto han llegado a una eficacia similar, en generar aburrimiento. Un aburrimiento que sirve para que en el resto del mundo aquellos que denuncian lo que ocurre en los "paraísos" del socialismo real se cansen de contar siempre lo mismo. Y también para que la población de los países democráticos termine por no escuchar a los que no sucumben al abatimiento, debido a lo monótono que termina siendo el mensaje que transmiten.
En realidad no son sólo los sistemas comunistas quienes han hecho de este aburrimiento una eficaz arma para que no se difunda lo terrible de su naturaleza. En general todas las dictaduras terminan lográndolo cuando se afianzan y prolongan en el tiempo, pero son ellos quienes lo han llevado a su máxima expresión. Sus tácticas represivas son tan eficaces como monótonas. Al ser las más terribles, históricamente tan sólo igualadas y en algunos casos superadas por los nazis, es difícil que una vez que se establecen en su grado habitual puedan ser superadas de una manera que llame la atención.
Cualquiera que escuche o lea con frecuencia las experiencias que cuentan o escriben los exiliados o los disidentes del interior de países como Cuba, Corea del Norte o China termina sucumbiendo a la sensación de que cada nuevo relato es el mismo que le fue transmitido decenas de veces en el pasado. Y en realidad es así. Cambia la víctima pero el sufrimiento y el modo de hacérselo padecer varían tan sólo en pequeños matices. Y lo tremendo es que todas las narraciones procedentes de uno de esos lugares son increíblemente parecidas a las que provienen de cualquier otro país sometido al comunismo en la actualidad o en el pasado.
Las historias de arrestos arbitrarios, largas penas prisión, palizas, expulsiones del puesto de trabajo o escarnio público son una constante. No llegan noticias de la clausura de medios de comunicación debido a que, una vez afianzado el sistema comunista, se prohíben todos aquellos que no sean oficiales en un plazo de tiempo relativamente corto. Los periodistas no cuentan, y gran parte del público no está interesado en que lo hagan, cada detención o cada tortura a un disidente debido a que llega un momento en que deja de ser noticia. Tan sólo en momentos de máximo paroxismo represivo, como fue la Primavera Negra de 2003 en Cuba, este tipo de noticias vuelve a los medios.
Sin embargo, no por aburrir deja de ser terrible. Cada experiencia vital de cada uno de los millones de seres humanos sometidos al comunismo u otros sistemas dictatoriales es una historia de sometimiento, miedo o desesperación. Y no se les puede reclamar otra cosa, no se puede exigir a nadie que sea un héroe. Existen excepciones, aquellas personas que se enfrentan a los tiranos y cargan con consecuencias como la cárcel, las palizas, el exilio o la destrucción de sus medios de subsistencias. Sin embargo, precisamente por enfrentarse a una represión tan terrible como monótona, también sus vidas terminan pareciéndose entre sí y dejan de interesar a buena parte del resto del mundo.
Por ellos (y también por todos esos millones de seres humanos que no consiguen ser héroes) merece la pena no dejarse abatir por el aburrimiento causado por la monotonía. Compensa moralmente seguir denunciando, con los medios de los que disponga cada uno, el terror de dictaduras como la cubana o la china. Muchos se han dejado convencer por su propaganda, otra práctica en la que el comunismo es terriblemente eficiente. Que al menos, entre el resto de personas, haya quien no se deje vencer por la sensación de hartazgo que logra imponer el totalitarismo de la hoz y el martillo, además de otras dictaduras de diferente signo.
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