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Condenados a la estanflación

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De un tiempo a esta parte en determinados círculos, se ha empezado a escuchar, entre susurros, el término “estanflación”. Entendemos la estanflación como la coincidencia en un mismo periodo, de inflación y, bien estancamiento económico, bien recesión. Es algo raro de ver, puesto que las medidas de política monetaria que crean inflación (políticas expansivas), también generan crecimiento económico y las que reducen el crecimiento (políticas monetarias restrictivas), disminuyen también la inflación.

Cuando se dio a conocer al público por primera vez este fenómeno, fue con la crisis del petróleo de 1973, que provocó por un lado una profunda recesión económica y por otro, al aumentar el precio del petróleo, aumentaron los costes de producción y con ello los precios. Ante aquello, la tradicional política de medidas expansionistas para salir de las crisis dejó de funcionar, al aumentar estas, aún más, la inflación existente. Por lo que las viejas ideas keynesianas quedaron desfasadas y empezó a ponerse de moda otra corriente totalmente distinta, que venía de la escuela de Chicago.

La solución que propuso dicha escuela, y que funcionó, fue primero estabilizar los precios con una adecuada política monetaria, aunque esto agravase momentáneamente la recesión. Y una vez esto estuviese controlado, se empezaría, mediante bajadas impositivas y una disminución del peso del Estado, a conseguir crecimiento económico. El mejor ejemplo de todo este fenómeno lo tuvimos en Reino Unido, con una fuerte estanflación en los años 70, y la aplicación de todas estas medidas en los años 80, por parte del gobierno de Margaret Thatcher, que aunque muy al principio fueron dolorosas, acabaron trayendo una década entera de un fuerte crecimiento económico.

Hoy en día es innegable que caminamos hacia la estanflación, con inflaciones cercanas a los dos dígitos y estancamiento, cuando no recesión (EE.UU. está ya oficialmente en recesión). Sin embargo, tenemos un problema adicional, que dificulta aún más el enfrentarse a la estanflación, y es la deuda, que nos impide llevar a cabo una correcta política monetaria que en esta situación. Conllevaría una fuerte subida de tipos de interés, y muchas economías quebrarían al no poder hacer frente a sus costes de la deuda. Además por si fue poco, los últimos años de crecimiento que han vivido nuestros países, en buena medida no se han debido a mejoras en la productividad o eficiencia, sino a unos estímulos sin precedentes de los bancos centrales; nuestra economía estaba dopada.

Todo esto nos lleva a un dilema con difícil solución. Nuestras economías llevan años sin crecer si no son dopadas mediante estímulos monetarios, estímulos que ya tampoco podemos soportar, puesto que crean una gigantesca inflación como estamos viviendo, pero a la cual no nos podemos enfrentar como se debe, puesto que hundiríamos la economía y por los tipos de interés, muchos gobiernos quebrarían.

Viendo los últimos movimientos de los organismos económicos, parece que como el menor de los males, aceptarán un término medio. Es decir, una política monetaria un poco restrictiva, insuficiente para acabar con la inflación, pero al menos que la mantenga algún punto porcentual por debajo de la actual y lo suficientemente laxa, como para que no quiebren los estados híper-endeudados.

El objetivo fundamental de los bancos centrales es mantener la estabilidad de precios y el de los gobiernos, el mantener una situación político-económica estable y segura, que permita el crecimiento económico y con ello la mejora del resto de variables como el paro, la pobreza… Podemos decir sin ningún atisbo de duda, que ambos han fracasado estrepitosamente.

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