Vivimos tiempos pretendidamente revueltos, por no decir activamente revueltos por los medios de comunicación y las redes sociales. Desde que empezamos a sufrir la pandemia del COVID (y, sobre todo, las draconianas medidas impuestas por los Gobiernos para prevenir sus hipotéticos efectos), nos hemos metido de lleno en una sucesión de futuras catástrofes. Los medios han descubierto que el alarmismo proporciona clicks. Al menos, de momento, que todos sabemos cómo termina la fábula del pastor y el lobo.
En efecto, en los últimos meses se han unido a la ya tradicional emergencia climática (que, para quien no lo sepa, empezó en los años 60) y a la más artificial si cabe emergencia de género, otras muchas. En marzo de este año, las estanterías de los supermercados se iban a quedar vacías. En algún otro momento, convenía llenar el depósito porque se iban desabastecer las gasolineras. Mientras escribo, nos dicen que no habrá combustible para este invierno, y contemplamos el fin del mundo en forma de incendios a nuestro alrededor. Hoy mismo avisan de posible sequía en, tachán, Francia. A quien haya visto el Ródano o el Sena le resultará impensable que tales ríos se vayan a quedar sin agua, pero ahí queda la amenaza.
Y así continúan zarandeándonos los medios de una alarma a otra, y lo seguirán haciendo mientras les reporte beneficios en forma de audiencia y clicks. De ello se deduce que una primera forma de poner coto a este alarmismo generalmente injustificado es evitar “pinchar” en esas noticias. Si de verdad nos vamos a quedar sin suministros, da igual ser el primero en enterarnos o el tercero, así que dejar esas noticias sin seguimiento puede ser una forma de invitar a sus autores a buscar audiencia de otras formas.
Sin embargo, no es de eso de lo que quiero hablar. Nada ni nadie nos puede garantizar que las catástrofes antes citadas, u otras similares, no vayan a ocurrir. Es ciertamente posible un escenario en que los supermercados se quedan sin mercancías: ha ocurrido en el pasado en muchos sitios, ocurre en la actualidad en algunos, y pasará en el futuro. Pero lo que no hay que olvidar es que no estamos solos ante esas posibles catástrofes. De nuestro lado están todos los emprendedores que luchan día a día para que su actividad continúe.
Sí, para nosotros sería una situación terrible llegar al supermercado y no poder comprar las cosas que necesitamos. ¿Y para el dueño del supermercado? Es evidente que para él la situación sería aún peor. Así pues, cada vez que alguien trate de alarmarnos, pensemos en todos aquellos emprendedores que van a hacer lo imposible por evitar la catástrofe, no por amor a la sociedad, sino porque necesitan seguir viviendo y ganando dinero con su actividad.
Ahora bien, para que los emprendedores pueden hacer esta labor “organizadora” del caos social de preferencias, es necesario que tengan las manos libres, que tengan libertad de movimientos para imaginar y ejecutar esos planes que van a resolver los distintos problemas que confrontan.
Y es aquí donde encontramos la verdadera razón para el alarmismo. En la medida en que un sector económico está más regulado, más difícil es la actividad del emprendedor, y más probabilidad existe de que el desastre anunciado se materialice. Las catástrofes humanitarias de países como Corea del Norte y Venezuela, lugares donde efectivamente los lineales de los supermercados están vacíos, se deben precisamente a la prohibición, más o menos explícita, de emprender.
En otros países, por suerte, el Estado no asfixia completamente al emprendedor, por lo que podemos tener una expectativa razonable de que las tiendas, mal que bien, seguirán teniendo cosas que vendernos. Hay muchos empresarios empeñados en que así sea. Pero, aunque no lo asfixie en general, existen bastantes actividades que sí sufren una enorme carga regulatoria.
De las amenazas que se ciernen sobre nosotros, la que me parece más creíble es la que tiene que ver con el sector energético. Desgraciadamente en este sector poca ayuda cabe esperar de los emprendedores, puesto que la regulación es asfixiante, es un sector prácticamente en planificación central por los Estados, al menos en Europa.
Así pues, ¿existen razones para alarmarse? Continuamente, pero no por las sensacionalistas que dan los medios, sino porque toda actividad empresarial se enfrenta diariamente a la incertidumbre. La buena noticia es que los emprendedores, tienen mucho más interés que nosotros en que esa incertidumbre no se traduzca en catástrofe para nuestras vidas. La mala noticia es que eso solo sucede cuando el Estado les deja actúar, y que en la actualidad el Estado interviene actividades económicas tan fundamentales como la provisión de energía, hasta el punto de impedir la actividad empresarial.
Cuando nos anuncien la eminente catástrofe, pensemos que no estamos solos contra ella, a nuestro lado hay miles de emprendedores tratando de evitarla, acostumbrados a impedirlas día a día. Pero recordemos también que en frente de ellos, y en consecuencia de nosotros, se alzará muchas veces el Estado y su intervención, haciendo más probable que la catástrofe se materialice. Tengamos claro en todo momento quiénes son nuestros aliados y quién nuestro enemigo. Ya quedó sobradamente demostrado en la pandemia del COVID, no se nos olvide ahora.
2 Comentarios
Elocuente exposición.
El amor a la sociedad pasa ineludiblemente por el amor a uno mismo y ello motiva, y mucho, a las personas en su acción humana. Esto es lo que hace verosímil y sostenible la confianza y el respeto mutuo. La compatilidad de planes mediante los intercambios voluntarios entre personas libres distintas con objetivos diferentes sujetas a restricciones endógenas y exógenas es algo fundamental que debe preservar, defender para lograr vía mercado la mejor y mayor actividad económica.
Gracias Fernando.
Atte. José Manuel González Pérez.
Elocuente exposición.
El amor a la sociedad pasa ineludiblemente por el amor a uno mismo y ello motiva, y mucho, a las personas en su acción humana. Esto es lo que hace verosímil y sostenible la confianza y el respeto mutuo. La compatibilidad de planes mediante los intercambios voluntarios entre personas libres distintas con objetivos diferentes sujetas a restricciones endógenas y exógenas es algo fundamental que debe preservar, defender para lograr vía mercado la mejor y mayor actividad económica.
Gracias Fernando.
Atte. José Manuel González Pérez.