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Contra el ‘sumacerismo’

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Desde el comienzo del estudio de la economía como ciencia —e incluso antes— ha habido ciertas voces que han atribuido la riqueza de unos pocos afortunados a la miseria y a la privación material del grueso de la población. Es posible que antes de la revolución industrial esto fuera así, pues la productividad era extremadamente baja y el excedente de lo que se producía cabía en muy pocas manos. Por lo que las posibilidades de ahorro y acumulación de capital de los más humildes eran tendentes a cero.

Como todos ya sabemos, si algo hizo la revolución industrial fue aumentar de forma exponencial la productividad. Las economías de escala permitían abaratar costes de producción y hacer que bienes que antes estaban reservados a unos pocos privilegiados, estuviesen al alcance del grueso de la población. Este proceso, que comenzó a mediados del siglo XVIII, podría afirmarse que llegó a su cúspide en el siglo XX, cuando Ford consiguió mecanizar el proceso de ensamblado de vehículos, ubicándolos al alcance del ciudadano promedio americano.

Sí, desde luego que este avance propiciado por el aumento exacerbado de la productividad tuvo un efecto muy positivo en la sociedad americana. Pero desde luego el mayor beneficiado fue la propia corporación de Ford, que engrosó sus resultados de una forma mucho más meteórica que aquellos productores de coches cuyo público objetivo eran los estratos de la sociedad más adinerados.

Riqueza y progreso

¿A dónde quiero llegar con esto? Pues bien, si efectivamente la economía fuese un juego de suma cero, los empresarios y las clases más adineradas, perderían riqueza a medida que el resto de las clases sociales fuesen ganando poder adquisitivo. Pero esta aseveración solo tiene fundamento en un mundo en el que existen élites extractivas que solo se limitan a disfrutar de la producción, frente a una casta trabajadora que se dedica a producir para la élite. Tal como podría suceder en el Feudalismo o en la Grecia Clásica.

Al pasar de un sistema de castas a un sistema de clases donde individuos libres intercambian derechos de propiedad a través del mercado, el que le vaya bien económicamente a los consumidores, desembocará ineludiblemente en que les vaya bien a los productores.

Por tanto, en el momento en que haya prosperidad en los países menos desarrollados, habrá un incremento sustancial en las clases medias de esas regiones, que harán uso de su poder adquisitivo para comprar más productos y servicios. Y este aumento del consumo tendrá como consecuencia el aumento de los márgenes empresariales y de la riqueza de los empresarios. A su vez, este aumento de los resultados empresariales empujará los salarios al alza —lo que hará que los trabajadores tengan más renta disponible con la que puedan adquirir bienes y servicios que hagan crecer la economía mediante un ciclo ad infinitum—. De esta manera, los empresarios son, en última instancia, los mayores beneficiados de la extinción de la pobreza.

Por tanto, no hay que preocuparse de cómo se reparte el pastel que la economía mundial es, sino que hay que esforzarse por hacer más grande dicho pastel a través del incremento de la productividad global.

La trampa de la trampa de la pobreza

El principal problema que aleja a los países más pobres del desarrollo es lo que en economía del desarrollo se ha denominado «el círculo vicioso o la trampa de la pobreza». En resumidas cuentas este concepto viene a decir que los países pobres no pueden aumentar su productividad porque (a) carecen de la infraestructura básica necesaria para que aumente su productividad marginal —como carreteras, sistema eléctrico o puertos funcionales—; (b) los ingresos de las familias son tan escasos que les resulta imposible cubrir sus necesidades más básicas, por lo que no pueden obtener el ahorro necesario para que se dé la acumulación de capital requerida en los procesos de industrialización; y (c) se carece de mano de obra cualificada que requieren los puestos de trabajo especializados de la industria.

En muchas ocasiones se ha planteado que la única manera para conseguir que los países salgan de este círculo vicioso de la pobreza reside en las ayudas monetarias internacionales. Es decir, que Estados ricos e instituciones supranacionales rieguen de dinero público a estos países. Y aunque este recurso puede ser una condición potenciadora o incluso necesaria para el desarrollo de las economías, desde luego que no es una condición suficiente. Porque, si así fuera, hubieran bastado los miles de millones de divisas que se han entregado a coste cero a África para acabar con su pobreza y, como todos sabemos, África sigue siendo mayoritariamente pobre.

Por qué fracasan los países

De nada sirve regar con dinero a países pobres, si ese dinero va a parar a dictadorzuelos corruptos y tiránicos que se dedican a vivir como maharajás, mientras que su población se hunde en la miseria. Es decir, que la precondición básica para el desarrollo económico y civilizatorio radica en que existan un conjunto de instituciones que salvaguarden la propiedad privada y el derecho de los ciudadanos a desarrollar el libre ejercicio de la función empresarial. A esto se referían Acemoglu y Robinson cuando hablaban de la distinción entre las instituciones inclusivas y extractivas en Por qué fracasan los países.

Una de las mayores limitaciones que tiene la ayuda internacional desinteresada es, precisamente, ese último adjetivo. Los países emisores de dinero público no tienen incentivos claros y directos de que mejore la situación de los países pobres, por lo que no se preocupan en exceso cuando estas ayudas no surten el efecto deseado.

Por el contrario, los mecanismos que bajo mi criterio mejor consiguen alinear incentivos son aquellos en los que la relación es de win-win, es decir, que el éxito de un participante garantiza el éxito del segundo y viceversa. Por tanto, la inversión extranjera en países en desarrollo y subdesarrollados es la manera más eficaz de industrializar y desarrollar a las regiones más pobres del globo.

Riqueza: suma positiva

Esto es así debido a que las empresas provenientes de países ricos obtienen un beneficio económico a través de la deslocalización por la reducción de costes —sobre todo fiscales y de capital humano—; a cambio de insertar en esas regiones una base de capital físico e infraestructuras, mano de obra cualificada, saber hacer, y condiciones salariales más competitivas que las de los negocios locales. Pero, como se ha mencionado antes, para que estas empresas vean deseable instalarse en estos países debe existir unas instituciones que garanticen la defensa de la propiedad privada mediante mecanismos institucionales como la seguridad jurídica.

Para concluir este artículo simplemente quiero recalcar que las empresas privadas son las principales interesadas en que deje de existir la pobreza. Pero esta permanecerá anquilosada de forma inexorable en el planeta, mientras que existan élites extractivas que no estén dispuestas a que los principios del capitalismo de libre mercado imperen en su territorio.

La economía no es un juego de suma cero, al menos, en el capitalismo.

Ver también

No es un juego de suma cero. (Juan Ramón Rallo).

La riqueza. (José Carlos Rodríguez).

La acumulación capitalista. (Santos Mercado).

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