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Contra la armonización fiscal

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Desde hace algún tiempo, la OCDE, pretende conseguir que no haya competencia fiscal en el mundo para que así los impuestos sean aún más draconianos y no haya donde proteger el dinero de la rapacidad fiscal.

En la Unión Europea, este proyecto enerva las mentes de nuestros burócratas. De ahí que, ante la propuesta de armonización de la base imponible del Impuesto sobre Sociedades, encabezada por la Comisión Europea, el Instituto Juan de Mariana haya considerado oportuno sumarse a la petición del Instituto Lituano por el libre mercado junto con otras 22 Fundaciones liberales contra este proyecto intervencionista.

Para entender de lo que estamos hablando necesitamos entender someramente cómo se calcula el Impuesto sobre Sociedades. Resumiendo mucho, la base sobre la que se aplica el tipo impositivo es el beneficio de la empresa. Es decir, la diferencia entre ingresos y gastos. Ahora bien, en la definición de qué gastos son deducibles contablemente y cuáles no fiscalmente, empieza el margen de actuación de un país como España. También por el lado de las deducciones en cuota o del reconocimiento fiscal de las pérdidas generadas en ejercicios precedentes, existe un amplio margen de maniobra.

Es evidente que, en la medida en que se aumentan las bonificaciones fiscales, aun sin apenas retocar el tipo impositivo, se puede reducir drásticamente la presión fiscal. Esto es, de alguna manera, lo que ha hecho España durante el gobierno del presidente Aznar y lo que ha permitido que nuestro país reduzca su brecha con el resto de Europa. Sin embargo, el ejemplo más plástico de que bajar los tipos es aún mejor medida, ha sido el de Irlanda. Como señaló José Carlos Rodríguez, en aquél país "el tipo del Impuesto de Sociedades se rebajó del 40 por ciento en 1996 al 24 por ciento en 2000" hasta "el 12,5 actual", lo cual ha hecho elevar de forma significativa su nivel de vida.

Ahora imaginemos por un momento qué pasaría si se impusiera una base imponible común en toda Europa. ¿Creen acaso que las deducciones seguirían siendo las mismas? ¿Y los porcentajes de amortización de los bienes?

Eso sí, según la batería argumentativa de los proponentes de la armonización fiscal, el objetivo no es aumentar los impuestos sino mejorar la competencia, el libre comercio, garantizar la correcta distribución de recursos y de ingresos fiscales para los Estados miembros y simplificar las obligaciones fiscales.

Desgraciadamente, la lógica contraría las buenas palabras de los eurócratas. Lo primero que hay que tener en cuenta es que los impuestos son fundamentales a la hora de invertir en un país o en otro. De ahí, que no se entienda muy bien cómo la propuesta estatista puede ser un acicate del libre comercio, máxime porque, como señala el LFMI, la competencia fiscal genera oportunidades de "producir productos y servicios más baratos".

Otro de los argumentos que se esgrimen, es el de que gracias a este proyecto se conseguirá reducir la carga administrativa que padecen las empresas. Sin embargo, de nuevo estamos ante un caso más de wishful thinking. Como se ha visto con el Impuesto sobre el Valor Añadido, aun siendo este un impuesto verdaderamente armonizado, coexisten tipos diferentes, distintos grados de implementación de la Sexta Directiva y, cómo no, derogaciones excepcionales según el país.

Al contrario que en el Impuesto sobre Sociedades, tiene más sentido armonizar un impuesto indirecto que grava operaciones multinacionales para así evitar la doble imposición. En cambio, en un impuesto que grava los beneficios de las empresas y no las sucesivas entregas de bienes y prestaciones de servicios en las cadenas de producción y distribución, resultaría del todo inoportuno.

Aunque podríamos extendernos para cubrir todas y cada una de las excelentes críticas con el que el LFMI desmonta uno a uno cada argumento de la Comisión, creemos que lo mejor es que se lean el manifiesto y el brillante estudio que lo acompaña. Especialmente, convendría que todo empresario al que le preocupe el futuro de su negocio lo analizara atentamente porque el progreso económico está en juego y con él, todo el esfuerzo que hasta ahora ha invertido.

Pensemos por un instante en que si no somos capaces de oponernos a una medida que se saldará con un coste fiscal mayor, entonces Europa tendrá que pensar que la prosperidad fue un sueño de una noche de verano.

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