Uno de los motores que sostienen el discurso político de los socialistas de todos los partidos es la búsqueda de la igualdad dentro de las sociedades modernas.
Uno de los motores que sostienen el discurso político de los socialistas de todos los partidos es la búsqueda de la igualdad dentro de las sociedades modernas. A la igualdad ante la ley e igualdad de oportunidades se añadió el igualitarismo como objetivo político y económico. Esta idea ha permeado de forma transversal en diferentes corrientes de pensamiento y parece haberse convertido en el ideal social al que aspiran las democracias con el Estado del Bienestar como instrumento corrector de todas las desigualdades.
Economistas de la desigualdad como Thomas Piketty promueven la idea de que la brecha entre pobres y ricos ha aumentado en el mundo de forma errónea induciendo, además, a que la política debe solventar estas desigualdades. A pesar de que cuando las reglas son justas y se parte con igualdad los resultados no son siempre iguales, todos somos diferentes en capacidades, anhelos y visiones. Diferentes son los caminos vitales que emprendemos y nos llevan a metas diferentes, no necesariamente mejores pues las valoraciones que hacemos en la vida son también dispares y para lo que uno es un fracaso para otro es éxito y viceversa. Parece mentiras que aquellos mismos que dicen que el capitalismo es la religión que profesa don dinero den tanta importancia a la renta o patrimonio sin tener en cuenta que el camino que nos lleva a la felicidad no se basa en el tamaño de la cuenta corriente ni el número de inmuebles que podemos acumular.
Además, existe una terrible contradicción entre los defensores del igualitarismo progresista y su discurso sobre la tolerancia. La tolerancia bien entendida implica desigualdad y diferencia, tolerar al que es, o piensa, igual que nosotros no es tolerancia, es auto afirmación y no merece ningún esfuerzo ni mérito. La tolerancia implica respetar ideas, creencias y prácticas de los demás aun cuando son diferentes o, más importante aún, cuando son contrarias a las nuestras. El nivel de tolerancia de una sociedad puede definirse en el modo en el que trata al diferente. La consecuencia política del igualitarismo es terminar con la diferencia a través de la intervención pública y la coacción que ofrecen las herramientas del Estado, algo que queda muy alejado de las intenciones buenistas y lecciones moralistas de los burócratas. Y es que tras la ambición igualitaria se esconde un espíritu intolerante promovido por la envidia. Los nacionalismos, la fobia a los inmigrantes no son más que desagradables consecuencias de la cruzada contra el diferente. La economía no es el único factor de intervención política pero sí es el vector a través del que se canalizan y justifican muchas otras intromisiones en nuestras vidas.
No es extraño que en muchas sociedades el rico tenga que esconderse, las arrugas que no encajan en el ideal de belleza se desprecien o que al enfermo se le aparte de la sociedad. Tampoco es algo nuevo, históricamente las loquerías han sido el lugar perfecto en el que recluir a todo aquél que no encajaba por una razón u otra, en muchos casos por desconocimiento de males que actualmente tienen tratamiento o que, sencillamente, hoy ya no se consideran enfermedades mentales. Todos los estados totalitarios han abusado de manicomios y campos de reeducación que les permitían perseguir al disidente con la aquiescencia de la sociedad que se considera a sí misma normal. La prisión perfecta en la que cualquier apestado social tenía cabida liberando a los demás de su desagradable presencia.
En contraposición, el liberalismo abraza la tolerancia y la enarbola como bandera. Asumir que el otro, a pesar y a propósito de sus diferencias, es un igual conlleva que políticamente no estemos interesados en dirigir ni organizar su vida, a la restricción de los poderes del Estado en lugar de su expansión. Las sociedades abiertas son aquellas en las que la tolerancia no se da solo entre iguales –algo característico de las sociedades cerradas o grupos privilegiados- sino que se abre con todas las consecuencias aceptando al otro con todas las consecuencias.
El liberalismo es mucho más que una corriente económica, la economía solo es un aspecto de la visión liberal de la vida. Tratar la economía como una entidad diferente y aislada de la política y la sociedad es un error, implica asumir los presupuestos de los enemigos de la libertad que esconden sus intenciones disgregando el ideal de la libertad y la tolerancia para controlar nuestras vidas a través de la economía. Poco a poco y sin que podamos darnos cuenta, adornando las consecuencias nefastas del igualitarismo con las mejores intenciones y buenas palabras. La lucha socialista contra la desigualdad no es otra cosa que la persecución del diferente para homegeneizar la complejidad humana reduciéndola a una pieza más dentro de un gran programa de planificación política y económica.
Como escribe María José Villaverde en su prólogo a la Antología Esencial de Alexis de Tocqueville, “…tal vez el mayor peligro que acecha a las sociedades democráticas sea la pasión por la igualdad, que reduce con el mismo rasero a todos los individuos, que descabeza lo que sobresale, lo que destaca, lo excéntrico y lo diferente, que la mayoría de los ciudadanos no tolera. Vivimos en una época en la que la opinión de la mayoría y el poder arrollador de la opinión pública amenaza gravemente la libertad. Ese poder modela sutilmente nuestras mentes, nos oprime y nos coarta sin que nos demos cuenta.”
Para todo planificador el que piensa diferente, el que nada a contracorriente, el inadaptado o el rebelde, solo es un obstáculo en su sociedad utópica al que se debe normalizar. No nos resignemos a vivir según esos designios de la opinión de la mayoría, de la corrección política, de la vida buena que definen los burócratas en sus boletines oficiales del Estado y de las Autonomías. No permitamos una sociedad sin diferencias ni personas únicas y extraordinarias, recelemos de la igualdad a toda costa que nos mata en vida y que solo alcanzaremos con la muerte tal y como escribió Jorge Manrique en las Coplas por la muerte de su padre:
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
17 Comentarios
Le felicito por atreverse a
Le felicito por atreverse a publicar este artículo (y con ese título).
Felicita usted por ¡atreverse
Felicita usted por ¡atreverse a publicar un artículo! Y yo que pensaba que el Santo Oficio estaba abolido
Es digno de felicitar. El
Es digno de felicitar. El Santo Oficio ya no existe, pero sí existe la dictadura de la mayoría, que en el fondo es lo mismo: la muchedumbre señalando al disidente, para que las autoridades le «corrijan». Parece que no, pero en pleno siglo XXI resulta complicado que un articulista se señale públicamente con semejante título «Contra la igualdad». El 90% de nuestra sociedad se echaría las manos a la cabeza si lo lee, así de interiorizado tenemos el mensaje igualitario.
Estoy seguro de que nuestro
Estoy seguro de que nuestro articulista no se siente un héroe por decir lo que debe. Bien está felicitarle, pero no por su osadía, que suena algo equívoco y mojigato, en plan (ojiplático y sacudiendo la mano) “huy lo que ha dicho” o “te vas a enterrar tú». Hay que rebelarse con normalidad y sin ningún complejo contra la “corrección política”, porque es peor interiorizar el temor que el igualitarismo.
¿Y cómo conseguir la igualdad
¿Y cómo conseguir la igualdad de oportunidades “liberal» si no es mediante intervencionismo del Estado (en cualquiera de sus variantes) en el individuo y en la sociedad?
La igualdad de oportunidades
La igualdad de oportunidades mediante coacción no es liberal. Sólo la igualdad ante la ley
Realmente es un discurso que
Realmente es un discurso que deberíamos incluir en el actual debate político y hacer frente a esta «nueva política», con la que nos quieren hacer comulgar los visionarios del populismo.
Felicidades .
A los correctores de
A los correctores de desigualdades les suelen resultar incómodas las preguntas sobre el mérito y sobre la coacción.
Preguntémosles.
No sé, imaginemos a una
No sé, imaginemos a una persona que hace todo el mérito pero cuyo poder adquisitivo no puede aspirar a pagar su matrícula de universidad, como ya ha pasado. Podemos decir, que trabaje y estudie al mismo tiempo. ¿Podrá ser excelente ese estudiante si trabaja la mitad del día? La respuesta es no, luego ¿qué hacemos si el estado no da las mismas oportunidades a todos para ser lo más excelentes posible? Podemos decir: «Que acudan a un préstamo de estudios como hacen en USA». Sabemos que esos préstamos no se dan a la ligera y que muchas personas en base a su poder adquisitivo o avales familiares no pueden hacerle frente, luego no pueden estudiar. ¿Qué queda? preguntamos. Queda la universidad pública, contestamos. Universidad pública que, de nuevo, se financia con fondos públicos. ¡Maldad! ¡Mis impuestos no pueden ir a pagar los estudios de los demás!
Con la indulgencia de Pizarro
Con la indulgencia de Pizarro, voy a terciar.
Usted se ha respondido: préstamos de estudio. Claro que no se dan a la ligera y precisan un aval como es acreditar capacidad suficiente para culminar tal proyecto con éxito y poder devolver de este modo el préstamo. Negocio redondo. No otro tipo de avales, en cuyo caso se trataría de un mero préstamo genérico y no de estudio ¿Pretende hacerse trampas en el solitario?
Comprobamos, como siempre, que el mercado soluciona el problema de manera incomparablemente más eficaz y ética que el estado, pues no violenta a nadie para favorecer a otros.
Igual si las becas no fueran
Igual si las becas no fueran universales y sí ad hominem, teniendo en cuenta criterios meritorios…
Hola Carlos
Hola Carlos
Las personas con expedientes de matrícula de honor y las que trabajan y estudian, son personas con muchísimas oportunidades gracias a su esfuerzo.
Miquel, maravilloso artículo
Miquel, maravilloso artículo de denuncia del totalitarismo igualitario, ese que anula nuestras libertades y potencialidades individuales.. Lo paso a mis listas.
Fernando Nogales
La igualdad es la peor de las
La igualdad es la peor de las injusticias !
Excelente, pero realmente
Excelente, pero realmente excelente.
El igualitarismo no existe
El igualitarismo no existe como ideal o doctrina, pues no pasa de grosera inconsistencia en tanto resulta absurdo realizar una valoración moral de la igualdad en abstracto, sin especificar lo que se equipara y a efectos de qué. No tiene ningún sentido aplaudir o condenar la igualdad fuera de contexto.
El igualitarismo sólo se torna inteligible como mera y burda instrumentalización política de la envidia y bajos instintos. Se trata de un simple medio de manipulación y embaucamiento, no el objetivo real de ninguna ideología. Resulta notorio que los socialistas no defienden la igualdad política, pero tampoco el más descerebrado reconocería como ideal la igualdad económica en la miseria.
La igualdad, el multiculturalismo, la discriminación positiva… son sólo entelequias y pamemas pergeñadas para intentar justificar los intereses de burocracias expansivas y grupos clientelares de presión, es decir, la intervención estatal en suma. Podemos entrar al trapo y hasta quitárselo, con la seguridad de que sacarán otro.
Entre pensando que iba a
Entre pensando que iba a encontrar una encendida diatriba en contra de las relaciones reflexivas, simétricas y transitivas.
El problema del articulista, y de sus adlatares, es que no tiene una idea clara y distinta de lo que la igualdad es (verbigracia, igualdad siempre dice diferencia de algún modo, por el principio de los indiscernibles). Y como no sabe lo que es, tampoco critica la utilización oblicua de una idea de raigambre lógico-matemática en un ámbito social.
Y esto es importante porque la cuestión que se hurta es si socialmente es problemática grandes diferencias de acceso a los recursos. Si es importante el grado de segmentación social, si es factible el ascenso social (en general, la movilidad social), si una gran concentración de los bienes de capital impide la entrada a nuevos actores, si los beneficios se deben a innovación o a rentas de posición (no necesariamente vía intervención gubernamental). Etcétera.
Y hablando en términos más subjetivos, lo que tienen que responder es por qué (esto es, qué base tiene) que haya gente —y parece que no pocos— que prefiera que socialmente las diferencias de acceso a bienes, rentas y medios de producción sea la menor posible, sin necesariamente caer en la ley de Jante. Y explicar por qué no sólo apelando a los grupos de interés, la propaganda o la ignorancia de la gente (puesto que lo mismo se podría argüir frente a sus posiciones) sino al funcionalismo de tal «igualdad».