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Contra la nación

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La lucha contra la idea de nación, la lucha contra el nacionalismo, es la lucha contra el Estado.

La grave situación que vive España es una ocasión muy a propósito para contribuir a aclarar el concepto de nación y las implicaciones que tiene. Para hacerlo vamos a retrotraernos al abate Sieyès, que teorizó sobre la nación. Para él, es un concepto asociado al fin del antiguo régimen, y vinculado a la igualdad ante la ley y al concepto de ciudadano. En el antiguo régimen la situación de cada persona dependía de un complejo entramado de relaciones entre dependencias y privilegios, órdenes y estamentos, que acababa en la figura del Rey como cúspide de la comunidad política. En el régimen que surge de la Revolución Francesa, la relación entre los individuos cambia radicalmente, y forma parte del ámbito de las relaciones voluntarias. Sieyès identifica al tercer estado, al pueblo, con la nación. Pero como los otros dos pierden sus privilegios, todos acaban convirtiéndose en nación.

Para Sieyès, la nación no es un concepto abstracto. Dice el Abate: “¿Dónde buscaremos la nación? Allí donde se encuentra, a saber: en las cuarenta mil parroquias que abarcan todo el territorio, esto es, todos los habitantes y tributarios de la cosa pública; en ellos reside, sin duda la nación”. “Tributarios de la cosa pública”, dice. Habla también de una “agrupación de productores”, trabada por el comercio. Es una concepción materialista de lo que constituye la nación. Nada que ver, por ejemplo, con la expresión de una cultura común.

Antes de la nación, no hay nada; sólo el derecho natural. Ella es el origen de todo. Primero se constituye como comunidad social, económica, y después como comunidad política. La nación es el poder constituyente de la organización política. En ella reside la soberanía; la soberanía nacional. La nación entrega su voluntad, que se ha de plasmar en la organización política. La nación construye al Estado. ¿Cómo lo hace? Es un “todo volitivo y actuante”, una idea que, llevada a sus últimas consecuencias, conduce al totalitarismo. Esa nación llega a la Constitución por medio de un “torrente revolucionario”. Recordemos que el abate de Fréjus escribe Qué es el tercer Estado en enero de 1789, nada más estallar la Revolución. El objetivo de esa constitución del poder, o de esa Constitución, con mayúsculas, es dotar de unas leyes que recogen y protegen sus derechos, y un Estado que es el agente del pueblo y el garante del mismo.

Sería un contrasentido que la nación se limitara a sí misma. Lo dice elocuentemente el abate Sieyès: “Sería ridículo suponer a la nación vinculada ella misma por formalidad alguna o por la Constitución”. O «la nación que ejerce el poder constituyente debe encontrarse, en el ejercicio de esta función, libre de todo constreñimiento y de toda forma”. Eso va también por la idea de la separación de poderes, pues “si la constitución separa los poderes y cada uno de ellos se limita a su cometido especial estricto, no pudiendo desbordarlo sin incurrir en usurpación o crimen, ¿dónde situar la gigantesca idea de soberanía?”. El poder de la nación no tiene límites. ¿Podría ocurrir entonces que el Estado alcanzase un poder que se utilizara contra su propio pueblo? No, porque la nación mantiene su poder original y creador, y puede derrocar al Estado y forjar una nueva Constitución.

Visto con el tiempo, las ideas de Sieyès son muy ingenuas. Pero en gran parte son el origen del grueso del pensamiento político actual, porque nadie, o prácticamente nadie, pone en duda el concepto de soberanía nacional. Los liberales, o cualquiera que tenga ojos, sabe que no hay una voluntad común. Pero sí puede haber voluntades mayoritarias, así como coaliciones o partidos mayoritarios, que ocupen el cetro de la soberanía nacional y con él dicten leyes que respondan a esa voluntad, y no necesariamente al respeto de los derechos individuales.

Una vez creado el monstruo de la nación como depósito de la voluntad de un pueblo, no hay límite a lo que se puede poner en el altar de la soberanía nacional. Cualquier ensoñación sobre lo que debe ser la sociedad ideal, cualquier destino esencial y eterno, cualquier conjunto de valores inmarcesibles, el futuro esplendoroso de la nación, una vez liberada de los grilletes de las viejas leyes y los derechos egoístas de las personas. Todo tiene cabida. La nación es la creadora de la política y es la receptora de la misma: “El pueblo es el gobernado; la voluntad constitutiva es toda la nación, antes de cualquier distinción entre los gobernadores y los gobernados, antes de cualquier constitución”, pero también después.

El concepto de nación es esencialmente revolucionario. Puede serlo en grado extremo. Puede ser simplemente reformista, gradualista. Pero es un concepto que tiene la semilla totalitaria de la superación de los intereses de cada uno de los ciudadanos en favor de los intereses de “todos”. Total es la voluntad de la nación. Frente a ella, cada uno de nosotros somos un obstáculo inane e insignificante.

La nación es un concepto totalizador. Como tal, carece de matices, los aborrece. Aunque para Sieyès es una realidad concreta (él habla de la nación francesa y considera ridícula la posibilidad de que hubiese multitud de pequeñas naciones en su país), la nación acaba siendo la plasmación de un programa político.

Lo estamos viendo en varias partes de España. Pero es que lo decía el propio abate. Así como la nación constituye al Estado, el Estado a su vez modela la nación; la transforma. La crea. La hace suya. Le confiere una identidad. Le somete a la asunción de un conjunto de valores eternos. Le exige lealtad.

Creo que una política liberal tiene que acabar con el concepto de nación. No por ello tiene que ser ciega ante la realidad de que hay comunidades políticas, de que los individuos son animales políticos, como decía Aristóteles. Pero esas comunidades no necesitan someterse al dictado de una supuesta voluntad común. Un país no tiene por qué ser una nación. Sensu contrario, la lucha contra la idea de nación no tiene porqué acabar negando que existen los países, o no reconociendo el valor de la pertenencia a cada uno de ellos. La lucha contra la idea de nación, la lucha contra el nacionalismo, es la lucha contra el Estado. 

6 Comentarios

  1. La idea de nación nace de la
    La idea de nación nace de la revolución francesa tratando de superar el absolutismo de los reyes. El problema que la sangrienta revolución lograba solucionar escondía otra trampa y es que llevada a la practica nos lleva a otro absolutismo . La nación puede derivar en cualquier momento a un separatismo por capricho/conveniencia y dañar el bienestar común ., Fijándonos en España los estatutos nacidos en un sistema liberal pueden derivar en un separatismo simplemente aplicando de forma conveniente la idea de nación. El estatuto Vasco es una separación mitigada sus dirigentes se dan cuenta que en la vida real y gracias a su Concierto disfrutan de un trato privilegiado fiscal donde recaudan sus impuestos y mojan de la bolsa común. Cataluña no se encuentra beneficiada fiscalmente pero si comercialmente y al fin las balanzas comerciales son las realmente importantes si saliera de la UE todas sus empresas exportadoras tendrán que despedir masivamente a sus empleados y cerrar plantas etc. Cataluña no parece valorar esta perdida inicialmente solo económica pero y dado su estructura poblacional la llevaría a otros problemas que están latentes y parece nos les importa en una realidad virtual entre ingenua y romántica inexistente.

  2. Hablemos del fracasado
    Hablemos del fracasado proyecto liberal llamado «La Nación Española». Murió pronto, como demuestran los escritos de Larra y Espronceda. Quedó solo el cadáver, que fue manoseado por Galdós, Costa y Ortega. ¿Cómo empezó todo? Pues todo empezó en la Guerra de Sucesión. Por una vez, pensemos que no todo tiene que ver con nosotros. Pensemos en la geopolítica de finales del s. XVII y principios del XVIII. Pensemos en el Imperio Otomano. Pensemos en el Vaticano. Pensemos en Pedro I de Rusia, o en Federico Augusto, Elector de Sajonia, Rey de Polonia y Archiduque de Lituania, o en Luis XIV de Francia, o la ristra de reyes de Inglaterra de la época. Pensemos en Federico III de Prusia. Y en los húngaros. Y en los serbios. Y en lo que pasaba en Portugal. Pensemos en el espionaje y en los consejeros y en los «hombres de negocios» que iban a pedir letras patentes. Pensemos en todo el jaleo que había en América (en todo el continente), en las islas del Océano Pacífico, en las Indias orientales. Pensemos en esos negros que esclavizaban a negros para venderlos a los negreros. Pensemos en la anarquía intrínseca de la política «internacional».
    Ahora que tenemos todo este contexto, atrévamonos a pensar que el concepto de Nación es una pantomima creada por el poder (los tíos de las armas) para dominar a la gente. Surgió justo en el momento en el que se desmoronó el mito del derecho divino de los reyes. No fue heroicamente derribado por los filósofos racionalistas, sino que primero cayó el mito, por la pura fuerza de la realidad, y luego hubo que contratar a expertos en sofística para crear un sustituto que permitiera seguir jugando. Y luego nos dieron el cambiazo los historiadores. Y luego nos lo creemos como los bobos que somos.
    Podría parecer que el concepto de Nación está a punto de morir. En realidad ya murió, a finales de los 60’s, y fue sustituido por el concepto de «Seguridad», para lo cual hubo que inventar el concepto de «Terrorismo». Hoy en día, las distintas sociedades humanas se articulan en torno al concepto central del terrorismo, es decir, de la seguridad. Ni progreso, ni igualdad, ni libertad, ni justicia, ni comercio, ni nación, ni religión, ni raza. Todo eso ha sido superado. Ahora estamos en otra época. La época de la seguridad y el terrorismo. Nos han vuelto a dar el cambiazo y no nos hemos dado cuenta.
    ¿Cuánto durará? ¿Con qué será sustituido este nuevo concepto? ¿Otra vez la chorrada esa de la Inmortalidad y el Reino de Jauja? ¿Los extraterrestres?
    Hubo un tiempo en el que yo creía que España era algo importante. Luego me puse a leer libros prohibidos, y empecé a pensar que lo realmente importante es la libertad, y que no puede aber libertad si no se respeta (y se hace respetar) la dignidad humana, que es lo que hace el proceso de infantilización de la sociedad. Cuanta menos responsabilidad tenemos, menos dignidad tenemos. Y menos respeto tenemos por los demás. Y menos seguridad. Todo lo bueno de la vida hay que conseguirlo con amarga labor, porque no viene dado. ¡Pero todavía es más amargo el no tener nunca nada bueno!
    Estamos asistiendo a un proceso descivilizatorio orquestado. El peor monopolio es el de la educación, porque impide la verdadera formación del espíritu (o inteligencia, según uno lo prefiera). Qué bien entendió esto Rousseau y luego Fichte. ¡Qué par de granujas! La paz perpetua a través de la animalización y domesticación del hombre. ¡Qué plan! Nos tienen que quitar lo nuestro, la civilización, para esclavizarnos completamente. Gran invento descivilizador este de la democracia, en la que todos luchan por lograr una ley que les favorezca. Señoras y señores, hay que decirlo bien claro: Democracia y Derecho son incompatibles. Civilización y control son contrarios. Libertad y nación no casan. No hay manera de obetener la paz mediante el asesinato en masa. Y es imposible que haya Propiedad mientras exista un Parlamento.

  3. Los políticos ,esas personas
    Los políticos ,esas personas que viven del voto y que por tanto tienden a buscarlo deformando la realidad y prometiendo aquello incluso que no puede conseguirse (Scumpeter) como verdaderos empresarios de su negocio saben que no disponemos de mejor sistema y la alternativa a ellos es todavía peor. Siempre nos cuentan los dos términos el de nación y soberanía. La Nación es algo difícil de explicar por tanto muy utilizado en sus discursos y a los de Madrid se les acusa de centrismo curiosamente es a lo mismo que aspiran y ya tienen otros centrismos periféricos con capital en Barcelona y otras Comunidades autónomas. En Barcelona primero Cataluña y luego ya se escucha que quieren Valencia y Baleares incluso Aragón de momento. Otra palabra es la de soberanía donde encajar a la nación incluso nos venden eso de nación de naciones. Todo esto supone una involución una vuelta hacia atrás en la convivencia que une es como si nos proponemos ser cada vez menos razonables y menos cultos algo que sorprendería a los pensadores de inicio del siglo XX. No es un juego de suma cero es un juego perdedor para todos y no me refiero únicamente a lo fácilmente cuantificable pues Cataluña se enfrenta a una crisis económica evidente al perder sus mercados de exportación y España quedaría también debilitada,no me refiero a todo aquello que puede dañarse y no es económico- La ruptura de Yugoslavia es otro ejemplo de juego de perdedores con perdedores alimentado por los empresarios de la política continuado por los hinchas de los equipos rivales de fútbol y lamentado hoy por casi todos.

  4. En su día cuando leía los
    En su día cuando leía los escritos de Pi y Margall me parecía un referente a tener en cuenta con vistas a un estado federalista. Aparte de un ensayista notable Pi y Margal ocupo la presidencia de la primera república por tanto sus ideas tienen ese respaldo de su trabajo personal. Con lo que no contaba es con que sus ideales federalistas y anarquistas en la practica resultaron inviables y fuente de problemas. Recordemos Granada le declaraba las hostilidades a Jaén por un problema territorial. Jumilla intenta constituirse capital de su municipio sumandole los
    vecinos. Cartagena se apodera de la flota de guerra y ataca Alicante. Una parte de la sierra de Huelva reclama unirse a Sevilla etc. Y esto sin hablar de Cataluña donde el valle aranés pretende imitar a la vecina Andorra y parte de Tarragona salirse de Cataluña que a su vez no lo permite pero quiere un estado federalista como el País Vasco con una parte de Álava que tensiona para unirse a Castilla etc. Es como un matrimonio si cada uno decide ejercitar en su totalidad sus derechos teóricos simplemente no existe.

  5. El nacionalismo no es
    El nacionalismo no es compatible con el individualismo, eso es obvio. Y por tanto, no puede serlo en gran medida con el liberalismo.

  6. Los separatistas catalanes no
    Los separatistas catalanes no lo son en realidad ya que no están dispuestos a pagar su precio que es reconocer que fuera de la UE hace mucho frío y al menos durante su proceso perderían su nivel de vida . En su lugar juegan con ideas falsas de que ganarían digamos nivel de vida con la independencia algo sin sentido pues el cierre de fronteras produciría inmediatamente la cancelación de las ventas de sus productos ni el cava ni el vino del Penedes ni el papel higiénico fabricado en Tarragona tendrían salida paro y cierre de fabricas con una renta inferior a la de Extremadura ya que los extremeños tienen acceso a las ayudas europeas y españolas y ellos no. Si de verdad quisieran ser independientes no les importaría ser pobres con tal de conseguirla es como cuando un joven decide marcharse de casa y acepta vivir peor. Alquilar una vivienda y pagar tus gastos es volverse pobre pero ganar en libertad. Un independista tiene que asumir que su equipo de fútbol ya no puede jugar el campeonato del país que quiere abandonar etc. Cuando Timor se declaraba independiente de Indonesia no pensaba todos los días que ganaba con el cambio simplemente defendían su modo de vida frente a la islamización de otra cultura y hoy son muchos más pobres.


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