Muchos parecen creen que nuestro sistema monetario está manejado por Dios. No hay margen para el error y mucho menos para la calamidad. Del 29 para acá la ciencia económica, y en especial la monetaria, ha avanzado tanto que las autoridades monetarias no permitirán que una tragedia de aquel calibre se repita. Y sin duda alguna pueden lograrlo: una vez terminada con "la dictadura del oro", puede implementarse sin restricción alguna las políticas financieras racionales que Occidente necesita.
Desde el Observatorio de Coyuntura Económica ya habíamos analizado algunas de las consecuencias que la ruptura de Bretton-Woods tuvo para las divisas nacionales, en concreto, haber perdido su valor en más de 20 veces frente al oro. Con todo, este intenso envilecimiento de la moneda es sólo una parte de los problemas que el dinero fiduciario de curso forzoso está causando.
El otro, tanto o más nocivo, es el alargamiento temporal de los procesos de expansión crediticia, con la necesaria consecuencia de un agravamiento de las subsiguiente crisis. Precisamente a analizar este otro punto hemos dedicado nuestro nuevo estudio en forma de boletín trimestral, donde examinamos de manera bastante detallada la génesis, el desarrollo y las repercusiones de la famosa crisis subprime.
Se trata a todas luces de una crisis económica y monetaria pero también de una crisis intelectual de primer orden. La expansión crediticia de los bancos centrales no sólo afluyó a financiar a deudores de escasa solvencia (subprime) sino también a economistas subprime que han hipotecado nuestro futuro, al contar con una formación del todo inadecuada para enfrentarse a la crisis. Son hijos intelectuales de un keynesianismo perfeccionado por las enseñanzas monetaristas cuyas teorías están abocadas, al igual que las hipotecas subprime, a la quiebra total.
La marginación profesional y académica de la Escuela Austriaca y de los teóricos de la liquidez no sólo ha pervertido la ciencia económica hasta transformarla en una parodia de lo que debería ser, sino que ha eliminado cualquier herramienta analítica que permitiera prevenir y comprender los acontecimientos actuales. ¿Qué clase de expertos tenían contratados las agencias de calificación para que se vieran sorprendidos por la fuerte correlación entre los defaults hipotecarios? ¿Qué tipo de directores de financiación tenían las empresas que les aconsejaron incrementar su exposición a los tipos de interés a corto plazo? ¿Qué profesores tienen las universidades como para que casi nadie esperara la crisis y para que muchos se nieguen aun a reconocerla?
Se me dirá que estos economistas han sido colocados en sus puestos por el mercado y que, si el mercado es eficiente, esos economistas serán mejores que los austriacos. Pero no, el mercado no tiene por qué ser eficiente ni tiene por qué tener razón, sobre todo cuando media la intervención del Estado. El mercado no es más que la suma de las decisiones de los individuos y los individuos se equivocan; en ocasiones se equivocan mucho y en masa, a eso llamamos ciclo económico.
Estamos avanzando hacia la crisis más dura que hayamos vivido en los últimos 30 años, entre otros motivos por la inanidad de unos modelos teóricos voluntariamente irreales que, como tales, son del todo inútiles. La profesión económica debe realizar una catarsis intelectual y desechar casi un siglo de doctrinas a cada cual más aberrante.
Es hora de sustituir a Keynes, Friedman, Lucas o Minsky por Hayek, Palyi, Mises o Fekete. En caso contrario, los demagogos y oportunistas aprovecharán la incapacidad de los economistas mainstream para incrementar el poder político: en el 29, la expansión sin límites del mercado bursátil pronosticada por Fisher provocó tanto el fin del laissez faire keynesiano como el New Deal de Roosevelt. Casi 80 años después seguimos pagando las consecuencias de una profesión económica desconcertada y sin recursos ante la crisis.
Los riesgos de que vuelva a suceder son motivo suficiente para sacar este y muchos otros boletines donde hagamos un seguimiento exhaustivo de la crisis. Es importante divulgar las causas reales y proponer alternativas útiles, mientras el resto de economistas sigan desacreditando su tarea al hacer buena la frase de que "explican mañana por qué se equivocaron hoy".
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