Muy poca gente sabe que hace sólo medio siglo Cuba era más rica que Italia, o que Paraguay doblaba en ingreso per cápita a Corea del Sur, país este que, por aquel entonces, igualaba en riqueza a Zambia. Y si la gente no lo sabe es porque nadie se ha ocupado en decírselo. Lo que deberíamos hacerlo solemos pasarlo por alto porque lo damos por hecho. Tan convencidos estamos del poder creador del libre mercado que, por lo general, olvidamos que un buen ejemplo vale más que la mejor teoría. Pero no toda la culpa es nuestra. Un velo de silencio ha caído sobre las naciones no occidentales que han prosperado en los últimos cincuenta años.
Decir que un buen puñado de países, muchos de ellos superpoblados y hasta ayer pobres de solemnidad, se ha incorporado al primer mundo y hoy disfruta de rentas anuales más abultadas que las de la explotadora Europa no es, digamos, “económicamente correcto”. La letanía de los neosocialistas, es decir, de los del “Otro mundo es posible” consiste esencialmente en pintar un panorama catastrófico en el que los pobres serán cada vez más pobres por culpa de los ricos que quieren ser cada vez más ricos y poderosos a costa, naturalmente, de las penurias de los primeros.
Es el marxismo de siempre, la división del mundo en una dialéctica perversa que no conoce más que opresores y oprimidos. Así, el papel de las depauperadas masas proletarias lo interpretan ahora los no menos depauperados países del Tercer Mundo. El clásico ejercicio por el cual la riqueza en una sencilla operación de suma cero. Si yo tengo algo es porque te lo he quitado a la fuerza. Una injustísima relación provocada por “términos de intercambio” que sólo benefician a una parte y que exigen reparación inmediata. La nueva vanguardia revolucionaria son los movimientos indigenistas –los pueblos– guiados sabiamente por líderes justicieros en la línea de Chávez, Castro, Evo Morales o Mugabe. No importa demasiado que Venezuela, Cuba o Zimbabwe sean una ruina política, económica y moral. Los detalles no importan demasiado, sólo cabe remarcar el meritorio hecho de que estos valientes han roto con el nudo gordiano de la dominación capitalista invirtiendo los dichosos “términos de intercambio”.
La realidad, sin embargo, es terca y se niega a plegarse a los dictados de los apóstoles del caos. Extremo oriente es el mejor ejemplo pero no el único. Hong Kong, por ejemplo, es ahora más rico que su antigua metrópoli. Y esto es necesario recordarlo porque, con el manual en la mano, los hongkoneses estarían condenados a la perpetua explotación de sus antiguos dominadores. ¿Cómo es posible que sean ahora más ricos que ellos? Tailandia avanza con paso firme hacia el primer mundo mientras que su vecino, Birmania, uno de los de esos edenes socialistas que viven al margen del mundo, no llega a fin de mes y padece una cruel dictadura desde hace décadas.
En África, madre patria de todas las miserias, el patrón se repite. Los que han abrazado, aunque sea ligeramente, las recetas liberales disfrutan de un mejor pasar que los que perseveran en los controles de precios y las expropiaciones. Bostwana, sin ir más lejos, que, desde el principio, promovió el libre comercio y respetó la propiedad privada, crece resueltamente y hoy se encuentra a la cabeza del continente en renta per cápita.
En concreto, los bosquimanos gozan de unos privilegiados ingresos de 9.200 dólares por barba, es decir, justo la mitad de los portugueses. ¿Cuánta gente sabe esto? Sus vecinos, dilectos alumnos de la escuela del tercermundismo, se encuentran a años luz en términos de renta per cápita. Zambia no llega a los 1.000 dólares, Angola pasa con apuros de los 2.000 y Zimbabwe estaba el año pasado en 1.900 dólares y bajando, porque la desdichada nación africana decrece a un ritmo del 8% anual. Los tres países se encuentran, además, exportando emigrantes a Bostswana desde hace años, y esto no requiere demasiada explicación. ¿Le sorprende que nadie antes se haya ocupado en hacer una comparación tan simple? Normal, casi nadie la hace, y no porque salte a la vista sino porque no interesa. La causa de los “pobres de la tierra” no sólo se defiende con propaganda sino con toneladas de desinformación. Cuando es imposible negar lo real la única vía es ocultarlo.
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