Desde hace unos meses se está creando una gran alarma social en torno a los desahucios llevados a cabo por los bancos en el caso de aquellos clientes hipotecados que no pueden hacer frente a sus obligaciones.
Ante tal alarma, los políticos reaccionan, como no puede ser de otra forma, tratando de intervenir en el mercado para salvarnos de las consecuencias de nuestros actos, llegándose incluso al extremo de alguna escena patética interpretada por altos cargos.
Pero ¿existe algo más justo que el acreedor pueda obligar al deudor a pagar sus deudas? Porque un desahucio consiste solo en eso, en que un acreedor pueda recuperar el dinero prestado, precisamente utilizando la garantía que el deudor le ofreció a cambio del préstamo. ¿Por qué entonces la alarma social?
Quizá la razón haya que buscarla en la naturaleza del sujeto "desahuciador", en los bancos que con tanta justicia reclaman lo que les es debido. Y ello porque son precisamente estas entidades las que están siendo las peores cumplidoras de sus deudas, las que solo pueden afrontar sus compromisos "desahuciando" a los ciudadanos del país en que operan.
A poco que nos paremos a reflexionar, resulta que este último, el que despierta la alarma social, no es el primero ni tal vez el más importante de los desahucios a los que nos están sometiendo las entidades financieras con la complicidad y quizá impulso de los Estados.
A los bancos se les está dando el dinero de nuestros impuestos, que, cuando se agregan, alcanzan más del 50% de lo que somos capaces de producir. Así pues, el primer desahucio a que nos someten los bancos nos arrebata parte de los salarios y rentas que somos capaces de generar con nuestro trabajo e inversiones.
Como no es suficiente con los impuestos, los Estados se endeudan por ingentes cantidades de dinero, y dedican parte de ella también a esas entidades financieras que luego nos desahucian de nuestra casa. Pero ese dinero se tendrá que devolver, a base de cobrar impuestos a nosotros y a nuestros hijos. Este es el segundo desahucio, nos quitan el futuro.
Tampoco basta con esto para calmar la insaciable sed del quebrado sistema financiero: se ha de emitir dinero desde los distintos bancos centrales para tapar los agujeros de nuestros desahuciadores. Desgraciadamente, y como es bien sabido, estas emisiones de nuevo dinero no son gratis, sino que tienen el precio de la inflación. Y la inflación lo que hace es disminuir el poder adquisitivo del dinero, la forma en que tradicionalmente tratamos de ahorrar los que no somos expertos ni queremos serlo en inversiones. Así que, por esta vía, se consuma el tercer desahucio: nos desahucian de nuestros ahorros.
Solo tras haber agotado estos tres desahucios llega el cuarto, el más mediático, pero el más irrelevante en términos agregados (evidentemente, no es irrelevante para el individuo que lo sufre), claramente insignificante si lo comparamos con los impuestos que recauda el Estado, la deuda que está adquiriendo en los mercado, o el dinero que está fabricando el BCE. Pero es aquel el que nos preocupa, porque es al único que somos capaces de ponerle ojos y cara.
En resumen, los bancos nos desahucian de nuestro salario, de nuestros ahorros y de nuestro futuro. Y, sin embargo, los políticos solo se preocupan de nuestra casa, que es lo que parece que les da votos. Si no nos desahuciaran de lo demás, seguramente tampoco tendríamos el otro problema.
¿Quieren evitar que la gente se suicide por perder su casa? Eviten que pierda primero todo lo demás: hagan que los bancos paguen sus deudas con su dinero, no con el nuestro y el de nuestros hijos.
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