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Del justiciero al héroe y otros animales cinematográficos (I)

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Posiblemente, el sentido de la justicia es uno de los valores más profundos del ser humano. Sin embargo, y aunque cada uno podemos tener más o menos claro lo que es justo o injusto, es posible que dos personas cualesquiera no coincidan en determinar si una situación lo es. Y todo ello sin entrar necesariamente en su legalidad o ilegalidad, su legitimidad o ilegitimidad, o si responde a lo que se ha llamado justicia social.

La justicia es tan importante que la filosofía, la religión y hasta las artes le han dedicado tiempo y trabajo: los parias de la tierra encontrarán paraísos futuros donde verán saciadas sus materiales reivindicaciones, las víctimas de las injusticias verán cómo el karma les venga, los cristianos, cómo en el Juicio Final, cada uno obtendrá lo que ha sembrado durante su vida física. La víctima busca el consuelo que los acontecimientos inmediatos no le dan, y algunas veces lo hace creando, observando o zambulléndose en la vida de personajes imaginarios que satisfacen tal necesidad, aunque no sea el suyo el entuerto a desfacer.

En el cine, el justiciero es casi un subgénero: es el detective que investiga cierto asesinato para consolar a las víctimas, es el policía que busca la verdad sobre el delito, es el forastero que, llegando al pueblo, termina con el clima de injusticia en el que viven sus habitantes, es el que aplasta al poderoso para salvar al humilde, o cualquier personaje que, sin comerlo ni beberlo, se vea envuelto en una historia que los guionistas pergeñan.

El séptimo arte es diferente, en cierto sentido, a casi todos los demás: no es individual. En él, no sólo ponen su creatividad actores y directores, sino que los guionistas, productores, técnicos de luz y fotografía, los de efectos especiales, los de vestuario, maquillaje y, por supuesto, el montador final del film aportan su granito de arena, y cada uno de ellos intenta, en la medida de lo posible, dejar su huella. Hace unos años, incluso se puso de moda montar las películas de manera diferente a la original, añadiendo o quitando escenas que terminaban dando un sentido distinto al de la copia inicialmente comercializada. Y el cine, como el resto de las artes, es hijo de su tiempo, y la visión de estas obras colectivas se adapta al entorno, al marco social en el que se gesta.

El justiciero del cine del que voy a partir es un personaje con una fuerte personalidad que, ante una situación de injusticia, en la que puede o no ser víctima, se implica hasta su resolución. Puede o no trabajar para alguna organización privada o gubernamental, o hacerlo a título privado. Y lo voy a hacer analizando cómo evoluciona en dos épocas consecutivas, donde el marco social y político cambió de manera espectacular.

La década de los 70 fue una época gris en la que todo lo establecido parecía tambalearse, sobre todo a partir de la Crisis del Petróleo, que siguió a la Guerra del Yom Kipur. En Occidente, muchos analistas y algunos gobiernos daban por fenecida la democracia tal como se había conocido y apuntaban al casi inevitable triunfo de la Unión Soviética y su comunismo. El acuerdo era inevitable para sobrevivir. El Club de Roma había vaticinado el fin de las materias primas, una desaceleración económica y una recesión mundial incluso más profunda. El bloque soviético estaba peor en lo esencial, pero esa información no estaba en poder de gobiernos y analistas, o si estaba, no se creía verosímil. Socialmente, se estaba viviendo una serie de fenómenos que daban señales en esta línea: el incremento de la corrupción política, la inestabilidad social y la extensión de la delincuencia parecían dar la razón a aquéllos que pensaban que el capitalismo que había resurgido tras la Segunda Guerra Mundial estaba en las últimas.

El cine social de los años 70 es moralmente pesimista. Los argumentos en los que se desenvolvían nuestros justicieros se podían resumir en unas pocas líneas: los poderosos hacían y deshacían a su propio beneficio, los que habían trabajado para el sistema ahora no eran reconocidos, y los que vivían del mismo habían perdido esos servicios, esos derechos que se merecían y se habían ganado.

No es pues extraño que el justiciero de esta época fuera igual de gris, un personaje desesperanzado, que actuaba por despecho en ocasiones, por un sentido de la moral quizá un poco retorcido y que, en ocasiones, ni siquiera él mismo tenía un final agradable. La violencia en las películas de los años 70 fue más cruda que la de décadas posteriores y la manera de resolver las situaciones, mucho más contundente.

Harry Callahan, teniente del departamento de homicidios de la policía de San Francisco, fue el personaje que terminó de aupar al estrellato a Clint Eastwood en "Harry, el sucio" (1971) y que interpretaría hasta en cinco ocasiones durante las décadas de los 70 y los 80. Duro con los delincuentes, su frase "alégrame el día" es una de las más famosas de la historia del cine, pero también con sus superiores, con los que no se lleva nada bien, ya que sus métodos, rudos con unos y otros, perjudican la imagen del departamento policial, más preocupado en la política que en resolver los problemas de los ciudadanos. Para terminar con sus excesos, lo terminan reasignando a otros departamentos, pero eso no impedirá a Harry descubrir a una banda de policías corruptos que han perdido el norte y, pese a usar algunos de los métodos del propio Callahan, ya no saben distinguir entre buenos y malos: "Harry, El Fuerte" (1973).

Harry "el sucio" es el paradigma del que, trabajando para el sistema, sabe que todo lo que hay alrededor, incluso sus compañeros, forman parte de la misma sociedad corrupta, pero también que no puede rendirse y caer en el mismo infierno que ellos. Es significativo, que en la primera película termine lanzando su placa al río, como rechazando todo aquello por lo que ha estado luchado.

En una línea parecida, Charles Bronson interpretaría en cinco ocasiones a Paul Kersey, personaje que nace en la película de 1974 "El justiciero de la ciudad". Este justiciero se enfrenta a los mafiosos después de que su mujer y su hija murieran a manos de los delincuentes y observara con desesperación cómo la policía de Nueva York se desentendía del caso. Kersey sale a cazar, a realizar el papel que se suponía que debía haber realizado la policía y la justicia civil. Kersey denuncia de esta manera la quiebra del sistema, quiebra que de alguna manera el sistema reconoce cuando en la segunda película en la que interpreta a este personaje, "Yo soy la justicia" (1982), un comisario de Los Ángeles le ofrece que siga haciendo lo mismo que hizo en Nueva York.

Pero quizá el justiciero más extraño y reivindicativo de todos es el que interpretaría Robert De Niro en "Taxi Driver" en 1976. Travis Bickle es un veterano de Vietnam, sociópata, enamorado del personaje que interpreta la actriz Cybill Shepherd, que debido a su insomnio se hace taxista nocturno, asiste las salas X y observa cómo la delincuencia se ha apropiado de Nueva York. Como un solitario Don Quijote, decide enfrentarse él solo a toda esa sordidez que le rodea. Bickle es un veterano militar, pero también un excluido social, y eso nos lleva a otro de los pilares del cine "social" de los años 70. Dentro de esa sensación de derrota que plaga esta época, se enmarca un nuevo personaje que tendría continuidad hasta los años 80, el soldado de Vietnam.

Vietnam fue una guerra maldita para los estadounidenses. Después de las victorias de la Segunda Guerra Mundial y de Corea, la vietnamita fue la primera gran derrota del gigante militar y una muestra más para muchos de que la democracia occidental se estaba viniendo abajo. La idea que seguramente tenemos de la guerra es la que nos ha creado el cine: la de un conflicto bélico donde el joven americano iba a batallar por sus políticos, pero no por su forma de vida, una guerra en la que el soldado volvía marcado emocionalmente, triste, deprimido, afectado por el síndrome postraumático, en muchos casos con adicción a alguna droga, o con alguna enfermedad venérea, propia del ambiente disoluto y corrupto en el que había vivido, incluso con algún hijo de alguna de las prostitutas con las que se había acostado. La visión de las matanzas y barbaridades que ha visto, raramente las que ha realizado el enemigo, está en la base de su estado, situación que se agravaba cuando a la vuelta veía cómo su familia, sus vecinos y, en general, la sociedad, le rechazaban. Películas como "Apocalypse Now" (1979), "El Cazador" (1978) o "El Regreso" (1978), e incluso el musical "Hair" (1979), nos muestran todos estos aspectos, aunque de alguna manera, las críticas más fuertes vinieran unos años después de la mano de otros directores como Oliver Stone, aunque creo que por diferentes motivos.

John Rambo es un personaje de transición. Interpretado por Silvester Stallone por primera vez en 1982, este ex boina verde se dirige a visitar a un amigo suyo, también veterano de Vietnam, para descubrir que ha muerto por las secuelas de la guerra. Acusado de vagabundo, es detenido por las autoridades locales y encerrado en la cárcel, de la que no tarda en escapar. Perseguido por los policías y rechazado por la población, usa las artes aprendidas durante la guerra para librarse de todos los que le buscan, en una especie de remake de "La Jauría Humana" (1966). Sin embargo, algo varía con respecto a otras películas. El coronel Samuel Trautman, su coronel, consigue salvarlo en el último momento y aprovechar su potencial para hacer lo que mejor sabe hacer, liberar a otros soldados americanos de las garras del Vietcong, labor a la que se dedicaría en otras películas. De alguna manera, Rambo se da cuenta de que el sistema puede ayudar a remediar los problemas, y pasa de ser un justiciero solitario y opuesto a él a colaborar con él, aunque no siempre sea fácil. No sería el único.

En la película de 1983, "Los Jueces de la Ley", el personaje interpretado por Michael Douglas, Steven R. Hardin, se aliaba con un grupo de jueces que habían creado una organización para que los delincuentes no se escaparan por los agujeros que dejaba una ley demasiado indulgente con ellos e insensible con las víctimas. Sin embargo, pronto descubre que en el fondo es una organización criminal, que mata a quien sea necesario cuando se ve amenazada. Tras comprender lo que realmente estaba pasando, Steven lucha contra este grupo hasta derrotarlo, porque, en el fondo, eran ellos los equivocados. Y es que en los 80, el sistema empieza a funcionar y se da cuenta de que tiene un deber para con los ciudadanos, al menos desde el punto de vista de la industria de Hollywood.

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