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Del justiciero al héroe y otros animales cinematográficos (y II)

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(Continuación de la serie sobre la figura del justiciero).

La década de los 80 es, de alguna manera, la antítesis de la precedente. El clima pesimista se fue atemperando y desembocando en un optimismo casi generalizado. Las cosas parecían ir mejor, la delincuencia y la corrupción que habían dominado la década anterior empezaron a encauzarse, incluso a desaparecer. La llegada al poder de Reagan, con su particular manera de reivindicar el espíritu americano, coincidió con una mejora general de la economía. Los recursos no se habían agotado, e incluso se estaban encontrando otros, lo que despejaba un futuro oscuro que hasta ese momento se había mostrado en películas como "Mad Max" (1979), "Cuando el Destino nos Alcance" (1973) o "Naves Misteriosas" (1972).

Reagan aseguró que la Unión Soviética no era ese enemigo imbatible y convirtió la lucha contra el comunismo en uno de sus pilares en política exterior, aunque fuera a costa del contribuyente. Porque la época de Reagan también fue la época en la que el presupuesto norteamericano se disparó. Aun así, el dinero fluía y Wall Street se entusiasmó, los negocios funcionaban, o lo hacían aparentemente, y el tiburón, además de una película, se convirtió en un mito de los mercados financieros.

En los años 70, el problema era el sistema. Aunque el justiciero pudiera formar parte del mismo y, en el fondo, no querer acabar con él, sabía o intuía que realmente no funcionaba por sí mismo, que estaba podrido y era necesario cambiarlo. Según la ideología del artista, la alternativa podía ser desde un sistema similar al soviético, que aparentemente estaba demostrando su valía, a un sistema quizá menos intervencionista, incluso libertario. Aunque en esta época, lo libertario no tenía una prensa demasiado amplia. En los 80, Reagan cambió todo eso.

Los héroes-justicieros de principios de los años 80 no se diferenciaban mucho de los que finalizaban los 70, pero ya empezaban a tener matices importantes. Seguían siendo personajes inadaptados al medio, ya fuera en lo social o en lo laboral, pero el rechazo de la sociedad ya no era tan fuerte como una década atrás y se les podía ver en buena sintonía con compañeros, superiores, amigos y, en algunos casos, hasta con pareja más o menos estable. En el fondo, lo que le generaba complicaciones era la excesiva burocracia, reflejo quizá de una época pasada. Sus jefes, aunque deploraban en algunos casos sus métodos, quizá demasiado violentos, les apoyaban hasta el punto de que había cierta complicidad. Otra diferencia importante es que ganaban con más frecuencia, había vuelto el "happy end". El justiciero estaba transformándose poco a poco en el héroe que dominaría el panorama cinematográfico americano hasta bien entrados los 90. Y no sólo héroes violentos o de acción.

Aunque del 76 sería la película interpretada por Sylvester Stallone, "Rocky", la que marcaría la tendencia, la del héroe que se enfrenta a su entorno y a sus limitaciones y que es capaz de ganar, a uno y a otras. En el 79, 82, 85, 90 y más recientemente, en el 2006, el boxeador se enfrentaría a retos cada vez mayores, incluyendo en su cuarta película la derrota del enemigo comunista.

Los héroes de acción que creó el cine de los 80, y que durarían hasta bien entrados los 90, eran una respuesta a los planteamientos del cine de la década anterior. Si durante los 70, los soldados americanos eran abandonados, en los años 80, actores como Sylvester Stallone, o Chuck Norris se aventuraban a rescatarlos del enemigo comunista, éste último en la saga "Desaparecido en Combate".

Los policías se reinventan y sus métodos son espectáculo puro, exageración llena de explosiones, persecuciones, situaciones de tensión, en los que el montaje juega con la ansiedad del espectador, una violencia exagerada y poco creíble, y unos guiones que pierden complejidad y donde la estrella de turno, Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone, Bruce Willis y otros héroes de acción, se comen la pantalla, llenan los cines, para desesperación de los partidarios del cine de autor y de temáticas duras y sociales. Resurge en este ambiente el ciudadano inocente que se ve metido en un lío, retomando un poco el clásico de Hitchcock.

El boom económico de la época Reagan también genera un nuevo tipo de héroe-justiciero. Éste no usa las armas para vencer y convencer, sino que usa sus conocimientos, pero sobre todo, su deseo de emprender y prosperar. Los creadores de empresas, los que suben en la escala laboral a pesar de todos los impedimentos de los que están arriba, constituyen un nuevo personaje que es la antítesis del perdedor de los 70, del que sabía que el fin estaba cerca y que no era necesario esforzarse ni crear.

El capitalista, al menos en la versión americana de la época, estaba de moda y cualquiera podía conseguir el éxito con un poco de suerte. Michael J. Fox, después de la película que le llevó al estrellato, "Regreso al Futuro (1985), realizó una serie de películas que apuntaban en esa dirección. Así, en "El secreto de mi éxito" (1987), un simple repartidor del correo de una empresa conseguía hacerse con ella, sólo con su inteligencia y pericia, apartando del poder a su codicioso jefe. Ya en la década de los 90, "Conserje a su medida" (1993) y "Los codiciosos" (1994) abundaban en esa línea, tocando en este último caso la ética de los negocios, pero a través de la comedia.

En "Entre pillos anda el juego" (1983), un vagabundo, Eddie Murphy, un snob traicionado por sus propios jefes, Dan Aykroyd, y una prostituta, Jamie Lee Curtis, eran capaces de vencer a dos peces gordos de Wall Street con sus mismas armas, mostrando de alguna manera que la vieja economía estaba obsoleta y los nuevos empresarios venían a quitarles de en medio. Películas como "Armas de Mujer" (1988) añadían un toque feminista, en un sentido muy distinto del feminismo ligado a la izquierda que era más habitual. Tess McGill, el personaje que bordó Melanie Griffith, con nuevas ideas y un olfato para los negocios impropio de un mero administrativo, era capaz de luchar contra su entorno y sacar los colores a su jefa, interpretada por Sigourney Weaver. De nuevo, una historia de optimismo y de esfuerzo, que se aleja del pesimismo de años atrás.

Pero este ambiente tan americano que se generó durante la época de Reagan tuvo su respuesta en un Hollywood más escorado hacia la izquierda de lo que le gustaba a su presidente. Surgió una serie de actores y directores que recuperaron parte del espíritu de los 70, en especial, en el ámbito bélico, donde no estaban muy de acuerdo con la política exterior americana. De nuevo, Vietnam fue el escenario donde se batalló. En 1986, Oliver Stone rodaría la primera de sus películas sobre Vietnam, "Platoon", reviviendo el infierno de la guerra. Le seguiría "Nacido el cuatro de julio" (1989) sobre los efectos de la guerra en los veteranos, y "Cielo y Tierra" (1993), donde muestra los efectos de la guerra en la sociedad vietnamita.

En una línea muy parecida a la de Stone, Stanley Kubrick rodaría en 1987 "La chaqueta metálica", una visión un tanto ridícula del estamento militar y hasta cierto punto, una parodia de "Oficial y Caballero" (1985). Dos películas más quiero destacar en esta línea crítica, y son, por una parte, "La escalera de Jacob" (1990), donde Adrian Lyne nos muestra, de nuevo, los efectos de la guerra en el veterano, aunque con una historia que roza lo paranormal, y "Corazones de Hierro" (1989), donde Brian De Palma nos descubría a un inocente Michael J. Fox enfrentado a lo más crudo, violento e inmoral de la guerra, curiosamente, en el bando americano, nunca en el norvietnamita.

Y como Oliver Stone es insaciable en esto de quejarse del sistema que le permite conseguir suculentos beneficios, no puedo dejar de mencionar "Wall Street", película que rodó un año después de "Platoon" y que pretendía denunciar los abusos de los tiburones financieros, incapaces de mostrar o tener la moral más básica.

En definitiva, los 80 y los 90 dieron lugar a un cine mucho menos social, más dado a la comedia, alejado del drama de la década anterior, con un fuerte componente lúdico, donde los guiones pierden complejidad o se ahonda de una manera distinta. Este cine, de alguna manera, ha sobrevivido hasta la fecha, pues algunos de sus intérpretes siguen en activo. No puedo dejar de pensar en que Clint Eastwood terminó con su detective favorito en "Gran Torino", o que Arnold Schwarzenegger acaba de estrenar película con un papel similar a otros que interpretó décadas atrás, o que Bruce Willis sigue metido en su jungla particular y que Sylvester Stallone ha reunido en dos ocasiones a sus amigos-mercenarios para hacer lo que mejor ha hecho en el cine, matar a los malos, para desgracia de los que tienen más interés por el cine centroeuropeo de mediados de los 70.

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