A propósito de la reforma del CGPJ se está viviendo en España un debate sobre la legitimidad de los poderes estatales que no se organizan de manera estrictamente democrática. El argumento de los defensores de un mayor control del poder judicial por parte del legislativo es que todos los poderes del estado deben subordinarse a la soberanía nacional, es decir, deben ser democráticos y quedar al arbitrio de la mayoría. El principio que subyace a este argumento es que la democracia es intrínsecamente buena y que lo opuesto es tiranía y totalitarismo. Por ende, más democracia es siempre mejor.
No busco valorar aquí lo buenos o malos que pueden ser democracia y totalitarismo para el cuerpo social, sino meramente aclarar que este principio que en muchas instancias de nuestra sociedad se acepta acríticamente está muy lejos de ser cierto, que democracia y totalitarismo pueden darse conjuntamente y que, de hecho, existen ciertos discursos que, partiendo del dogma que identifica bien y democracia, conducen a sistemas totalitariamente democráticos
Este principio opera en dos ámbitos que a veces no se diferencian: por un lado, como estamos viendo con la reforma del CGPJ, dentro de la forma del estado, haciendo parecer que aquella forma que sea más puramente democrática será mejor (ilegitimando aquellos poderes independientes que no responden, al menos directamente, a la soberanía representada en el Parlamento). Refiriéndonos ya no a la forma del Estado, sino a la fisionomía de la comunidad política, este principio también sirve para legitimar las progresivas pero constantes ampliaciones del ámbito de decisión del Estado, dándole voz en ámbitos que antes se consideraban estrictamente privados por significar esto “más democracia”.
El principio totalitario
Con esta primera diferenciación entre la organización del estado y la más amplia organización de la comunidad política (de la sociedad en general) podemos ya entrever que totalitarismo y democracia podrían no ser excluyentes. Y esto ocurre precisamente porque cada uno se refiere a ámbitos distintos de la comunidad política. La democracia es una forma de elección del soberano, una de las formas que tiene el poder estatal de constituirse y legitimarse. Es, si se quiere, un método de prelación de los intereses individuales dentro de la “cosa pública” en ciertas materias que se consideran colectivamente decidibles. Pero solo se refiere a la forma de estado, en ningún caso va más allá del ámbito común de la comunidad política.
El totalitarismo, sin embargo, se refiere a la organización de la comunidad política completa. En concreto, el totalitario aboga por organizar la sociedad (que no solo el estado) de forma que el aparato estatal tenga un poder total para hacer y deshacer dentro de la sociedad, identificando a esta con aquel. Es decir, el totalitarismo es más que una forma de organización estatal: es una forma de estructuración social. Observemos, por tanto, que ambas definiciones se mueven, como antes decíamos, en terrenos distintos. Mientras la democracia es una visión determinada del estado, el totalitarismo da un paso más, adopta una visión más completa y se configura como una forma de concebir la comunidad política, la sociedad en su conjunto. Por todo ello no parece haber, aparentemente, nada en ninguna de las dos definiciones que las haga incompatibles.
Democracia totalitaria
De hecho, y como antes exponíamos, divinizar la democracia, identificándola con el bien y contraponiéndola absolutamente al totalitarismo, conduce, desde mi punto de vista, a una sociedad totalitariamente democrática. Si se considera que la democracia es absolutamente buena, se sigue que la mejor forma de gobierno es aquella donde todo es, al menos potencialmente, democráticamente elegible. Por tanto, se habilita a la mayoría a decidir sobre cualquier asunto, ampliando infinitamente el ámbito de decisión del estado. Estas ampliaciones, además, se justifican identificando lo democráticamente elegido con lo legítimamente imponible, considerando como bueno per se todo lo que se haya decidido democráticamente por el mero hecho de que se ha decidido por mayoría. Esta especie de fundamentalismo democrático que considera que la mayoría puede decidir sobre el ámbito que ella misma decida es totalitario en el sentido de que opera igual que el totalitarismo: identifica sociedad y estado al considerar como parte de la “res publica” todo aquello que el mismo estado desee considerar como ámbito de su competencia. Si todo entra (al menos potencialmente) dentro de la capacidad de decisión de la mayoría (y por ello dentro del ámbito estatal) entonces la diferencia entre lo público y lo privado se diluye, confundiéndose sociedad y estado (que es precisamente lo que hace el totalitarismo).
Sentada ya la compatibilidad del totalitarismo y la democracia, debe hacerse una pequeña mención al peligro que puede suponer para las libertades individuales el totalitarismo democrático. Cuando se refiere a la forma del estado porque sirve como concentrador del poder, eliminando contrapesos y haciendo al poder que se considera expresión de la voluntad de la mayoría cada vez más omnipotente. Así, permite que ese poder acrecentado pueda decidir arbitrariamente, incluso habilitándole a decidir, cuando sea lo suficientemente poderoso, dejar de ser democrático. Cuando se utiliza para legitimar la ampliación del ámbito de decisión estatal porque directamente desplaza el ejercicio de la soberanía del individuo al conjunto sin fundamento.
Con respecto a esto último, digo que se amplía el ámbito de decisión estatal sin fundamento porque el razonamiento utilizado no es consistente ni siquiera desde un punto de vista lógico. El estado no puede usar sus normas internas de validación para decidir su ámbito externo de decisión. Me explico: no vale decir “vamos a decidir que solución tomar en estos temas de manera democrática” y a la vez decir “los temas sobre los que decidimos democráticamente son todos estos porque democráticamente hemos decidido que todos estos temas le incumben a la mayoría”.
Fundamentalismo democrático
Esa primera elección de que temas le competen a la comunidad no tiene por qué seguir las mismas reglas de formación de la voluntad común. No tiene por qué seguirlas porque cabe la posibilidad de que existan fundamentos éticos o incluso ontológicos que no permitan al colectivo arrogarse la soberanía en lo que considere. Y si se obvia esto se está usando la norma de validación interna para fijar el ámbito de decisión de esa misma norma sin justificar porque esa norma tiene también validez para ese ámbito externo. Esto equivaldría a decir que como empleador y empleado han acordado que dentro de las 8 horas de trabajo el empleador puede dar órdenes al empleado, este le ordene durante su jornada laboral que a partir de ahora le puede dar órdenes durante las 24 horas del día.
Por ello, incluso si el fundamentalista democrático quiere defender que todo es susceptible de decisión por parte de la mayoría debe encontrar un principio externo que justifique que todo entra dentro del ámbito de decisión del estado democráticamente constituido. No vale simplemente argumentar que como nuestros estados son democráticos, todo debe ser democracia.
Puede que llegados a este punto no parezca tan descabellado afirmar que no siempre más democracia es mejor y que incluso prefiramos una democracia limitada (en el sentido de no omnipotente) a una absoluta. Si reflexionamos, los límites que ya existen a la democracia (en este caso, pero en realidad a cualquier forma estatal) y que deben ser cuidados son los derechos individuales. Reconocer estos no es más que afirmar que en determinados ámbitos de nuestra vida que decida la mayoría es tan tiránico e ilegítimo a que lo haga una casta sacerdotal o un estamento militar. Reconocer que el individuo es el único legitimado para decidir que dice, a quien reza o con quien se acuesta es menos democracia, y es mejor que dejar estos asuntos al colectivo.
La democracia podrá ser una forma de tratar (igual incluso la mejor) aquellos asuntos que por su naturaleza tengan que ser decididos conjuntamente, pero nada hay en ella que la haga contraria per se al totalitarismo. Lo único contrario al totalitarismo es un estado limitado que reconozca la soberanía individual. Por ello, parece mucho más importante hoy discutir hasta donde vamos a permitir que la “res publica” decida y que esferas de nuestra vida vamos a dejar a la única soberanía del individuo que perdernos en discursos vacíos sobre lo muy democráticas que deben ser nuestras sociedades.
1 Comentario
Hola,
Totalmente cierto, en Venezuela rige una democracia totalitaria, que es muy respetada por los regímenes chino, ruso, iraní, cubano, y paremos de contar.