Por Ojel L. Rodríguez Burgos. Este artículo ha sido publicado originalmente en Law & Liberty.
«La ideología es la expresión más pura posible de la capacidad de autodesprecio de la civilización europea», escribió Kenneth Minogue en su clásico libro Alien Powers: The Pure Theory of Ideology, publicado en 1985. Estas palabras resuenan hoy cuando los ideólogos agitan el resentimiento y la ira contra las prácticas de la civilización occidental y sus individuos individualistas y emprendedores. Para el ideólogo, el Occidente moderno es un sistema opresivo del que los explotados necesitan emanciparse. El ataque ideológico contra Occidente y sus prácticas es uno de los retos más formidables a los que se enfrentan quienes aprecian nuestro modo de vida libre. Para comprender las ideologías y apreciar los peligros que entrañan, Minogue -fallecido este verano hace diez años- es un pensador que merece la pena leer.
Nacido en 1930, Minogue se formó en la Universidad de Sydney y en la London School of Economics and Political Science (LSE), donde recibió la influencia de la perspectiva escéptica y crítica de John Anderson, así como de las opiniones escépticas y conversadoras de Michael Oakeshott. Estas influencias hicieron de Minogue un candidato perfecto para las incorporaciones de Oakeshott al departamento de Gobierno de la LSE, donde Minogue se estableció como académico durante muchos años. La carrera de Minogue en la LSE se complementó con una activa vida intelectual pública. Defendió las ideas conservadoras y el modo de vida libre de Occidente durante los problemas de los años 60, durante el liderazgo de Margaret Thatcher en el Partido Conservador británico y tras el dominio de la Nueva Derecha sobre la política en Occidente.
Pocos años después de su nombramiento en la LSE, Minogue publicó la que probablemente sea su obra más conocida, The Liberal Mind (1963). En ese libro, reeditado por Liberty Fund en 2001, diseccionaba la mentalidad del liberal moderno y abordaba lo que se convertiría en su preocupación central: el desafío ideológico a la civilización occidental. El libro se publicó en un contexto intelectual en el que pensadores como Daniel Bell, Raymond Aron y Edward Shils proclamaban el fin de la ideología en Occidente. Para estos pensadores, la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, el desencanto con el comunismo soviético y el colapso de la fe entre intelectuales y políticos tras presenciar la ideología en acción habían creado las condiciones para su fin. Minogue no tenía ese ánimo festivo.
En su libro, Minogue afirma que la ideología sigue muy viva dentro del liberalismo moderno. Argumenta que el liberalismo moderno se había descontentado con el mundo moderno debido a las diversas formas de sufrimiento que afligían tanto a los individuos como a la sociedad. En respuesta, el liberalismo moderno recurrió al conocimiento técnico para prescribir soluciones a estos problemas a través de la acción estatal, con el objetivo de lograr una sociedad ideal libre de sufrimiento. Este cambio supuso un alejamiento significativo del énfasis tradicional en la libertad individual dentro del liberalismo clásico, y su contraparte moderna adopta ahora lo que Minogue denomina «salvacionismo liberal». El salvacionismo liberal, según Minogue, refleja la creencia de que a través de la intervención del Estado se puede reformar la conducta humana, dando lugar a la aparición de un mundo perfecto y redimido.
El liberalismo moderno buscó un apoyo intelectual y político sostenido para su campaña de redención del mundo moderno, y encontró este apoyo en las universidades. Según los liberales modernos, las universidades tienen la misión de contribuir al ideal perfeccionista a través de su labor investigadora y política, aportando soluciones para hacer frente a situaciones de sufrimiento. Este papel instrumental asignado a las universidades por los liberales modernos contrastaba fuertemente con lo que Minogue consideraba la función propia de estas instituciones de educación superior. En The Concept of a University (1974), Minogue, haciéndose eco de Oakeshott, sostenía que la investigación académica dentro de las universidades no debería estar impulsada por preocupaciones teleológicas, que harían a la institución susceptible a la intervención gubernamental e ideológica. Por el contrario, sostenía que la investigación académica debería desempeñar un papel no instrumental en la búsqueda reflexiva e intelectual de la verdad.
La búsqueda de un mundo perfecto se extendió más allá de la política nacional y de instituciones civiles como la universidad; también se manifestó en el temprano apoyo del liberalismo moderno a las ideologías nacionalistas que ganaron fuerza en Asia y África tras la Segunda Guerra Mundial. En Nationalism (1967), Minogue, siguiendo los pasos de su colega Elie Kedourie, ve el nacionalismo como una ideología de búsqueda de agravios que promete la salvación a través de la nación. Según la perspectiva nacionalista, la salvación implica la unidad política, territorial, social y cultural, que equipara la voluntad del individuo con la voluntad de la nación. En consecuencia, los nacionalistas son intrínsecamente hostiles al individualismo y al pluralismo, ya que estos conceptos se consideran amenazas para la unidad imaginada. Aunque Minogue no se opuso a la descolonización, criticó a los liberales modernos por su enfoque salvacionista y el sentimiento de culpa que sustentaba su apoyo a lo que percibían como «nacionalismo bueno». Además, Minogue reprochó a los liberales modernos su ingenuidad al creer que estas naciones recién formadas evolucionarían de forma natural hacia democracias liberales, se alinearían con el capitalismo frente al comunismo y conducirían a un mundo mejor.
El perdurable tema de la ideología, presente tanto en contextos nacionales como internacionales, constituye un aspecto significativo de la obra de Minogue. No obstante, el término «ideología», acuñado por Destutt de Tracy durante la Revolución Francesa, ha sido objeto de debate académico, con distintas connotaciones a lo largo del tiempo. Los marxistas clásicos veían la ideología de forma negativa, como la representación de las creencias de la clase opresora. Más tarde, bajo la influencia de pensadores como Lenin, la ideología adquirió un tono más positivo, abarcando la totalidad de las creencias de una sociedad, ya fueran de la burguesía o del proletariado. Posteriormente, con la obra de Mannheim, se dio a la ideología una connotación no valorativa, siendo sólo la representación de las creencias de los individuos. Sin embargo, en Alien Powers, Minogue pretendía recuperar la connotación negativa original asociada al término «ideología», al tiempo que rechazaba el tema de la opresión de los marxistas. Consideraba la ideología como un modo de pensamiento crítico que supone una amenaza para la tradición política de la civilización occidental y su modo de vida libre.
Minogue definió la ideología en Alien Powers como «una forma de análisis social que descubre que los seres humanos son víctimas de un sistema opresivo, y que el asunto de la vida es la liberación». En esta conceptualización, podemos discernir las dos funciones principales de la ideología. En primer lugar, cumple una función crítica al falsificar el modo de vida occidental moderno como sistema opresivo, lo que lleva a los ideólogos a albergar una aversión inherente al Occidente moderno con su pluralismo e individualismo. En segundo lugar, la ideología asume un papel positivo al posicionarse como poseedora del verdadero conocimiento para liberar a los individuos de esta opresión sistémica. En consecuencia, la ideología se presenta a sí misma como un modo de pensamiento pseudocientífico que ofrece una vía determinada para transformar todo el sistema con el objetivo último de crear una comunidad perfeccionada.
La perspectiva de Minogue ayuda a identificar y responder al desafío ideológico al que se enfrenta el Occidente moderno. En primer lugar, diferencia la ideología de la caracterización amplia que le da Mannheim, donde representa las creencias de los individuos ligadas a su ubicación social. Según Minogue, la ubicación social no ofrece el conocimiento revelador que reivindican los ideólogos. Por el contrario, para el ideólogo, el contexto social no es más que una parte del sistema opresivo que obstaculiza la emancipación de los oprimidos. Por consiguiente, la ideología no es una mera descripción no evaluativa de las creencias individuales, como se emplea en las ciencias sociales. Más bien, desvela la naturaleza opresiva del mundo moderno y traza un camino hacia una utópica tierra prometida.
En segundo lugar, el planteamiento de Minogue separa la ideología de la tradición clásica de la política occidental, que implica la deliberación sobre las condiciones para ser aceptado como miembro de una asociación civil. Paradójicamente, la ideología utiliza la política como medio para alcanzar un fin, que es la erradicación de la propia política. Los ideólogos rechazan el conflicto inherente a la política occidental, ya que obstaculiza el logro de la perfección. Minogue lo capta sucintamente en Politics: A Very Short Introduction (1995) cuando afirma: «Cualquier concepción de un estado finalmente perfecto es incompatible con la propia actividad de la política». Por tanto, Minogue reafirma la autonomía y el alcance limitado de la actividad política, subrayando el carácter ajeno de la ideología dentro de la tradición política occidental.
En tercer lugar, Minogue subraya que la ideología es una creación moderna con un objetivo antimoderno. Este objetivo antimoderno implica rechazar las sociedades modernas que surgieron como resultado de la disposición de los individuos a perseguir sus propios deseos e identidades morales. En su lugar, los ideólogos anhelan una utopía futurista arraigada en los ideales de una sociedad tradicionalista, en la que los deseos y las identidades morales de los individuos están predeterminados por la comunidad o por algún ideal racionalista.
Así, la ideología, según Minogue, cumple una función crítica: identificar aquellas doctrinas que son hostiles al Occidente moderno y a su tradición política. Minogue empleó eficazmente esta función crítica para identificar una nueva forma de ideología que está erosionando gradualmente el tejido moral de los individuos, transformándolos en seres serviles. En su último libro, La mente servil: cómo la democracia erosiona la vida moral (2010), Minogue identificó esta ideología como la ideología «político-moral»:
Una estructura de pensamiento que rechaza los estrechos límites de la vida moral individualista. … [Presenta] en su lugar un conjunto de aspiraciones, cuyo apoyo comenzaría a redimir la culpa apropiada a la forma en que, como civilización, nos hemos desarrollado.
La «político-moral» es el carácter contemporáneo del liberalismo moderno, impulsado por la culpa occidental o el odio a sí mismo por todos los supuestos defectos del Occidente moderno. Pretende resolver estos problemas con un nuevo lenguaje moral, en el que las deliberaciones individuales sobre la conducta humana se extrapolan a los demás o al Estado, con el objetivo de alcanzar el sueño perfeccionista. Minogue llama a esto la «mente servil». Es evidente en el creciente gerencialismo gubernamental en todos los aspectos de la conducta humana, desde abordar la desigualdad hasta prohibir los refrescos de gran tamaño por sus efectos sobre la obesidad. Por lo tanto, para el político-moralista, la libertad no es el silencio de la ley como creía Hobbes, sino que los individuos son más libres o se liberan de la opresión cuando hay una cacofonía de leyes que rigen su conducta.
El valor del trabajo de Minogue reside no sólo en identificar la ideología en nuestros tiempos contemporáneos, sino también en comprender que la esencia de la ideología es la hostilidad hacia el Occidente moderno y la disposición que lo creó: el individualismo. Esta hostilidad frontal al modo de vida individualista moderno está impulsada por un anhelo nostálgico de un mundo perfecto, un anhelo que domina a los liberales modernos y a un número cada vez mayor de conservadores. La práctica moral del individualismo, en la que los individuos deliberan sobre su conducta y autorrealizan su felicidad e identidad moral, se percibe como el principal obstáculo para este mundo perfecto. En consecuencia, los ideólogos claman por una sociedad armoniosa de mentes serviles como condición necesaria para entrar en el reino ideológico de los cielos.
Minogue reconoció el peligro de la ideología y nunca abrazó la idea de que asistiríamos a su fin. Desde el principio, se han hecho esfuerzos por redimir la caída de la humanidad. El resultado de estos esfuerzos ha dejado a nuestro mundo occidental marcado por los restos de proyectos ideológicos, que van desde la educación universitaria hasta ambiciones gubernamentales como la guerra contra la pobreza. Es tras el fracaso de estos proyectos ideológicos cuando figuras como Kenneth Minogue pueden ayudarnos a recoger los pedazos.
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