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Desigualdad; es decir, progreso

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De todas las acusaciones contra la sociedad libre, la más común es que crea enormes desigualdades económicas. Se dice con tanta insistencia que se toma como un dato incontrovertible, y las estadísticas al uso refrendan esa idea una y otra vez. Pero, a nada que se analicen mínimamente, los llantos por la desigualdad no tienen ningún sentido. Las comparaciones se hacen en los resultados, pero no en el camino que ha llevado a éstos; la injusticia se da por sentada y se lanza sobre el que defiende la libertad de las personas para producir e intercambiar como en una lapidación.

Cuando se oye a cualquiera de quienes dicen sufrir con las desigualdades económicas, hay un supuesto, entre tantos que manejan y que son falsos, que me parece especialmente interesante. Y es el que pretende que, como en las sociedades anteriores a la generalización del capitalismo, las condiciones de «pobre» y «rico» le acompañan a uno de la cuna a la tumba. Se habla, por ejemplo, de quienes están por debajo del umbral de pobreza o de aquellos que ganan (o generan) el 1 por ciento de la renta, como si fueran siempre, en todo momento, las mismas personas y familias. En una sociedad precapitalista, idéntica condición económica, generalmente, acompañaba a la persona toda la vida, y se adhería a ella como lo hacía su función económica (jornalero, artesano, terrateniente…), e incluso su situación geográfica. Todo ello cambió con la extensión del capitalismo al conjunto de la sociedad: los roles heredados generación tras generación pueden cambiar en el curso de sólo una vida.

Ahora lo vivimos a nuestro alrededor e incluso en nosotros mismos. Pero la acusación de la desigualdad es tan poco agraciada que merma, incluso, la capacidad de raciocinio y observación de quienes la lanzan; incluso sobre su propia vida. Todos sabemos que la renta que podemos generar en nuestros primeros años de carrera profesional suelen superarse pasados cinco, diez, quince años. Y si ahorramos e invertimos juiciosa y consistentemente, nuestra riqueza también irá aumentando con el tiempo. Si nos observan al comienzo de nuestra vida profesional, ¿no estaremos habitualmente en compañía de quienes menos ganan? Si es en plena maduración de nuestra carrera, ¿no es muy posible que nos encontremos en el caso contrario?

Exactamente eso es lo que ocurre. Si se sigue la pista a las mismas personas en dos momentos en el tiempo suficientemente alejados, veremos que lo que se produce, más que una desigualdad de rentas, es una movilidad en el tiempo. Un estudio que comparaba a las mismas personas en 1975 y 1991 (sólo 16 años) en Estados Unidos observaba que 6 de cada 10 de quienes estaban en 1975 en el quintil de quienes menos renta tenían, en 1991 estaban ya en los dos últimos. De media, quienes estaban en el primer quintil al comienzo de la serie habían aumentado su renta al final en más de 25.000 dólares. Por otro lado, sólo 6 de quienes estaban en el último quintil, el de más renta, al comienzo, se mantenían en él al final.

Arthur Laffer y Stephen Moore han expuesto en un reciente artículo en The Wall Street Journal las conclusiones de un estudio análogo, aunque con criterios distintos y períodos fragmentados. Por ejemplo, observan que sólo un tercio de quienes pagaban cero impuestos en 1987 seguían en esa categoría en 1996, mientras que un 25 por ciento había pasado al grupo de quienes llegan a pagar el 10 por ciento de tipo marginal máximo, otro tercio había alcanzado una renta que le forzaba a pagar hasta el 15 por ciento y el 9 por ciento restante alcanzaba el resto de niveles de renta.

Los datos que hay de 1996 a 2005 (un período de sólo diez años) se pueden comparar dividiéndolos en quintiles, y eso hacen: el 29,1 por ciento habían pasado a los tres últimos quintiles. Según los últimos datos del Censo, según recogían estos autores, «únicamente el 3 por ciento de los estadounidenses son pobres ‘crónicamente’, palabra con la que la Oficina del Censo califica a quien está en la pobreza tres o más años». Que en una sociedad libre no hay privilegiados lo demuestra que «los datos también muestran una movilidad a la baja entre quienes ganan más. Los que estaban en el 1 por ciento máximo en 1996 sufrieron una caída media en sus ingresos después de impuestos del 52 por ciento en los siguientes 10 años».

Las estadísticas de desigualdad deberían llamarse «estadísticas de progreso», porque lo que miden en realidad es eso, la diferencia entre lo que gana una persona al comienzo de su carrera y al final. Dentro de estas carreras hay diferencias, claro está, pero lo esencial, lo importante, es que cualquiera de nosotros tiene oportunidades de progresar y ganarse los medios de una vida digna. Y que la mayoría de nosotros, las aprovecha.

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