Para hablar del capital se requiere tomar en cuenta tres elementos indisolubles: Un individuo, un bien y una expectativa. Al individuo lo llamaremos “capitalista” y tiene la capacidad de tomar decisiones, repetir su proceso y acumular riqueza; el bien u objeto tiene que ser propiedad del capitalista y la expectativa es la esperanza del capitalista de obtener una ganancia mediante el intercambio libre y voluntario con otro capitalista de las mismas características. Adicionalmente, podemos decir que una sociedad es capitalista si la relación fundamental entre los hombres se basa en el intercambio libre y voluntario, al que llamaremos comercio.
El capital como institución de la humanidad tiene su origen desde que el hombre se atrevió a abandonar las prácticas salvajes para conseguir algo y, en su lugar, hacer intercambio libre y voluntario. La práctica del trueque data de unos 40 siglos atrás. Pero los términos capital, capitalista y capitalismo quizás se le deben a Carlos Marx quien vivió en el siglo XIX. Hoy día, apenas se está comprendiendo su naturaleza, esencia y dinámica. Antes, cuando solo había tribus salvajes, no había capital y aun ahora, hay países que no tienen capital, aun cuando poseen fábricas, cañones, tanques, etc. Véase el caso de Corea del Norte, donde está abolida la propiedad privada y, por ende, no puede haber capital, ni capitalistas, ni capitalismo.
Capital y propiedad privada
El capital surge como hijo de la institución más importante y revolucionaria de la humanidad: la propiedad privada. Desde el momento en que la sociedad reconoce que un bien pertenece a un individuo y no a otro, ni a la comunidad, y que ese individuo tiene el derecho de usar ese bien para intercambiarlo, regalarlo, usarlo a manera de garantía o destruirlo, sin que nadie tenga el derecho de impedírselo, allí está surgiendo la denominada propiedad privada. Aquel individuo “A” poseedor del bien empieza a soñar, a calcular y sale de su cueva para ofrecerlo a alguien “B” que le interese y que tenga un bien u objeto que satisfará el gusto, necesidad o capricho del primero.
Observe que aquel individuo propietario estará especulando. Cree que puede obtener un bien u objeto que le será más provechoso que el que ahora tiene. Se hace el intercambio porque ambos sienten que ganan, ambos son más felices después de la operación. Debido tan solo a esa expectativa es que el bien que posee cada uno se transforma en capital. Nótese que el capital está asociado a la propiedad privada, y a una expectativa de obtener beneficios. Y esto no sería posible si los individuos no disfrutaran de la libertad de hacer trueque.
Los vikingos fueron una tribu salvaje que, para conseguir tierras, caballos u otros bienes que tenían otras tribus, realizaban despojos y masacres. Y regresaban con animales, mujeres, semillas, etc. Pero nada de eso era capital, pues los hombres no tenían el derecho de comercializarlo. Lo podían poseer, pues se los repartía su líder. Pero, en esos oscuros siglos, no se desarrollaba aún el concepto de propiedad privada y menos el del capital.
Carlos Marx
Carlos Marx vivió en un mundo complejo que no pudo entender del todo. Sin embargo, observó a ciertos individuos muy especiales, diferentes al resto de los mortales. Eran individuos que encabezaban a otros individuos, los ponían a transformar materia prima en talleres para generar artículos. Luego este organizador los vendía en comunidades aledañas o los exportaba a otros países. Aún cuando tenía encerrados a decenas, cientos o miles de individuos, nadie estaba obligado. No había coacción. Quien quería dejar de trabajar simplemente dejaba de asistir y el organizador, naturalmente, dejaba de pagarle el salario del día. Era un fenómeno nuevo, desconocido dos siglos atrás.
A estos organizadores Marx les llamó “capitalistas”, pues la simple palabra capital significa cabeza y eso eran estos hombres, cabezas de gente, de grupos productivos. Ahora bien, en las viejas tribus también había cabezas u organizadores, eran los jefes de tribu, pero estos utilizaban la coacción, el castigo. De tal suerte que a la gente que no obedecía, simplemente la mataban.
Magos
Carlos Marx observaba que estos capitalistas eran como una especie de magos. Cuanto más riqueza obtenían, más industrias hacían, compraban más materia prima, contrataban más trabajadores y buscaban vender sus productos hasta el último rincón del planeta. El mundo se sentía feliz por los maravillosos productos, como las sedas que se producían gracias a los capitalistas chinos. O al atún que los empresarios finlandeses envasaban. O al vino que exportaban los capitalistas italianos, etc.
Por supuesto, estos capitalistas despertaban todo tipo de envidias de aquellos que no tenían el valor, el coraje o decisión de tomar riesgos. Algunos incursionaban en el campo productivo. Pero pocos lo lograban. El éxito de algunos terminaba en el fracaso. Es porque no se daban cuenta de que surgían competidores con mejores planes, mejores productos y a mejor precio. Es la dinámica propia del capitalismo.
La envidia
Otros capitalistas dejaban sus grandes negocios en manos de los hijos. Muchos de estos solo se dedicaban a disfrutar las ganancias y esas empresas terminaban desapareciendo. Hasta se creó una frase lapidaria: Abuelo millonario, padre rico, nietos pordioseros. Así que el mundo capitalista está lleno de oportunidades para visionarios, pero con riesgos naturales, propios del mercado, la competencia, el cambio de gustos, preferencias y caprichos, etc.
Pocas sociedades se dieron cuenta de que esos odiosos capitalistas, dueños de grandes talleres, con cuentas supermillonarias, eran precisamente los ángeles que daban bienestar, prosperidad y felicidad a los pueblos. Surgieron las grandes envidias que empezaron a destruir un mundo promisorio. Acusaron de “explotador” al dueño del taller, pero a nadie se le ponía un rifle en la cabeza para laborar allí. El trabajador tenía el derecho de negociar su salario o abandonar el taller. Si después de una semana, quincena o mes el obrero sentía que su trabajo merecía doble o triple paga, podía acudir con el patrón y solicitar nuevo sueldo. Por supuesto que el patrón podía evaluar y llegar a la conclusión de subirle el sueldo o despedir al trabajador para que éste buscara otras opciones. Y era lo correcto.
Marxismo
Pero algunos trabajadores se contagiaron de ideas marxistas anticapitalistas. decidieron aliarse contra el patrón y amenazarlo con parar la producción si no se les pagaba mejor salario. Algunas empresas accedían, otras, mejor clausuraban el negocio. Además, por ignorancia o mala fe crearon sindicatos mafiosos para aliarse con el poder político.
Se apoyaron en el gobierno para golpear a los capitalistas mediante el derecho de huelga, los incrementos salariales obligatorios y las cuotas sindicales que terminaron enriqueciendo a los líderes de la organización obrera. Los capitalistas se sintieron agredidos y bajaron el ritmo de sus sueños o se retiraron a la vida privada con un sabor amargo en la boca.
Destrucción del capital
Ahora hay maneras sofisticadas para destruir el capital y con el consentimiento y aplauso de los pueblos. Por ejemplo, si un gobierno construye una empresa textil, una refinería, si hace un metro para la ciudad, si construye escuelas y universidades públicas, si hace hospitales públicos, si da pensiones a la tercera edad, subsidio a los estudiantes, a las madres solteras, si destina subsidios al deporte. Todo ello constituye destrucción de capital y poca gente se da cuenta. Una verdadera desgracia.
¿Quién pierde con los golpes al capital? Los capitalistas simplemente se van a otros países. Pero con su retiro ya no comprarían materia prima que elaboran miles de trabajadores, ya no abren nuevas plazas de empleo, ya no comprarían nuevas máquinas, ni producirían nuevos bienes que estaban destinados a la felicidad de mucha gente. En resumen, el golpe a los capitalistas golpea a mucha gente que no se ve, que ni se enteran por qué no hay donde emplearse, por qué los productos suben de precio y no hay variedad. Nunca comprendieron que mientras más ganaba un capitalista, mas se beneficiaba la gente.
«La maldad del capitalismo»
La propaganda marxista creó tanta animadversión contra los capitalistas, llegando al extremo de destruirlos por completo: La revolución rusa aniquiló a cinco millones de pequeños empresarios del campo (los kulaks). La revolución china de Mao Tze Tung miles de comerciantes fueron ridiculizados, torturados y linchados por masas dirigidas por el Partido Comunista de China. En Cuba, el Che Guevara decretó la eliminación de la propiedad privada para impedir que algunos se hicieran ricos, así mismo en Nicaragua con el comunista guerrillero Daniel Ortega; en Venezuela con Hugo Chávez, etc.
Previamente, en todos estos países se difundió, a través de todos los medios de comunicación, “la maldad del capitalismo”; lo acusaron de crear pobreza, desigualdad, destrucción del ambiente, etc. y difundieron la fantasía marxista del poder bienhechor del Estado: que el capitalismo era un sistema depredador, nocivo y criminal y que, por lo tanto, había que destruirlo y sustituirlo con la mano angelical del gobierno. Y de tanto repetirlo, la gente lo creyó y abrazó el ideal marxista. Así toleraron la destrucción del capital y el crecimiento del Estado.
El suicidio de una nación
Para eliminar el capital se requiere eliminar la institución propiedad privada. Y lo llevaron a la práctica. Vieron que Adolfo Hitler prohibió el capitalismo y resolvió el problema del desempleo. Había dado trabajo a todas las mujeres en los hospitales, las fábricas, las escuelas. Y todos los jóvenes fueron incorporados como empleados del gobierno para servir en el ejército, en las fábricas de armas o como estudiantes de la universidad. Entonces, todos creyeron que estaban solucionando toda la problemática de la sociedad.
«En efecto», pensaron los nazis, “no hacen falta el capital, ni los empresarios, ni los mercados”, solo se necesita un gobierno bueno, inteligente y profesional que controle toda la economía para que todo funcione de maravilla. Una creencia equivocada que la pagaron con millones de muertos, hambrunas, crímenes, violencias, atraso y destrucción de vidas y haciendas.
La lección debió ser clara para todos: Ningún gobierno puede sustituir al capital, al capitalismo, a los capitalistas. Intentarlo solo produce resultados negativos para la sociedad. Destruir el capitalismo es equivalente a darse un pistoletazo en el pie; es cometer suicidio de una nación. ¿Algún día aprenderemos la lección?
2 Comentarios
Pobre y escasa descripcion de la destruccion de capital.
mucho mas precisa y solida fue el concepto de la destruccion creativa de >Schumpeter
Estimado Juan Pascual Puig. Le agradezco su amable comentario. En efecto, Joseph Schumpeter aportó una genial observación y lo hizo de manera precisa y sólida. Schumpeter observó un fenómeno propio del capitalismo, de las economías libres y competitivas. Observó que alguien puede crear un producto buenísimo de gran aceptación, por ejemplo, los relojes de batería que tenían carátula roja. Seguramente tú los llegaste a conocer. Todos andábamos locos por tener un reloj de esos, no eran baratos. Grandes empresas y marcas se dedicaron a fabricarlo. Pero por allá en el año 1973 anuncian la aparición de los relojes de cuarzo. Los primeros eran caros pero rápidamente bajaron de precio. Esta nueva industria de relojes de cuarzo, sepultó a la vieja industria de relojes de baterías y carátula roja. Fue una destrucción fenomenal por efecto de la creación de una nueva industria. Tal es lo que observó Joseph Schumpeter. Pero yo me refiero a algo distinto. No es a la dinámica del desarrollo capitalista, es al contrario, es la estrategia para destruir al capitalismo, y construir el socialismo, el comuenismo, el fascismo o estatismo. Es muy simple y preocupante para los que creemos en la libertad, en la iniciativa privada, en el capitalismo. Si el gobierno interviene en la economía, destruye la posibilidad de que tú te desarrolles en ese sector. Es lo que pasa con la intervención en el campo educativo, en la salud, en la ciencia, etc. Porque deja de haber gente que sueñe, que aproveche las oportunidades del mercado para generar la oferta y que crezca sin más límite que su sueños. Es que el capital se mide por la cantidad de individuos que toman decisiones propias, que arriesgan, que contratan gente, que importan, venden, exportan…
De cualquier manera, te estoy muy agradecido por tu comentario y estoy dispuesto a leer tu reacción. Atte. Dr. Santos Mercado
PD. Me encantaría leer tus comentarios a mi artículo del mes pasado en esta página:EL ORIGEN PERVERSO DE LAS UNIVERSIDADES PÚBLICAS.