Richard Dawkins ha promovido una campaña que, antes de comenzar estrictamente, es ya todo un éxito. Consiste en ocupar el espacio de autobuses de medio mundo con el mensaje «Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y goza de la vida». En un principio, el autor de The God Delusion se había propuesto recaudar 5.500 libras esterlinas, y cuando iba por 135.000 se dio cuenta de que contaba con más apoyo del que creía. Los creyentes no podían cruzarse de brazos, claro está, y ya hay una campaña en marcha de signo contrario promovida por E-Cristians, pero que por el momento no se ha concretado.
Hay algo que siempre me ha llamado la atención de muchos ateos, y me sorprende más con el paso del tiempo, y es la virulencia con que inciden en algo cuya existencia, precisamente, niegan. No tiene porqué ser el caso de los partidarios de esta campaña, pero los hay que quieren acabar, apoyados en el poder de la política, con las manifestaciones religiosas de los demás, un comportamiento paradójico para quien se define como «librepensador».
Con todo, desde diversos lugares, incluso amables con el liberalismo, se está viendo la campaña ateísta como un ataque. Las opiniones de los demás pueden provocar indignación, igual que las propias pueden encender los peores sentimientos en los demás, pero en ningún caso constituyen, verdaderamente, un ataque a las personas que no piensan del mismo modo. La suscripción del dinero es voluntaria, y si alguien quiere responder a la campaña debe hacerlo también con las fuerzas que sepa concitar voluntariamente.
Se toma esta campaña, asimismo, como un ataque contra nuestra civilización que, al fin, tiene raíces cristianas. Pero lo que se destaca es que esas raíces han creado la visión del hombre que incide en los valores de la vida, la propiedad y la libertad, el valor del individuo, su capacidad creadora y su responsabilidad. Bien está. Pero cuando aparece un ejercicio de la libertad de expresión, no podemos atacarla… en nombre precisamente de esos valores, sino en todo caso ponerlo como ejemplo de hasta dónde hemos llegado.
Todo ello es claro, en principio. Pero estamos tan acostumbrados al control político de las opiniones que nos encontramos con que el hecho de que un alcalde permita que en los autobuses exhiban este mensaje se convierte en noticia. ¿No debería ser noticia sólo que lo prohibiera? Si no queremos que los políticos controlen nuestras opiniones, no deberíamos mirarles a ellos cuando no lo hacen.
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