El poder político supone una grave amenaza para todos los procesos de cooperación social que se producen en el seno del mercado.
El mercado es una institución muy compleja. En su definición más prosaica es un lugar donde los individuos se reúnen para intercambiar productos y servicios. Alguien podría considerar que «libre mercado» y «capitalista» son expresiones redundantes. Veremos que no es así. En primer lugar, puede existir libre mercado sin capitalismo, por ejemplo, así era en todos los mercados no intervenidos antes de la aparición del capitalismo; incluso hoy en día, existen sociedades primitivas que no están capitalizadas donde se realizan intercambios libres. En segundo lugar, puede haber capitalismo en un mercado sin libertad; en este caso, el Estado posee el capital —fábricas, equipamiento, herramientas— y no permite a los individuos realizar intercambios libres (i.e. Unión Soviética, Cuba, Corea del Norte); cabe también que la titularidad del capital sea privada, siendo el gobierno que dirija coactivamente la producción (i.e. Alemania Nacional Socialista); en este último caso los empresarios obedecen las órdenes de un autócrata. Por tanto, cuando hoy hablemos de «mercado» nos referiremos a una institución en la que sus miembros gozan de plena libertad económica dentro de un sistema de producción capitalista.
1. Características del mercado
La característica más importante del mercado es la libertad de acción: para producir, realizar intercambios y consumir. Entendemos la libertad exclusivamente en sentido negativo (Berlin, 1958), es decir, como la ausencia de todo intento deliberado para impedir u obstaculizar la consecución de legítimos fines humanos. Solamente los actos criminales —sean fines o medios— deben ser objeto de reprensión y sanción, si fuera preciso, incluso mediante la violencia. Los actos pacíficos del mercado —producción, intercambio y consumo— son legítimos y, por tanto, no deben ser objeto de interferencia gubernamental. Introducir aquí esta cuestión normativa no sólo es necesario, sino inevitable porque «toda acción humana es intrínsecamente moral, está referida al orden moral» (Ayuso, 2015). Precisamente, la mayoría de intentos de reemplazar el mercado proviene de una condena moral, a nuestro juicio injusta. Resulta fundamental justificar la eticidad del libre mercado porque «los sistemas sociales en última instancia deben ser juzgados por sus fundamentos éticos» (Benegas, 2015).
Una segunda característica es la competencia, que puede ser externa o interna. La externa se produce entre los agentes cuando intentan optimizar los intercambios buscando la mayor utilidad posible, sea o no crematística. La competencia interna se suscita dentro de cada uno de los grupos de vendedores y compradores. La competencia se manifiesta en los precios, cuya finalidad es doble: a) asigna los bienes a aquellos que tienen mayor capacidad de intercambio; b) indica a los productores que bienes son relativamente más escasos (oferta vs demanda).
En tercer lugar, el mercado es dinámico y nunca está en equilibrio porque los fines —necesidades y deseos— de las personas mutan continuamente. Para nosotros, lo más fértil es analizar los «procesos de dinámicos de cooperación social que caracterizan al mercado» (Huerta de Soto, 2012: 55). El mercado proporciona a cada individuo la máxima eficiencia económica en la consecución de sus fines vitales, cosa que promueve el orden social y el proceso civilizatorio.
En cuarto lugar, el mercado es impersonal. Para intercambiar no es preciso conocerse, tener amistad o afinidad. Generalmente, las diferencias —religiosas, étnicas, raciales, culturales, idiomáticas, ideológicas, económicas, psicográficas[1], etc.— no constituyen un obstáculo para el comercio. El ánimo de lucro, tantas veces demonizado, constituye un potente antídoto contra todas estas barreras sociológicas, favoreciendo la cooperación social. Pero la libertad para intercambiar incluye la libertad para rechazar un intercambio, por motivos que pueden ser muy diversos. Recordemos el caso de Jack Phillips, el pastelero de Colorado (EE.UU.) que, alegando motivos religiosos, se negó a decorar una tarta de boda a una pareja de homosexuales.[2] Este tipo de discriminación, siendo legítima, es poco usual en las relaciones comerciales; además, los clientes rechazados siempre pueden acudir a otro proveedor. El mercado, como la mítica cornucopia, derrama sus bienes sobre cuantos en él participan, siempre que sus exigencias éticas, jurídicas y praxeológicas sean respetadas.
Hoy analizaremos dos intentos de sustituir el mercado: el primero —el poder político—, restringe su libertad de múltiples formas mediante el uso sistemático de la violencia; el segundo —las sociedades colectivistas—, respeta la libertad de los participantes ofreciéndoles modelos económicos no mercantiles. En ambos casos, existe un intento deliberado de modificar el resultado natural del libre mercado: el primero, por ambición de poder y el segundo, por falta de entendimiento, prejuicios o por haber abrazado una ética igualitaria.
2. El poder político
Para evitar confusiones definamos poder (o macht: capacidad de imposición): «Es la probabilidad de imponer en una relación social la voluntad de uno, incluso contra la resistencia del otro, con independencia de en qué se apoye esa probabilidad» (Weber, 2006: 162). Es decir, «poder equivale a capacidad para ordenar la actuación ajena» (Mises, 2011: 226), pero el austriaco enfatiza la importancia de la ideología y la cooperación para que el poder pueda sostenerse en el tiempo: «Quien pretenda servirse de la violencia habrá de estar respaldado por la voluntaria cooperación de algunos» (Mises, 2011: 226). En puridad, para que exista «poder» debe estar presente la amenaza de violencia o su uso efectivo de una parte sobre otra. Los poderes legislativo, ejecutivo y judicial sólo son eficaces en tanto exista un grupo de hombres armados dispuestos a hacer cumplir sus dictados: leyes, órdenes y sentencias. Todo poder reside, en última instancia, en el control efectivo sobre el uso de la violencia. Según la definición weberiana no existe tal cosa como poder «económico», «comercial» o «financiero».
El ejercicio del poder político se manifiesta de dos formas: por un lado, la acción fiscal otorga rentas a los beneficiarios del poder —políticos, funcionarios y otros grupos de consumidores netos de impuestos— a expensas del sector privado; por otro lado, el intervencionismo impone a individuos y empresas prohibiciones, restricciones y servidumbres que reducen la oferta de bienes, el número de intercambios y el nivel de vida de la mayoría de ciudadanos. El Estado se ve obligado a hacer uso de la violencia porque, de forma voluntaria, los consumidores no pagarían sus servicios, que son poco apreciados. Por ejemplo, en España el 80% de los funcionarios elige un seguro médico privado y gran parte del 20% restante elige la sanidad pública porque trabaja en ella y la usa en beneficio propio.[3] El Estado ha podido legitimar su coacción, entre otras cosas, gracias a la inestimable ayuda de los economistas de cátedra (Samuelson), que han elaborado una pseudociencia al servicio del poder político: La teoría de los bienes públicos. En pocas palabras, se trata de «un razonamiento erróneo, ostentoso, montado en contradicciones internas, incongruencias, apelando a interpretaciones basadas en prejuicios y creencias populares asumidas, pero sin mérito científico alguno» (Hoppe, 2013: 83). Incluso los servicios de defensa y seguridad, paradigma de la Teoría, no constituyen bienes públicos porque sí existe rivalidad en su consumo y también es posible excluir al que no paga (Hernández, 2020). Es decir, esta «teoría» se refuta haciendo uso de sus propios postulados.
3. Las sociedades colectivistas
Las sociedades primitivas —tribus, clanes—no vamos a tratarlas porque son precapitalistas y, por tanto, no pueden reemplazar lo que no tienen. Aquí nos centraremos en grupos sociales que, pudiendo beneficiarse del mercado, renuncian a él por determinados reparos filosóficos y «sesgos» éticos.[4] Las objeciones al mercado son diversas, por ejemplo, las comunidades amish renuncian voluntariamente a la utilización de bienes de capital —tractores, máquinas, herramientas— y bienes de consumo industriales —vehículos, electrodomésticos, teléfonos—. Otras comunidades, repudian el dinero y han transitado hacia una economía de trueque o han creado monedas y bancos sui géneris (horas, créditos, puntos). Las diversas iniciativas de economía «solidaria» persisten en una condena moral del mercado: «La explotación de la fuerza de trabajo por el capital o del obrero por el capitalismo» (Marx, 2008: 137). La refutación de la teoría de la explotación, realizada por Böhm-Bawerk, no pudo evitar la calamitosa expansión del marxismo en el mundo (Huerta de Soto, 2010: 151).
Entre las comunidades religiosas también hallamos intentos —respetables— de renunciar a la abundancia material del mercado y abrazar la frugalidad monástica. Lo que no es tan respetable es achacar la pobreza en el mundo al capitalismo, repitiendo el viejo error de Michel de Montaigne (1580: 126): «El beneficio de unos es perjuicio de otros». Particularmente desafortunadas y preocupantes son las afirmaciones del Papa Francisco (2015: 40) en contra del mercado:
Pero la orientación de la economía ha propiciado un tipo de avance tecnológico para reducir costos de producción en razón de la disminución de los puestos de trabajo, que se reemplazan por máquinas. Es un modo más como la acción del ser humano puede volverse en contra de él mismo.
El diletante señor Bergoglio no es el único que opina que «el dinero es el estiércol del diablo». En Twin Oaks (Virgina, EE. UU.) un centenar de personas vive sin dinero en un sistema comunista donde la propiedad y el trabajo se comparten de forma igualitaria; cada hora de trabajo de sus miembros vale lo mismo independientemente de la tarea realizada. Sin embargo, esta renuncia al dinero es tan sólo aparente. Los miembros de estas comunidades necesitan dinero para comprar muchas cosas que ellos mismos no producen ni pueden obtener mediante trueque. Por ejemplo, sin dinero sólo podrían viajar a pie o a lomos de algún animal; pronto se convertirían en algo parecido a una tribu primitiva. Es una pena que las comunidades colectivistas sean pocas y pequeñas, ojalá todos los que aborrecen el mercado fueran consecuentes y constituyeran comunidades anarco-comunistas. Lamentablemente, la mayoría es adoradora del Estado y lo utiliza (vía elecciones democráticas) para imponer violentamente sus preferencias a los demás. En un sistema político donde la mayoría impone su yugo a la minoría no puede haber justicia, sosiego ni orden social.
Conclusión
El libre mercado capitalista no solo es el «cuerno de la abundancia», además se sostiene en sólidos principios éticos: libertad, propiedad y no violencia. El mercado es eficiente y justo: da a cada uno lo suyo acorde a su productividad; después, cada cuál es libre de disponer de sus bienes como mejor convenga, en función de sus fines y guiado por principios morales, filosóficos o religiosos.
Quienes poseen una ética igualitaria, odian la competencia o tienen prejuicios contra el dinero pueden legítimamente renunciar a la afluencia material que proporciona una sociedad capitalista. Nadie puede erigirse en juez de la felicidad de los demás. Los intentos pacíficos de sustituir el mercado por otros sistemas económicos —comunismo, autarquía— no constituyen un problema para los amantes del mercado.
El poder político, en cambio, supone una grave amenaza para todos los procesos de cooperación social que se producen en el seno del mercado. El Estado ha abolido muchos mercados —producción de leyes, justicia, defensa, seguridad, dinero— y ejerce una poderosa intervención en otros —sanidad, educación, laboral, urbanismo, banca, industria, etc.—. El Estado ha conseguido modificar, total o parcialmente, las señas de identidad que caracterizan al libre mercado hasta volverlo irreconocible. No hay actividad humana que escape a su doble agresión: fiscal y regulatoria; y cuando en el mercado surgen nuevas formas de cooperación —comercio electrónico, Bitcoin, Uber, BlaBlaCar, Airbnb, etc.— los adictos al poder buscan la manera de gravarlas y regularlas.
Bibliografía
Ayuso, M. (2015). «El Estado como sujeto inmoral». [Video file]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=hQJYQIoNOV0
Benegas, A. (1995). «Hacia una teoría del autogobierno». Revista Libertas 23.
Octubre. Instituto Universitario ESEADE.
Berlin, I. (1958). «Dos conceptos de libertad». Clarendon Press.
Francisco, (Papa) (2015). Laudato si’. Libreria Editrice Vaticana.
Hernández, J. (2020). Defensa y Seguridad: ¿pública o privada? Madrid: Unión Editorial.
Hoppe, H. (2013). Una Teoría del Socialismo y el Capitalismo. [Versión Kindle] Innisfree.
Huerta de Soto, J (2010). Lecturas de Economía política III. Madrid: Unión Editorial.
—– (2012). «La esencia de la Escuela Austriaca y su concepto de eficiencia dinámica». Revista de Economía ICE, marzo-abril 2012, No 865.
Menger, C. (2013) [1871]. Principios de Economía Política. [Versión Kindle]. Amazon.
Mises, L. (2011). La Acción Humana. Madrid: Unión Editorial
Molinari, G. (1977) [1849]. «Sobre la producción de seguridad».
Montaigne, M. (1580). Ensayos. http://www.scribd.com
Rothbard, M. (2013). Poder y Mercado. [Versión Kindle]. Guatemala: UFM.
Thoreau, H. (2008). Del deber de la desobediencia civil. Colombia: Pi.
Weber, M. (2006). Conceptos Sociológicos Fundamentales. Madrid: Alianza Editorial.
[1] Relativo a los estilos de vida: solteros, vegetarianos, animalistas, nudistas, consumidores de drogas, deportistas, hippies, etc.
[2] En 2018, la Corte Suprema de EE.UU. anuló la sentencia del Comité de Derechos Civiles de Colorado, que había fallado a favor de la pareja gay.
[3] Los políticos y los trabajadores de la sanidad pública gozan de listas de espera paralelas y de otros privilegios corporativos.
[4] Decimos «sesgos» porque la dimensión ética del mercado está sobradamente justificada.
2 Comentarios
Estimado Sr, Cabrera, hace Vd
Estimado Sr, Cabrera, hace Vd. una afirmación que es incorrecta ;
«Alguien podría considerar que «libre mercado» y «capitalista» son expresiones redundantes. Veremos que no es así. En primer lugar, puede existir libre mercado sin capitalismo, por ejemplo, así era en todos los mercados no intervenidos antes de la aparición del capitalismo»
Esa afirmación sería correcta en el Hipotético Estado de Trueque o Cambio Directo; «Ceteris Paribus» en ese estado, análogamente similar al de una isla en la que Robinson Crusoe y Viernes llevan a cabo intercambios, no habría Capitalismo en sentido estricto, por la sencilla razón de que no habría Dinero- el medio de cambio generalmente aceptado por la «sociedad» para trocar o intercambiar por cualquier otra mercancía no dineraria; en esta situación, lo que si habría- además de bienes de consumo que satisfacen directamente los deseos de su propietarios- es Bienes de Capital o factores de producción producidos que combinados con los factores originarios tierra y trabajo, producen aquellos bienes de consumo.
Ahora bien, la condición necesaria y suficiente para que surja la mercancía dinero, es que ese estado de trueque tenga una dimensión espacial, poblacional y con una variedad de bienes de consumo o bienes presentes adecuadas para que los diversos grados de mercabilidad de esos bienes -de mayor a menor- se manifiesten en el mercado; entonces, la acción humana «empresarial» mediante un proceso de selección teleológico llevado a cabo por los emprendedores mas perspicaces y que mejor enfrentan la incertidumbre acaben instaurando en ese mercado una o más mercancías dinerarias que son las que tienen una mayor grado de comerciabilidad o mercabilidad-algunos indebidamente lo denominan mayor liquidez- ; por tanto, si previamente no hay varias mercancías con un valor de uso subjetivo -necesariamente tiene que haber mas de dos mercancías para que se pueda llevar a cabo una valoración o comparación; es imposible valorar sin comparar- no puede surgir la mercancía dinero; esta mercancía, es esencialmente diferente de las demás, en virtud del famoso Teorema regresivo de Von Mises; porque es la única cuyo precio de mercado conserva un componente temporal o histórico, precisamente debido al elemento regresivo; el resto de mercancías no tienen esa característica; esto es algo que nunca entendió Hayek; por eso no es verdad su afirmación de que el sistema de precios transmite información pasada sobre los precios en dinero de las mercancías y de los factores de producción.
Finalmente, una vez que está instaurada en el mercado la mercancía dinero entonces si ya se puede hablar en sentido estricto del surgimiento del Capitalismo, porque :
1º- Existe la subcategoría omnipresente de la Preferencia Temporal, inherente a toda Acción humana-independientemente de que existan o no mercados-
2º- Puesto que hay una mercancía dinero que todo el mundo acepta cambiar por el resto de mercancías, la Preferencia Temporal se manifiesta en el mercado mediante el fenómeno del interés económico u originario; un fenómeno real que en palabras de Mises, no es un precio en si, sino una ratio que expresa el mayor valor asignado a los bienes presentes sobre los futuros; si se quiere los términos de intercambio o descuento aplicado a los precios de un mismo bien a entregar en el futuro a cambio de la entrega de ese mismo bien en el presente; sin el fenómeno de la capitalización o descuento -F. A. Fetter- no hay Capitalismo; el tipo de interés contractual o de los Prestamos, tiene su causa en el interés originario o económico; Rothbard también lo llamaba el Diferencial de Precios o diferencia entre el Precio Futuro Anticipado del Producto Marginal y el Precio actual de compra o presente de los factores de producción.
3º- El bien presente y mas universal por excelencia es la mercancía dinero; por eso se demanda esencialmente para afrontar la incertidumbre; es lo que Rothbard llama la Demanda de dinero para Retención, distinta de la otra demanda transitoria que denomina para Tenencia, porque se precisa para trocarla por Bienes de Consumo o por medios de producción; más aun, sin tal mercancía no habría un mercado para los bienes de capital- por razones obvias, que aquí no es necesario explicar- y por tanto no habría capitalismo; precisamente, esto es lo que ocurre en cualquier sistema socialista, ya sea el nazi, donde la «propiedad» del empresario es solo formal y no de facto, o en el de Tipo Marxista, donde la propiedad es formalmente y de facto del Estado; por supuesto, salvo en los mercados negros, no hay precios , lo que hay son estrictamente ordenes gubernamentales sobre la cantidad de numerario-no dinero en sentido estricto- que debe fijarse para cada bien.
4º-La relación monetaria, es decir la oferta y la demanda de la mercancía dinero-la única que se encuentra permanentemente en un estado de trueque en sentido estricto con el resto de mercancias- » ab initio» y simultáneamente permea a todos los precios monetarios del resto de mercancías, por eso es completamente superficial, en el mejor de los casos, hablar de los precios relativos de las mercancías utilizando la construcción imaginaria de una economía de trueque en la que el dinero es solamente un numerario o patrón neutral; esto es completamente falaz y ,por tanto, los artificios como los indices de precios para «medir» el poder adquisitivo del dinero son completamente anticientificos-Véase Mises, Rothbard, Hoppe y, especialmente, Salerno.
5º-Sin propiedad privada sobre la Tierra y los Bienes de Capital, no hay capitalismo.
Un cordial saludo.
Muchas gracias. Saludos
Muchas gracias. Saludos