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Economía feminista

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La economía feminista no ha optado por la libertad, sino por la intervención.

La economía feminista es una corriente que pretende incorporar la teoría feminista en el análisis económico. Surgió a finales de los 80, con la publicación de If women counted, de Marilyn Waring. Desde entonces, autoras como Julie A. Nelson, Paula England, Nancy Folbre y, en habla hispana, otras como Cristina Carrasco, María Pazos Morán o Amaia Pérez Orozco, se han empleado en desarrollar una teoría centrada en lo que llaman la sostenibilidad de la vida. Un Nobel de Economía, Amartya Sen, ha escrito numerosos trabajos para este campo de estudio y, es incluso considerado economista feminista. Cuentan con la IAFFE (International Association for Feminist Economics) y con una revista académica, Feminist Economics, que se encuentra indexada en JCR.

Es decir, hablamos de una corriente de pensamiento que tiene muchos adeptos y que, además, está ganando terreno en el debate universitario. Con el tiempo, ocurrirá como con la economía ecológica; primero, surge la tendencia social a cuidar el medio y, después, la gente, concienciada con el asunto, comienza a abrazar una teoría económica más completa y rigurosa que unas simples consignas políticas (véase la propuesta del Green New Deal). Actualmente, el movimiento feminista ha ganado mucho peso, por lo que, no es de extrañar que en unos cuantos años, la sociedad empiece a compartir las tesis económicas que la economía feminista plantea. Entonces, si las teorías feministas fueran cercanas a la libertad, no habría ningún inconveniente. Pero es que, precisamente, el gran problema está en que esas ideas están totalmente en contra de la libertad económica. Por ello, es conveniente que estudiemos a fondo cada uno de sus planteamientos y sepamos confrontarlos en defensa de la libertad.

Como decía al principio, la economía feminista pretende incorporar el asunto del género y la igualdad a la cuestión económica. Así, las primeras aportaciones consistieron en una crítica a los principales indicadores macroeconómicos que ocultaban la verdadera contribución que hacía la mujer en la economía: trabajo doméstico y cuidados. Han continuado atacando los típicos modelos neoclásicos como el homo economicus, al que consideran claramente masculino; o los estudios sobre el agente económico familia -protagonizados por Gary Becker-, pues no tienen en cuenta las relaciones de poder que tienen lugar en el hogar. Además, pretenden la inclusión de las características femeninas y la realidad de la mujer en las teorías económicas, que entienden como androcéntricas; así como revisiones etimológicas e históricas en la ciencia económica. También, se han posicionado en contra de la globalización según se entiende en el mundo capitalista moderno.

Sus objetivos pasan por la construcción de teorías alternativas donde se incorpore el papel de la mujer y la economía se centre en la sostenibilidad de la vida, en la que también se incluye la sostenibilidad del medio. Para ello, consideran positivo la inclusión de otras disciplinas científicas como la sociología o la psicología, con sus correspondientes metodologías; los juicios éticos, y nuevas formas de medir el trabajo no remunerado de las mujeres e incluirlo en los indicadores macroeconómicos.

Sin embargo, la cuestión más importante, más allá de los posibles errores analíticos concretos que puedan tener sus teorías, es su adscripción a otras ideologías y escuelas de pensamiento que ya existen dentro de la ciencia económica. La economía feminista no ha optado por la libertad, sino por la intervención. Han construido sobre bases teóricas -muy equivocadas- de escuelas que ya existían y que siempre han apoyado por el poder del Estado y una economía intervenida. Las economistas feministas son, principalmente, socialistas, marxistas, neoinstitucionalistas y postkeynesianas. Rechazan el mercado por su inestabilidad cíclica, pues las crisis económicas acaban afectando más a las mujeres que a los hombres o proponen cosas como planes de empleo de última instancia, conocidos como ELR (Employer of the Last Resort), donde el Estado se encarga de inyectar gasto público en planes de contratación para mujeres. El capitalismo es un sistema fatal, pues se une al patriarcado y, juntos, continúan la opresión de clase y de género, uno en la vida pública y el otro, en la esfera privada de las familias. Más aún, el capitalismo contribuye al patriarcado con la reproducción de la fuerza de trabajo, por lo que acaba consumándose una simbiosis perfecta.

Desde la Escuela austriaca pueden hacerse numerosos comentarios al respecto en todos los sentidos. Ya han sido muchos los referidos a cuestiones más amplias como la prosperidad que supone para la mujer el capitalismo y el desarrollo económico, pues bien se ha demostrado históricamente. En aspectos más concretos, se puede criticar por su obsesión por la medición y predicción en la economía; por los fallos derivados de la intervención y contenidos en el marxismo, socialismo, neoinstitucionalismo y postkeynesianismo; por su mala comprensión de lo que supone el cálculo económico, los mercados, el orden espontáneo y la monetización de una determinada actividad; por sus bases metodológicas, éticas, políticas y sociológicas. Y así, con otras tantas muchas peculiaridades que acaban siempre entendiendo la intervención como solución. Ante ello, la Escuela austriaca ofrece sus pilares éticos, metodológicos, teóricos y su confianza en la empresarialidad como motor de cambio de toda circunstancia económica y social. Debemos de comenzar a dar respuesta a todas sus proposiciones.

Nuevamente reitero la llamada de atención a todos los comprometidos por la libertad, ante este conglomerado de ideas. Es algo que tiene futuro y que amenaza nuestra libertad económica y el progreso de la humanidad, por lo que requiere un importante desarrollo de trabajo académico sobre el mismo.

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