Duelo fraticida el vivido en el seno del Laborismo británico durante la última semana de septiembre. Los hermanos Miliband competían por el liderazgo del partido. Aunque el favorito era David, finalmente fue Ed quien venció. Lo hizo por un escaso margen de votos. Sin embargo, esa mínima diferencia encarna posiciones ideológicas diametralmente contrarias, puesto que Ed Miliband está más cerca del “Old Labour” que del “New Labour” representado por David.
El fracaso electoral de Gordon Brown, algo que estaba cantado, precipitó los acontecimientos en el Partido Laborista. Dimisión inmediata del escocés y proceso sucesorio con cinco candidatos. De entre ellos, dos mostraban mensajes y programas antagónicos: Diana Abbot (representante del ala izquierda del partido, aquélla que renegaba, pero que no tuvo más remedio que aceptar, de los éxitos electorales de Tony Blair) y David Miliband, un “producto” de la “Tercera Vía”, el mejor exponente de la misma.
David Miliband siempre sonó en las quinielas para suceder a Blair tras el paréntesis de Gordon Brown. No fue así. Los sindicatos, las históricas, y determinantes en algunos momentos, Trade Unions, fueron clave para que Ed Miliband, menos conocido y menos mediático, fuera el ganador.
Consumado el triunfo, el nuevo líder de la oposición ha lanzado mensajes, mezcla de optimismo (el uso de la palabra “renovación” así lo atestigua), firmeza (los sindicatos no dictarán mi política, afirmó), pero también de negación del pasado más cercano. En este último aspecto destaca la que va camino de convertirse en una de sus frases lapidarias y por la que será juzgado en el futuro: “La era del Nuevo Laborismo ya ha pasado. Una nueva generación ha tomado el relevo y las viejas etiquetas ya no están en vigor”, podíamos leer en El País el pasado 27 de septiembre.
Haría mal Ed Miliband en olvidar el pasado reciente del partido, especialmente el periodo comprendido entre 1997-2007. De esta etapa debería extraer lecciones; la principal, en el terreno de la economía: cuando el Labour Party puso fin a sus tendencias intervencionistas, el electorado británico optó por él. Cuando el Laborismo apostó por jugar un rol constructivo en la esfera internacional, Reino Unido retomó la etiqueta de key player. Sin embargo, él parece decantarse por la lírica e identifica “la autocrítica” con calificar la intervención en Irak como un error.
Aunque Ed Miliband niega ser un izquierdista y rechaza el apelativo de “Ed, el rojo” con que le han etiquetado, su lenguaje va en esa dirección, con concretas acusaciones de culpabilidad al capitalismo. Ahí es donde enlaza con el “último Brown”. Sus primeras intervenciones en lo que a política exterior se refiere, tampoco le ayudan a quitarse esa etiqueta: crítica a Israel, a quien otorga un mayor grado de culpabilidad a la hora de que el conflicto con Palestina no se resuelva. Tesis típicamente izquierdista con elevadas dosis de buenismo, que en última instancia encierra cierta animadversión a la special relationship cultivada por Blair y Bush, heredera de la mantenida entre Thatcher y Reagan.
De economía poco ha dicho, sólo ha hablado de “las injusticias sociales”, cuando es el tema que más preocupa a sus compatriotas. Ahí, David Cameron le gana la partida, pues ya antes de convertirse en Primer Ministro apostó por las “medidas impopulares”, esto es, aquellas destinadas a controlar el gasto público, disparado hasta límites insospechables durante la etapa de gobierno de Gordon Brown.
En definitiva, el liderazgo de Ed Miliband se ha iniciado más rodeado de anécdotas (enfrentamiento con su hermano o descendencia de un eminente teórico del Marxismo como era su padre Ralph Miliband) que por hechos concretos. Entre sus apuestas políticas concretas, destaca su renuncia explícita al Blairismo y una adhesión al radicalismo mal entendido. Algo parecido hizo Michael Foot cuando lideró al Labour Party entre 1979-1983, con los resultados por todos conocidos…
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