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Efecto cobra

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Durante la administración de la India colonial, los funcionarios británicos allí destinados intentaron erradicar el número de cobras debido a las numerosas muertes que provocaban entre la población. Sabido es que el veneno de este reptil, una neurotoxina, tiene un efecto paralizante y letal sobre el sistema nervioso. Dicha serpiente se le trata allí todavía hoy con respeto cuasi-religioso y rara vez se le da muerte.

Es comprensible que los antiguos administradores de la India desearan cambiar dicho estado de cosas. Por tanto, decretaron que todo aquél que matara y presentara el cuerpo del reptil se le recompensaría con una cantidad de dinero. Con ello se pretendió acabar con el problema.

La realidad fue que un buen número de indios comenzó a criar cobras a destajo para obtener beneficios. Cuando las autoridades británicas descubrieron el pastel, cancelaron las recompensas. Los criadores se vieron repentinamente sin su fuente de ingresos y, en consecuencia, soltaron las serpientes porque ya no les resultaban útiles. El balance final de aquella medida humanitaria de los bienintencionados burócratas fue negativo. Hubo un aumento espectacular de la población salvaje de cobras. Los paternalistas funcionarios de su Graciosa Majestad miraron para otro lado.

Salvando las distancias, las prestaciones por desempleo y las políticas activas de empleo son una muy loable preocupación por evitar dejar en desamparo a aquellas personas que han sido expulsadas del mercado de trabajo e intentar activamente desde el Estado integrarlas de nuevo al mercado laboral. Pero estas ayudas tienen efectos no deseados: no sólo se estaría fomentando el fraude en aquellos casos que se trabaja en la economía sumergida y al mismo tiempo se recibe el subsidio o en los que se dan cursos fantasmas de formación pagados por todos los contribuyentes sino -lo que es aún más grave- se estaría desincentivando de forma masiva la búsqueda de empleo por parte de aquellas personas que se han visto, por desgracia, desposeídos de su trabajo en un momento dado de su vida. Es muy tentador volverse dependiente de las ayudas del bienintencionado Estado benefactor.

Aunque luego pretenda el gobierno controlar los fraudes, por mucho que endurezca las condiciones para acceder al subsidio, por todo el interés que muestre la Administración para controlar la asistencia a los imaginativos cursos de formación o se impongan penalizaciones a los desempleados que rechacen repetidas ofertas de trabajo, lo cierto es que las pretendidas soluciones a dicho problema sólo sirven para agravarlo y enquistarlo.

A esto se unen las malas cifras de desempleo en España que son lacerantes y demasiado tozudas. Los motivos son muy diversos, pero la palma de oro se la lleva nuestra legislación laboral que es la más inflexible de todos los países de la OCDE pues, a pesar de recoger todas las reclamaciones favoritas de los sindicatos, el resultado final es que dificulta y destruye la contratación en vez de animarla y conservarla. Las prestaciones por desempleo sólo son el remate final de dicha situación al volatilizar después todo incentivo personal de los individuos para ayudarse por sí mismo una vez se vean sin trabajo.

Demasiadas ofertas de empleo son repudiadas y muchos cursillos de formación se encadenan sin sentido alguno sólo por querer apurar hasta el último sorbo del subsidio. Son un caramelo envenenado con efectos paralizantes, como la neurotoxina. Es una protección sin duda compasiva pero mal planteada si se prolonga demasiado en el tiempo. No contento con ello, nuestro gobierno estableció en noviembre 2009 un Programa Temporal de Protección por Desempleo e Inserción (PRODI), prorrogado ya varias veces (1,2 y 3), por el que ofrece adicionalmente 426 euros al mes a aquellos desempleados que ya no tienen "derecho a paro" durante seis meses mientras cumplan una serie de requisitos y la tasa del paro se sitúe por encima del 17%. Es un círculo vicioso. Alargará la agonía sin solucionar el problema de fondo.

En todos aquellos países que cuentan con mercado laborales rígidos aderezados con generosos sistemas de cobertura el paro se ha vuelto estructural. La propia naturaleza del ser humano está inclinada a la acción, siempre y cuando posea los incentivos correctos. El número de desempleados españoles es ya insoportable. Tenemos desde hace años el doble de tasa de paro de la zona euro; bastante mayor que Grecia o Portugal, por cierto. Con cinco millones de parados los sindicatos tienen las santas narices de mirar para otro lado.

Llevamos más de dos años con niveles de prestación por desempleo demoledores para nuestro maltrecho Presupuesto nacional (más de 30.700 millones de euros por año). Por su parte, las políticas activas de empleo, en su mayor parte ineficaces, tales como la intermediación del Servicio Público de Empleo Estatal (ex INEM) o los cursillos de formación patrocinados por las diversas administraciones, los sindicatos y las patronales suponen más de 7.600 millones de eurazos según Presupuesto de 2011. Estas últimas ayudas especialmente son una pesada carga despilfarrada bajo el encantamiento de las buenas intenciones; sencillamente son ya un lujo inasumible.

Es muy urgente permitir en España el reajuste de su desequilibrada estructura productiva, reformar el sistema financiero y tributario y liberalizar en serio el heredado mercado laboral para crecer, incentivar nuevas inversiones, exportar más y desendeudarnos de una bendita vez. Asimismo debemos también empezar a replantearnos como sociedad si tienen sentido las ingentes cantidades de dinero que se gastan anualmente en innumerables ayudas o subvenciones públicas (de todo tipo y especie) que implican recurrir a más deuda externa de la ya existente o lisa y llanamente el enterrar el dinero quitado a las cada vez menos numerosas empresas, familias y personas productivas que quedan entre nosotros.

Estoy denunciando un paradigma social que parece no da más de sí. Se debe cambiar la cultura asistencial por la del mérito, el sacrificio personal, el esfuerzo y la verdadera innovación, que no es otra que la del mercado, la libertad y la responsabilidad. No nos queda otra si no queremos que se nos reproduzcan los males.

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