Los liberales estamos acostumbrados a recibir lecciones morales por parte de los socialistas de todos los partidos. La réplica a los argumentos a favor de la libertad suele caer en el sentimentalismo demagógico para tachar de egoístas a todos los que discuten que el Estado es el encargado de prestar una serie de servicios.
Normalmente apelan a la necesidad de ayudar a los más necesitados para curar graves enfermedades o escolarizar a los niños que de otra forma no tendrían oportunidades. Olvidan que los costes de estos servicios ofrecidos por el Estado son muy superiores a los mismos que el sector privado oferta pese a esta competencia desleal e ilimitada de los que tienen el presupuesto público de su parte. Además de resultar más baratos, la calidad del servicio y la satisfacción de los usuarios suele ser mayor. La trampa aquí reside en que los costes de los servicios estatales no se perciben como tales, pues los impuestos se recaudan en base a un hecho imponible en lugar de pagarse por la contraprestación de un servicio como las tasas. El acceso a muchos servicios estatales no está regulado por ningún precio (aunque sea menor del coste como las tasas universitarias) y, por tanto, no se percibe como tal. Cuando pagamos impuestos, desconocemos a dónde va a parar nuestro dinero y cuando utilizamos muchos servicios prestados por el Estado se crea una ilusión de falsa gratuidad por aquello que en realidad ya hemos pagado o tendremos que pagar a base de endeudarnos.
No se discute, en cambio, que otros servicios esenciales como podrían ser la alimentación y su distribución se deje en manos del "capitalismo salvaje". Hoy podemos comer prácticamente cualquier cosa por exótica que sea y el sustento básico tiene precios bajos en relación a la renta media impensables en otros tiempos. El libre mercado ha propiciado que tengamos comida barata y abundante sin que el Estado tenga que planificar nuestra alimentación a través de comedores sociales o cartillas de racionamento. Ha ocurrido lo mismo en otros sectores básicos para nuestro día a día como es el textil. En los sistemas capitalistas comprar ropa de abrigo o calzado no es un problema cuando no hace demasiado tiempo era una preocupación vital y desgracidamente en muchos países comunistas continúa siéndolo.
No es comprensible que quienes defienden la libertad política persigan la libertad económica para hacernos creer que el Estado es capaz de garantizar y prever nuestras propias necesidades. Pero es que además se trata de un sistema egoísta en el que se pretende ayudar al prójimo con el dinero ajeno, el de los contribuyentes. No hay grandeza en ayudar a tu vecino si para ello necesitas robar a un tercero.
En la última gala de entrega de los premios Goya, tuvimos que escuchar a actrices que propugnaban "terminar con un sistema que roba a los pobres para dárselo a los ricos". Estoy de acuerdo, la distribución de la riqueza consiste en saquear a los contribuyentes para repartir prebendas, entre otros, a los cineastas subvencionados. Se trata de un sistema egoísta que impide que cada cual sea generoso o egoísta con lo que gana gracias a su trabajo y esfuerzo. Una vez más, el Estado sustituye la responsabilidad individual en su más íntima humanidad, el altruismo, por una falsa solidaridad colectiva que tan solo sirve para limpiar conciencias atormentadas con las desgracias que ocurren a nuestro alrededor. Si creemos que los impuestos son bajos, nada nos impide hacer donaciones al Estado y si queremos ayudar a los demás podemos socorrer al prójimo en lugar de confiar en que otros lo hagan por nosotros. Lo contrario, es puro egoísmo.
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