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El auge de los extremismos

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Las elecciones al Parlamento europeo parecen haber convulsionado la Unión Europea. Mientras que en Francia ganaba la extrema derecha de Marine Le Pen, en Grecia lo hacía la extrema izquierda que representa el Syriza, mientras que los neonazis de Amanecer Dorado quedaban en tercera posición. En otros países, los partidos de ideologías similares han experimentado avances preocupantes, como en Dinamarca, donde ha ganado el Partido Popular Danés, que lo definen como populista y xenófobo, en Finlandia, donde el Partido de los Finlandeses se ha hecho con el tercer puesto, o en Alemania, donde el Partido Nacional Democrático, del que se asegura es heredero del nacionalsocialismo, ha conseguido representación en la eurocámara.

En España, la extrema derecha es francamente testimonial y el extremismo triunfador ha sido el de la izquierda. "Podemos", que dirige y gobierna el televisivo Pablo Iglesias, ha dado la sorpresa a la par que ha contribuido a diluir el habitual bipartidismo que suele dominar la democracia española. Este movimiento, ahora partido, que nació ligado al 15M y a la ascensión del perroflautismo, ha sabido aglutinar los votos de un colectivo que no es muy dado a ejercer este derecho y ha atraído a votantes de otras formaciones como IU y, en cierta medida, a gente ligada al sector más izquierdista del PSOE. "Podemos" se ha quedado a un escaño de IU, que, habiendo triplicado su representación con respecto a las elecciones pasadas, ha quedado con un regusto amargo, pues la izquierda de la izquierda le ha quitado poder cuando se pensaban que su ascenso iba a ser meteórico.

Además, en Europa se ha producido un incremento de los partidos que tienen el euroescepticismo como principal recurso electoral, en especial en Gran Bretaña, o de otros que ideológicamente no tienen mucha coherencia ni cohesión, pero que como en partidos como los antitaurinos o los piratas, se sienten unidos en torno a una causa, incluso esperpéntica como el alemán Die Partei, cuyo proteccionismo está dirigido hacia -y cito literalmente- las tetas grandes. Vamos, que Europa les importa entre poco y nada.

El resultado de este disparate es que el Partido Popular Europeo y los socialistas siguen siendo los principales grupos en el Parlamento, aunque con menos representantes, y estos extremistas tienen muchas posibilidades de alcanzar puestos relevantes del poder europeo. En todo caso, tienen la capacidad de hacerse notar y poner en aprietos a los que hasta ahora han hecho y deshecho a su antojo.

Y con todo esto, ¿qué gana, en qué afecta esta nueva situación al ciudadano europeo? Pues, cuando menos, deberíamos estar preocupados. A priori, los extremistas podrían ser "aislados" por las fuerzas centristas, o mejor dicho, las fuerzas más centristas, pero la política es básicamente práctica y las alianzas pueden surgir en cualquier parte, incluso entre extremos aparentemente opuestos. Puedo recordar la alianza entre nazis y comunistas que originó la Segunda Guerra Mundial cuando ambas dictaduras invadieron Polonia, pero alianzas contra natura existen también ahora, como la que mantiene en el Gobierno extremeño al popular José Antonio Monago, con apoyo de IU, o el acuerdo no escrito que hubo entre Julio Anguita y José María Aznar en los últimos años de gobierno de Felipe González.

Se dice que las políticas de ambos extremos, el izquierdo y el derecho, son populistas y, hasta cierto punto, es una apreciación correcta. En ambos casos, los políticos de este tipo de formaciones se centran mucho en la emoción de un hecho, que consideran abominable o admirable, lo relacionan con uno de sus demonios preferidos, captan generalmente la ira o la rabia del votante y aprovechan que el canal (neuronal) está abierto para colocar su mensaje como el mensaje salvador. Así, la culpa del paro puede ser de las grandes corporaciones y empresas o de los inmigrantes, según sea la izquierda o la derecha la que lo denuncie. Que esto sea así o no es lo mismo, el caso es que ya se ha conseguido captar un voto. Da lo mismo si lo que dicen es un disparate o no, pues como el poder está ligado a las urnas, su mensaje queda legitimado. Ésta ha sido la táctica de Pablo Iglesias en España y de Marine Le Pen en Francia.

El problema no está tanto en estos políticos, sino en los que en principio les podrían plantar cara. Como ya he comentado antes, la política es una cuestión práctica y, en el caso de las democracias, muy cortoplacista, como mucho de cuatro o cinco años, que es el periodo máximo en el que se retiene el poder. Para mantenerse en él, el político medio se mueve al centro político, es decir, cambia su discurso para adaptarse a las "necesidades" del electorado, busca la equidistancia, aparentemente sin desplazarse mucho para no espantar a su electorado menos fiel, pero sí lo suficiente como para poder encontrar aliados. En política el centro se mueve, no es un punto fijo, sino que depende de las circunstancias.

Si el electorado ha votado por opciones extremistas, es posible que al político no le importe desplazarse hacia dicho extremismo, si con eso consigue mantener su cuota de poder. Tanto la extrema derecha como la extrema izquierda son económicamente intervencionistas; puede que en polémicas como la inmigración no estén de acuerdo, pero sí que lo están en la intervención y, por eso, esta nueva situación es muy peligrosa, pues si la UE ya lo es por su propia naturaleza, lo será más si el político socialdemócrata o conservador medio busca su supervivencia.

Ejemplo de ello es lo que ya está ocurriendo en España. Tanto PP como PSOE han salido especialmente malparados en las elecciones al Parlamento europeo. Sin embargo, a diferencia del voto de derecha, que se ha diluido en el abstencionismo, el de la izquierda se ha atomizado entre muchos partidos que van desde la socialdemocracia más centrista de UPyD al extremismo de Podemos. El PSOE, que en la actualidad se encuentra en un intenso proceso de cambio, con Alfredo Pérez Rubalcaba dirigiendo o creyendo dirigir un proceso que concluirá en su sucesor o sucesora, se enfrenta a dos opciones de gobierno de cara a las siguientes elecciones, primero las municipales y autonómicas, y luego las generales. Por una parte, y siguiendo el ejemplo alemán, una coalición con el PP que no sería descabellada, ya que buena parte de los programas de ambos partidos es intercambiable. En términos económicos desde luego, pues ambos han mostrado un intervencionismo similar y, hasta cierto punto, en determinadas políticas mal llamadas sociales. La otra opción es que el PSOE dé un volantazo a la izquierda y opte por una alternativa que resucitaría la política de Frentes Populares del periodo europeo de entreguerras. IU, Podemos y Equo ya han anunciado su intención de formar coalición de cara a las siguientes elecciones.

En ambas posibilidades hay, como mínimo, un partido que busca un centro que no se está quieto, que depende de las circunstancias, algunas veces ni siquiera de las ideologías, sino de lo que sea necesario para hacerse con el poder o conservarlo; y en ambos casos, el que sale perdiendo es el ciudadano, su libertad, su propiedad. Qué no se podría hacer en Europa, donde las políticas tienen efectos mucho más amplios, con este tipo de alianzas.

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