Como se veía venir, el terremoto social y de ideas que la crisis económica trajo y trae consigo se lleva por delante a una parte de la clase política española. La otra, la que anida en el Partido Popular, parece mantener el tipo e, incluso, llega a ser vista como salvadora, casi más por defectos del zapaterismo que por méritos propios. Y es esta táctica de Mariano Rajoy, que se dice “de la fruta madura”, la que, de no ser rectificada, puede llevárselo por delante a él también. ¿Por qué?
La sociedad española siente una profunda decepción por la gestión que los políticos hacen de lo económico. Si bien las fechorías perpetradas desde el gobierno son de juzgado de guardia, la gestión autonómica y municipal de muchos mandatarios “populares” es contradictoria y envía mensajes brumosos al electorado. Por un lado, se presenta la gestión coherente en la línea liberal más posibilista de Esperanza Aguirre y, por otro lado, la escasamente edificante actuación de Camps y Ruiz Gallardón. Pero la falta de claridad no es privativa de estos últimos ejemplos. En la cabeza, parece, es donde se encuentra el mal del PP.
La táctica de Rajoy que calificamos arriba, la de la fruta madura, dice mucho de lo poco que puede llegar a hacer este señor cuando llegue a La Moncloa. Declaró en un medio de comunicación de izquierdas que aplicará, cuando pueda hacerlo, un plan de austeridad y de reducción del Estado al estilo británico. Pero esta declaración no es creíble en absoluto. Para que lo fuera, ni los ejemplos de Camps ni de Gallardón se hubieran permitido. ¿Por qué el gobierno de la nación ha de ser austero, pero no el ayuntamiento de la capital de España, por ejemplo?
Si se quiere un cambio nacional de rumbo, que se debe querer, es preciso prepararlo desde mucho antes en la opinión pública. Sin dobleces, sin tacticismos. Lo que precisamos es modificar radicalmente el modelo de lo público para aniquilar los obstáculos que este sobredimensionamiento del Estado opone al desarrollo responsable y razonable de los ciudadanos. Transformar la caza de subvenciones y ayudas, propia del presente, en competitividad personal y económica exige bastante más que esperar a que caiga el gobierno por sí mismo. Y, dado que en España no gozamos de una tradición de movimientos populares en esa línea al modo del Tea Party norteamericano, al menos podríamos contar con líderes políticos, algunos de los cuales sí están en el PP, que lanzaran el debate a la calle. Porque si aquí no hay Tea Party, sí hay “Juan de Mariana”, “Libertad Digital” y otros medios que podrían ser de mucha ayuda para un cambio en las ideas dominantes en cuanto determinados políticos avanzaran los términos clave del mismo. Y no hay voluntad en el PP de hacer algo así.
En términos objetivos, pues, el vuelo de Rajoy es corto; es el vuelo de la gaviotilla, muy alejado del famoso “vuelo del halcón”, como se denominó al del primer Aznar, al de la oposición a González. Y este aleteo del PP solamente puede preludiar que lo que haga en el gobierno sea tímido e ineficaz, muy lejos de las necesidades de España, que, ya de partida, son mucho más acuciantes y profundas que las de la Gran Bretaña de Cameron.
Una victoria de Rajoy en 2012, con la actual tónica sin tono que lleva, le impedirá consolidar su presencia en las instituciones porque no estará a la altura de las circunstancias. De hecho, hoy mismo ya no está al nivel mínimamente exigible. Las encuestas le ciegan y pasea su sorna como si fuera sinónimo de triunfo, pero en absoluto es así.
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