Si a un economista le pidieran que diseñara un experimento social para comprobar cuál de dos sistemas económicos da mejores resultados, creo que difícilmente podría definir mejores condiciones de las que se han dado durante más de 75 años en la península de Corea.
En efecto, partamos de una sociedad con una gran homogeneidad cultural, producto de más de 500 años bajo el mandato de la dinastía Joseon, posiblemente la más longeva de la historia de la humanidad. Pues bien, coja usted el territorio en que se desarrolla dicha sociedad y divídalo en dos partes aproximadamente iguales, algo de lo que se encargaron en 1945 los EEUU y la antigua URSS, usando a tal fin el paralelo 38. A continuación, aplique a uno de los territorios resultantes un régimen comunista y al otro un régimen democrático de libre mercado. Finalmente, observe la evolución en ambos territorios con el paso del tiempo. Ah, si se produce una guerra entre ambos territorios, impida que se mueva mucho la frontera pactada y vuelva a empezar el experimento.
Por supuesto, si esto hubiera sido realmente un experimento social, haría tiempo que estaría desmantelado, pues los resultados de la comparación se pudieron ver en relativamente poco tiempo, y no hubiera sido necesario mantener en el sufrimiento a unos cuantos millones de coreanos en el territorio norte.
En la actualidad, la divergencia en el desarrollo de ambos países es pasmosa y supera la imaginación del experimentador más optimista. En Corea del Sur se implantó el régimen de libre mercado, y ahora resulta ser uno de los países más ricos del mundo, con empresas reconocidas globalmente como Samsung o Hyundai. Un éxito en toda regla para un país devastado por guerras en 1950 y que posiblemente era el país más pobre del mundo en ese momento.
En Corea del Norte, la República Popular Democrática de Corea (ya se sabe que cuánto más “democrático” es el nombre un país, mayor comunismo le gobierna), se implantó el régimen comunista. Corea del Norte partía con cierta ventaja, pues era más rico en recursos que Corea del Sur y además tiene frontera terrestre. Por supuesto, esta supuesta ventaja quedó en nada, y en la actualidad Corea del Norte es un país que destaca por la carencia de iluminación en las fotos nocturnas del planeta (sí, esa mancha negra entre Corea del Sur y China) o por tener hambrunas en pleno siglo XXI, a solo unos kilómetros al norte de uno de los países más ricos de la Tierra.
Como decía, si esto fuera un experimento, lo podríamos haber interrumpido ya hace unos cuantos decenios, para suerte de los norcoreanos[1]. Pero, por desgracia, no lo es, y Corea del Norte sigue vigente, ya por la tercera generación de dictadores comunistas de la familia Kim Yong-Un.
Desde el punto de vista de teoría económica, ello presenta un reto. En efecto, el teorema de la imposibilidad del socialismo postula que este sistema económico es insostenible, pues es incapaz de dirigir los recursos haya donde la población los necesita. En consecuencia, dilapida los recursos inevitablemente hasta llegar al colapso. El ejemplo paradigmático es, por supuesto, la URSS. Otros regímenes comunistas se han visto obligados a introducir reformas liberalizando los mercados para sobrevivir, siendo el caso más llamativo el de China, vecina de Corea del Norte, donde solo queda de comunista el nombre (a efectos económicos). Lo mismo, a otra escala, se puede decir de Cuba. Y de Venezuela solo cabe decir que el experimento aún no lleva mucho tiempo y hasta ahora se ha podido apoyar en el petróleo. Ya veremos cuánto dura sin volver al libre mercado.
Por eso es tan llamativo el caso del régimen de Corea del Norte, porque en este caso no consta ningún tipo de aperturismo o liberalización comercial. ¿Cómo es posible que siga en pie?
Desde el punto de vista de los ciudadanos norcoreanos, es muy recomendable el trabajo de la periodista norteamericana Bárbara Demick[2], quien nos muestra la vida en el país a partir de los testimonios de fugados del régimen. A grandes rasgos, dos son las causas de la falta de acción por parte de los individuos, una fisiológica y otra propagandística.
La primera es el hambre: los norcoreanos están en un estado perpetúo de hambre, lo que les debilita física y mentalmente. Si cada día tu máxima preocupación es qué comer, difícilmente vas a tener energías para rebelarte contra el régimen. Ello invita a pensar en algo tan terrible como una política deliberadamente dirigida a mantener a la población en dicho estado de necesidad.
La segunda es más curiosa. Los norcoreanos se habían quedado anclados en el pasado y habían extrapolado a futuro lo que conocían entonces. Y eso era básicamente que eran más ricos que China y, en particular, que Corea del Sur. Así que, sí, ellos lo estaban pasando mal; pero los vecinos lo estaban pasando aún peor, porque no vivían bajo el cuidado del “querido Líder”. Lo repito por si no queda claro: una mayoría de norcoreanos vive pensando que son afortunados y que el resto de los países del mundo está peor.
Por supuesto, las cosas están cambiando en este último aspecto, y empezaron a hacerlo desde el mismo día en que los habitantes de la orilla sur del río Tumen (la frontera con China) constataron con sorpresa que en la orilla norte aparecían iluminación y nuevos edificios, consecuencia de la apertura económica de China. A partir de ese momento, algunos norcoreanos empezaron a darse cuenta de su situación real. Imaginen la sorpresa de estos pobres desgraciados cuando son capaces de salir de las redes del “Amado Líder” y llegan a la paupérrima Corea del Sur, donde siempre encuentran un familiar que les acoge.
Sin embargo, si bien ambos factores pueden explicar la aparente conformidad del pueblo norcoreano con el régimen y la ausencia de rebeliones, la teoría económica sigue anticipando su colapso y, si no viene desde abajo hacia arriba, tendría que venir desde arriba, como en los otros ejemplos mencionados. ¿Por qué no ocurre?
Una explicación fácil es asumir que China dota de fondos al régimen norcoreano por razones geopolíticas, y que, por tanto, es su sostén. Puede ser, no digo que no. Pero creo que hay una explicación alternativa, o, al menos, complementaria, según nos muestra un reciente documental de la BBC[3], y que es bastante más tenebrosa a la par que coherente.
Se trata de la historia de un danés que decide, por su cuenta y riesgo, infiltrarse en las organizaciones exteriores del país asiático. Lo que encuentra puede explicar, a mi modo de ver, la sostenibilidad del régimen, y, por tanto, son muy malas noticias para los habitantes de aquel país.
En efecto, el protagonista (podríamos llamarle héroe sin incurrir en exageración) de la historia se integrará en la Korean Friendship Association (KFA) presidida por un español, sí señor, en todas las salsas tenemos que estar, un tal Alejandro Cao de Benós. Lo que descubre nuestro héroe es que la tal KFA no es más que una tapadera para conseguir negocios e inversores en las más oscuras actividades económicas que uno pueda imaginar, lo que deja al señor Cao de Benós en mero conseguidor y comisionista, en la mejor tradición de la realeza, eso sí para actividades ilegales e incluso inmorales.
Y es que, como declaran expresamente en un par de ocasiones tanto Cao de Benós como algunos de los “emprendedores” norcoreanos, el factor diferencial de Corea del Norte, su ventaja competitiva, no es otra que la siguiente: en su territorio se pueden llevar a cabo todo tipo de actividades productivas prohibidas en los países occidentales (e, imagino, sin necesidad de respetar los derechos humanos de los trabajadores). Eso implica que si tu negocio es de armas o de componentes químicos prohibidos, o de otras cosas por el estilo, en Corea del Norte lo puedes implementar, y seguro que a precios muy competitivos.
Así pues, tampoco falla en Corea del Norte la teoría económica sobre la imposibilidad del socialismo. Claro que no. Tienen una ventaja competitiva diferencial con otros países: que en su territorio se pueden realizar actividades ilegales en el resto del mundo, porque en su territorio no hay leyes. Y las élites norcoreanas han desarrollado los mecanismos para promocionar y distribuir su producto, eso sí, con las dificultades que cabe esperar.
En resumen, que no falla la teoría económica. Lo que tampoco podíamos esperar es que fuera precisamente en Corea del Norte donde tuviera su manifestación el capitalismo más salvaje del mundo. Hala, ya tienen otra disculpa podemitas y socialistas para culpar al capitalismo de los males de la humanidad, sobre todo de los sufridos por los norcoreanos.
[1] Otra cosa es que la evidencia empírica que arroja este experimento haya trascendido a la sabiduría de la gente. Especialmente a la de los españoles, anomalía en Europa, donde se sigue votando a partidos procomunistas como Podemos.
[2] Querido Líder: Vida cotidiana en Corea del Norte, de Barbara Demick (En inglés, “(«Nothing to Envy«).
[3] The Mole: Infiltrating North Korea. Ver https://www.bbc.co.uk/programmes/p08tqd6q
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