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El debate sobre la prolongación de la recesión en EEUU

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El National Bureau of Economic Research norteamericano, a través de su Comité del Ciclo Económico, anunció esta semana que la actividad económica en Estados Unidos tocó fondo en junio de 2009, marcando así “el final de la recesión que comenzó en diciembre de 2007 y el comienzo de la expansión”. Un “final de la recesión” y “comienzo de una expansión” que tienen más de técnico que de realidad, según las percepciones de la gente, los analistas y diversos indicadores, como el elevado desempleo.

Sea como fuere, lo cierto es que la situación de la economía estadounidense no parece nada boyante. Esto es reconocido claramente por las autoridades, tanto por la Administración de Obama al proponer nuevos planes de estímulo fiscales, como la Reserva Federal, que prepara medidas adicionales de expansión monetaria. Ambas piensan que “deben hacer más” para asegurar que las cosas no vuelvan a descarrilar.

En este contexto, los analistas están debatiendo las causas del crecimiento anémico de los Estados Unidos y de la ausencia de una recuperación vigorosa. Como es habitual, existen diversas explicaciones, algunas complementarias pero otras contradictorias entre sí. Gran parte de estas diferencias se deben al diferente concepto de ciclo económico. En esta ocasión, me centraré solamente en dos de las explicaciones más comunes, dejándome en el tintero otras no menos importantes.

Por un lado, tenemos la interpretación de Paul Krugman –no me atrevería a decir que es la interpretación de los keynesianos, puesto que no creo que sean un bloque monolítico y homogéneo-, para quien los problemas en la recuperación y persistencia del desempleo se deben a la “falta de demanda”, lo que lleva a que las empresas sufran problemas de ventas muy bajas.

Con el rigor y la argumentación tan rica en matices que le caracterizan, afirma: “Las empresas no están contratando debido a las malas ventas, punto, final de la historia”. Frase que era seguida por un gráfico que mostraba la evidencia irrefutable de su postura. Y, por supuesto, por su sutil y siempre razonada recomendación de política económica: “lo mejor que el gobierno podría hacer para ayudar a las empresas sería gastar más, incrementando la demanda”. Por fortuna, las cosas no son tan fáciles como las pinta Krugman.

Robert Higgs, en cambio, se centra en aspectos diferentes en su diagnóstico de las dificultades de la economía norteamericana. La clave para entender la recesión actual y su extensión estaría en la profunda caída que sufrió la inversión privada doméstica y su muy lenta recuperación. El verdadero problema es que, como afirma este economista, “Sin una inversión privada neta (la dedicada a aumentar la capacidad productiva de la economía) sustancial, es impensable tener un crecimiento económico dinámico más allá del muy corto plazo”.

Entonces, ¿debería el gobierno incentivar con políticas públicas la inversión del sector privado, ya que éste no se anima? Nada más lejos de la realidad, sostendría Higgs, ya que son precisamente los policy-makers quienes, con sus numerosas, erráticas e imprevisibles intervenciones, están generando una elevada incertidumbre -adicional a la inherente del mercado, relacionada con la incertidumbre sobre los futuros impuestos y regulaciones, por ejemplo- entre los inversores, lo que les hace ser sustancialmente más precavidos a la hora de invertir a largo plazo. Es lo que Robert Higgs denomina “incertidumbre de régimen”, concepto que le sirvió para explicar la extraordinaria duración de la Gran Depresión.

La importancia de este debate es difícil de exagerar, y va mucho más allá del corto plazo y de las personas involucradas directamente en él, como señalaba hace ya casi dos años. En este sentido escribía recientemente el economista Mario Rizzo, que enfatizaba la importancia del momento actual -“que afectará a la disciplina de la economía y a las percepciones de la opinión pública en el futuro por un largo tiempo”- y lo comparaba con el que tuvo lugar en los años 30, durante la Gran Depresión y el New Deal.

En esa ocasión, triunfó por goleada la interpretación histórica keynesiana de ambos fenómenos, mientras que los pocos economistas austriacos que había en esa época quedaron diezmados. Según Rizzo, “Los austriacos fracasaron en el debate después de la Gran Depresión, dentro de la profesión económica, entre los intelectuales y entre los historiadores económicos”.

¿Fracasarán otra vez? Si bien se mostraba más optimista en esta ocasión, señalaba una “deficiencia crítica” entre los economistas austriacos, a la vez que lanzaba un reto para éstos: “Continuamos careciendo de trabajo empírico, en una escala suficientemente amplia, para convencer a otros economistas de que tenemos algo relevante que decir”.

Este trabajo empírico puede ser relevante para ganar el debate reseñado, si bien, como suele señalar Russ Roberts, la ideología u otros aspectos pueden hacer que para algunos cualquier evidencia empírica sea insuficiente o rechazada de forma prejuiciosa.

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