Leer a Benjamin Anderson es siempre un placer intelectual de primer orden para quienes nos apasiona la teoría monetaria. Cuando uno cree que ya ha exprimido todo el contenido de alguna de sus páginas de The Value of Money, siempre está a tiempo de releerla y comprobar que se había equivocado en su apreciación.
Rindo este pequeño homenaje al economista estadounidense como disculpa anticipada a fusilar uno de los numerosos ejemplos que contiene su obra. En este caso me servirá para retomar un tema que ya traté en uno de mis artículos anteriores: el valor del dinero emerge de un acuerdo común –explícito o tácito, consciente o inconsciente– por el que ese dinero circula.
Los cuantitativistas y los enemigos del oro suelen argumentar que la elección del patrón monetario es indiferente, ya que el valor del dinero puede derivarse de cualquier bien que circule. Por esto motivo, el dinero fiduciario en papel o incluso en soporte electrónico sería más conveniente que el dinero en forma de oro por los menores costes de creación, conservación y gestión.
La única ventaja que, según ellos, podría poseer el oro sería que sus limitadas existencias suponen un freno para la expansión monetaria y la inflación de los bancos centrales. Sin embargo, incluso este punto podría ser replicado por un banco central independiente o sometido a ciertas restricciones (como la regla de emisión fija de Friedman) o por un banco privado que obtuviera su credibilidad de limitar su stock de dinero fiduciario.
En un artículo anterior ya critiqué la visión según la cual el dinero tenía valor porque circulaba. El dinero es un proceso de mercado que necesariamente ha de surgir sobre mercancías que con anterioridad ya tenían valor; la gente no intercambia sus bienes por nada, sino por bienes líquidos que sirven para atesorar el valor y que se demandan con independencia de su circulación futura.
Esto no significa, claro está, que los bienes líquidos no se vuelvan más valiosos cuando pasan a ser utilizados como medio de intercambio. El intercambio es una parte del proceso productivo y un bien que cumple además con esa finalidad es un bien más útil.
Sin embargo, siguiendo a Anderson, cabe imaginar un supuesto en el que un bien sea utilizado como patrón monetario, pero no como medio de cambio. Dicho de otro modo, ya probamos que el dinero sólo podía circular si antes ya poseía valor, pero además es posible que exista dinero sin que circule.
Supongamos que un banco (público o privado) emite dinero en forma de papel convertible a un tipo de cambio 1 billete=1 onza de oro, con una particularidad: los billetes no son convertibles directamente en oro, sino en plata al tipo de cambio vigente en ese momento entre el oro y la plata. Por ejemplo, si hoy el precio en oro de la plata es 1 onza de oro=10 onzas de plata y yo acudo a convertir mi billete al banco, me entregarán 10 onzas de plata. En cambio, si mañana el tipo se eleva a 1 onza de oro=20 onzas de plata, yo recibiré 20 onzas de plata.
En este supuesto, el valor del oro procedería por completo de su valor como mercancía, y no como medio de cambio, ya que ni siquiera se emplearía como tal. Sin embargo, el valor del billete sí sería completamente dependiente del valor del oro: si el oro subiera de valor, el dinero también aumentaría de valor y viceversa. Pero lo relevante es que tanto la cantidad de billetes (correctamente respaldados) como la de plata serían irrelevantes a la hora de determinar el valor del dinero y por tanto los precios.
La teoría cuantitativa del dinero quiebra una vez más en la medida en que, cuando el valor del oro crece, los precios caerían aunque no disminuyera la cantidad de billetes; y lo mismo cabe decir con respecto a la plata (más plata significaría sólo su precio caería con respecto al oro, que seguiría siendo el estándar de valor).
Es más, no se trata sólo de que la cantidad de billetes no tendría influencia sobre su propio valor (dependiente por completo del valor del oro), sino que el valor del oro (y por tanto del billete) determinaría su cantidad.
Si el oro (y por tanto los billetes) aumentara de valor, los precios del resto de bienes bajarían. Con precios más bajos, sería necesaria una menor cantidad de billetes para atender el tráfico diario de la economía, de modo que la gente los llevaría al banco para convertirlos en oro. En otras palabras, se produciría una contracción monetaria porque el oro –pese a no emplearse como medio de cambio- ha aumentado de valor.
Por supuesto se trata de un sistema monetario muy especial que acarrearía más costes que un simple papel moneda convertible en oro (sobre todo por el riesgo y costes de conversión entre el oro y la plata), pero en cualquier caso un sistema monetario posible, donde el patrón monetario tendría valor pese a no circular.
De nuevo se comprueba como la simpleza matemática de una ecuación es incapaz de describir las complejísimas interrelaciones de una economía completa con presencia de dinero, y también como la pretensión ingenieril de atribuir el valor al dinero por los pactos humanos sobre el mismo supone un error intelectual de primer orden.
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