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El Estado y la prosperidad

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Teoriza Anxo Bastos que el Estado, como instrumento de coerción depredadora, comenzó cuando grupos de pastores nómadas asaltaron los fértiles valles de las poblaciones agricultoras y sometieron a sus habitantes, viviendo de ellas con la amenaza y la violencia. El nomadismo pastoril ofreció en el pasado incentivos al asalto que resultaron determinantes en numerosos casos históricos. Los pastos no son siempre abundantes y de calidad y eso lleva a desear el de la tribu vecina, de ahí que la guerra haya sido un modo productivo de obtenerlos. Hay casos históricos que parecen corroborar esta tesis del nomadismo como constructor de estados.

En épocas protohistóricas, los llamados, por algunos historiadores, pueblos indoeuropeos, muy probablemente esteparios, cayeron sobre las cuencas agrícolas del Mediterráneo, Mesopotamia y la India originando diversos periodos oscuros seguidos de renacimientos. Parece que la impronta de estas acciones fue la de la depredación, seguida de una caída del bienestar debido a que los más fuertes eran poco conscientes de los daños que infligían a la productividad de los pueblos sometidos. Es de suponer que esas épocas oscuras desarrollaban en sí el germen de la prosperidad posterior si las nuevas poblaciones mixtas recuperaban algo del pasado y daban soluciones nuevas a las incitaciones posteriores.

Los casos de Esparta y Atenas son paradigmas de una solución fracasada y una de éxito debido al tipo de respuesta dada a los retos. La élite doria espartana no asimiló la cultura productiva nativa y solamente se sostuvo por la extrema violencia, lo que supuso su fin y, para la posteridad, un legado inexistente. Mientras, la ateniense fue, por el contrario, un éxito al lograr los invasores identificarse con los invadidos y responder al desarrollo con soluciones que hoy son, mutatis mutandi, imitadas.

Ya en la Edad Media, la invasión asiática de los pastores mongoles supuso su integración en China, especialmente la septentrional y en la India. Por su parte, algunas tribus de turcomanos, aplicaron en el Imperio Otomano una peculiar solución propia de pastores para sostener el Estado que se erigió sobre las ruinas de Bizancio. Dada su incapacidad cultural para gobernar sociedades estables, la administración y las armas no se entregaron a la nobleza turca sino a esclavos eficientemente educados para ello.

Puede decirse que los casos citados no demuestran la tesis de que el estado se asienta sobre la depredación puesto que los nómadas de los ejemplos se asentaron sobre estados que les precedían, pero indicios de la protohistoria llevan a considerar que las principales maquinarias estatales surgieron de la unión de poblaciones violentas sobre poblaciones agrícolas. Sin duda, no es posible asegurarlo para todos los casos, puesto que faltan datos extraídos de restos materiales y, en el caso del antiguo Egipto, faltan incluso indicios de que pastores nómadas se impusieran sobre los esforzados transformadores de las riberas del Nilo. Lo cierto es que la tesis de Anxo Bastos es realmente asegurable en un alto número de ellos.

Lo que traigo a colación aquí es que cada mixtura de violentos y de productivos trajo una época de caída del bienestar cuando los violentos no tenían nada que aportar a la productividad de las poblaciones sometidas. Solamente el modo de integrarse traía un resurgir o no. Pero esto no sirve ya para explicar lo ocurrido en los últimos trescientos años.

La sociedad más depredadora de la historia, la Occidental, es, a la vez, la más civilizadora (en términos económicos) y la que posibilitó un aumento mayor de las poblaciones nativas y de la prosperidad global. Al menos respecto de los casos anteriores. Que hayamos hecho una síntesis de desarrollo económico y potencia militar no resulta un hecho del que sentirse orgullosos, pero sí es un dato a tener en cuenta a la hora de proponer políticas públicas liberalizadoras que ensalcen lo útiles que resultan la cooperación social, la libre empresa y la propiedad privada frente a las injerencias del Estado y la administración; porque puede ocurrir que, al hacerlo, justifiquemos la libre empresa con el objetivo de engrandecer el poder del Estado.

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