Desde el inicio de la crisis se ha instalado en el común de los mortales un argumento que, por más que se ha repetido, no deja de ser falaz. El Fondo Monetario Internacional (FMI), uno de los agentes públicos que conforma la temida troika -junto a la Comisión Europea y el Banco Central Europeo (BCE)-, exige "austeridad" por encima de todo a los países inmersos en graves dificultades económicas, ya sea la zona euro, Estados Unidos o Reino Unido. Ojalá fuera así, pero, por desgracia, la realidad dista mucho de tal afirmación.
El FMI fue uno de los principales defensores de los denominados y archiconocidos "planes de estímulo" tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2007. Es decir, recomendó, apoyó y presionó a los gobiernos que dirigen las economías desarrolladas para que dispararan el gasto público y así esquivar la Gran Recesión que, por entonces, afectaba a los principales países de la OCDE. Zapatero y Obama siguieron al pie de la letra dicha receta, convirtiéndose en los alumnos más aventajados del ente internacional.
Años después, tal y como se preveía, se demostró que el mal llamado "estímulo" público no sólo logró evitar la caída del PIB sino que, además, agravó la crisis de deuda que, posteriormente (2010), golpeó de lleno el seno de la zona euro. Hoy por hoy, EEUU cuenta con una deuda pública superior al 100% del PIB y un déficit fiscal de dos dígitos. La fortaleza de su economía privada, el rápido ajuste de su sector inmobiliario y el privilegio de contar con la principal impresora monetaria del mundo han logrado ocultar una incipiente crisis de deuda pública que, de seguir por esta senda, acabará también afectando a los estadounidenses.
Así pues, entre 2007 y 2010, el citado Fondo centró toda su labor de asesoramiento y monitorización en conseguir que los gobiernos aumentaran su gasto, mucho más allá del sustancial incremento que ya de por sí implicaba la activación de los denominados "estabilizadores automáticos" (prestaciones de desempleo, gasto social, etc.). ¿Austeridad? Ninguna, si por austeridad se entiende, como debe ser, gastar menos de lo que se ingresa (ahorro). Solo cuando estalló la crisis de deuda europea en 2010, el FMI cambió tímidamente su discurso, abogando entonces por sustituir los "estímulos" del pasado por programas de "consolidación fiscal" que, erróneamente, se interpretaron de forma generalizada como la necesidad de aplicar drásticos recortes públicos.
Es cierto que, desde entonces, los expertos del Fondo recomiendan reducir el abultado déficit público que presentan ciertos países, pero muchos olvidan un pequeño matiz. En primer lugar, la insistencia del FMI en que tal reducción, aunque deseable, debe alcanzarse a medio e incluso largo plazo para no dañar el crecimiento económico; y, en segundo lugar, aún más importante, que dicha consolidación en ningún caso implica acometer el necesario ajuste fiscal exclusivamente por el lado del gasto sino, más bien, combinando algunos recortes con brutales subidas de impuestos. Una vez más, España, ahora con Rajoy a la cabeza, se está convirtiendo en uno de los alumnos favoritos del FMI. No en vano, el ajuste fiscal emprendido por el PP consiste, básicamente, en estrechar la brecha del déficit combinando a partes iguales reducción de gastos y subidas tributarias. ¿Austeridad? Nuevamente… ¿Dónde?
Y ahora, dos años después, tras comprobar que los países en problemas (y rescatados) no están logrando los pretendidos objetivos de cumplimiento del déficit, lejos de corregir el desastroso enfoque teórico implementado durante la crisis (keynesianismo y monetarismo puros y duros), el Fondo acaba de dar una nueva vuelta de tuerca en la dirección equivocada a sus recomendaciones de política económica. Así, en su último informe de previsiones económicas, dedica un apartado sustancial a desmontar uno de los últimos fundamentos neoclásicos a favor de la austeridad: el "multiplicador fiscal".
Hasta ahora, el Fondo, al igual que otros muchos economistas, mantenía que el multiplicador fiscal es del 0,5%. Es decir, que por cada euro de recorte de gasto, el PIB pierde 50 céntimos en el plazo de dos años. Sin embargo, el FMI dice ahora que el efecto de la austeridad sobre el PIB es muy superior, ya que oscila entre el 0,9 y el 1,7, lo cual significa que cualquier recorte de gastos implicará caer en una espiral autodestructiva como resultado de una dramática y duradera recesión. Así pues, el último acicate al que se agarraba tenuemente el Fondo para recomendar cierta moderación en el gasto acaba de ser fagotizado por completo. No es de extrañar, pues, que el FMI insista estos últimos días en conceder más tiempo a los países insolventes del euro para cumplir con los objetivos de déficit, o bien que recomiende a Londres y Washington no pisar en ningún caso el acelerador de la austeridad pública. Por última vez… ¿Austeridad? La respuesta es evidente, pese a que la mayoría piense lo contrario. El FMI, simplemente, detesta la austeridad.
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