La economista Deirdre McCloskey está a punto de publicar el tercer volumen de su saga en la que estudia el origen del enriquecimiento de la revolución industrial. Gracias a ese fenómeno, muchos pobres salieron de una situación de miseria y se consolidó la burguesía en Europa. Los argumentos de McCloskey se salen de lo habitual y se centran en el cambio en la percepción del lucro y el beneficio. Mirando a nuestro alrededor se diría que estamos regresando a la era preindustrial.
Hay un universo más allá de los números
La genialidad de la economista americana es que se sale de todas las convenciones a la hora de encontrar las razones que explican los datos de crecimiento de los siglos XVIII y XIX. Tras el éxito de sus dos primeros volúmenes, Bourgeois Dignity: Why Economics Can’t Explain the Modern World (2010) y Bourgeois Virtues: Ethics for An Age of Commerce (2006), ambos publicados por la Universidad de Chicago, McCloskey se atreve con un tercer volumen que está por salir, en el que persiste en su intento por sacar las tripas del fenómeno económico más relevante desde la llamada Revolución Neolítica, cuando el hombre aprende a "domesticar" las especies vegetales y aparece la agricultura.
Cuando se observa el llamado "palo de hockey", es decir, el gráfico que representa la renta per cápita media desde la Edad Media hasta nuestros días, y que se llama así porque tras una larguísima etapa con una evolución prácticamente plana, se dispara a partir de 1820 en un crecimiento exponencial, lo que le hace parecer un palo de hockey tumbado, no puede uno sino preguntarse qué pasó para que sucediera ese fenomenal cambio.
Los economistas han tratado de ofrecer todo tipo de respuestas: desde el institucionalismo de Douglass North que hace recaer el peso en el desarrollo de instituciones que reforzaron los derechos de propiedad y el cumplimiento de los contratos, pasando por el carácter individualista británico, o el imperio de la ley, han sido las más relevantes, además de la revolución agrícola o el avance de la tecnología. Pero para Deirdre McCloskey la diferencia entre el antes y el después es que mientras que hasta el siglo XVII el comercio era algo feo, deshonesto, a diferencia de otras actividades "nobles" como la guerra, a partir de ese siglo, la percepción de la búsqueda del lucro cambia por completo. Quienes antes eran mal vistos se convierten en ciudadanos tan honorables como los demás. Dice Donald Boudreaux en el magnífico artículo que escribe entorno a las ideas de McCloskey, que considerar deshonesto el comercio y la búsqueda del beneficio, actuaba como un impuesto, no aplicado por el Estado, sino por la sociedad y de manera espontánea. Así que no era rentable ganarse la vida de forma poco digna si podías evitarlo. Y si no podías, era carísimo limpiar tu nombre para que, al menos, tus hijos tuvieran más oportunidades que tú.
La dignidad económica de nuestros días
Hoy en día, ese impuesto ya no recae sobre cualquier actividad comercial. Depende de tu patrimonio previo. Una persona con recursos limitados está "autorizado" por la sociedad a buscar su beneficio económico sin que le demonice nadie. Pero si esa persona tiene un patrimonio elevado, ese mismo interés está condenado al insulto y el vilipendio. Como si la virtud se definiera de manera distinta según el sujeto a estudio y la bondad, la maldad, el egoísmo o la prudencia no fueran lo mismo para mí que para usted.
Por la misma razón un especulador está marcado por el mal siempre que la economía vaya mal. Pero si estamos cambiando de tendencia y la misma persona se decide a hacer lo mismo: invertir legalmente a través de alguna de las figuras existentes en el mercado financiero internacional, el demonio se torna ángel y el vil especulador pasa a ser un amable e interesante inversor.
Pero hay un caso aún más sorprendente en nuestros días: el caso de los políticos. Cuando una persona tiene representación parlamentaria y juega al juego político es un miembro de la casta, pero si yo, por ejemplo, que suelo ser muy crítica con el mundo de la política, sus tejemanejes, etc., decido participar en la vida política y presentarme a las elecciones, utilizando todas las manipulaciones del lenguaje, de los datos y las técnicas de comunicación de la política, entonces soy un regeneracionista que va a salvar a España, a Europa y al mundo de la casta política… estoy por encima de la casta y, por tanto, el que elaboro los juicios morales acerca de lo que hacen los demás: los especuladores son malos, el lucro es indigno… Y así, tal vez volvamos al momento económico preindustrial muy digno para algunos pero muy pobre para la sufrida clase media. Y lo haremos porque PODEMOS.
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