ChatGPT, un prototipo de un robot de inteligencia artificial que es capaz, por medio de un sistema de chat, de producir respuestas a preguntas escritas, se ha convertido en el nuevo terror nocturno de muchas personas.
El bendito robot
Comencemos con los abogados y la ingente cantidad de horas de sueño que pierden ante el prospecto de ser reemplazados por el robot escribiendo contratos. Ya un par de ellos se me han acercado con los ojos vidriosos, llenos de pánico ante la noción, ante la posibilidad. Uno requirió del robot que redactara un contrato, tomando en cuenta determinadas condiciones, como las formas en las que se repartirán los riesgos en algunas situaciones, indicando el precio, el objeto contractual y, la identificación de las partes. Ante la mirada incrédula del mecanógrafo glorificado, el robot convirtió todo ésto en un texto plagado de cláusulas. Todo esto en cuestión de segundos y a un costo energético inferior al de freír un huevo.
Lo siento por mis cercanos abogados practicantes. Muchas de sus tareas serán automatizadas por el robot. De hecho, mucho antes de la llegada del temido robot artificialmente inteligente ya estaban funcionando como autómatas, respondiendo automáticamente a estímulos externos. ¡Mírenme a los ojos y nieguen lo usual que resulta recibir una consulta de un cliente, tomar nota del nombre, del de la contraparte, de lo que se quiere hacer por medio del contrato, los plazos y la condiciones, para después abrir un archivo en una carpeta alojada en el disco duro de sus computadores con nombre “modelos y minutas,” y reemplazar los elementos necesarios en el texto modificado solo hace un día!
If this, then that
Se trata ésta de una tarea típica de ITTT (if this, then that). Cuando el potencial cliente atraviese la puerta, saludar. Después de dar la mano, caminar a través del pasillo donde están colgados los certificados de todos los seminarios de actualización los sábados en la mañana en algún hotel de cadena -ante los vestigios de la fiesta de grado de la noche anterior. Donde se lea “nombre,” introducir el de una de las partes. Cuando se diga “domiciliado en,” introducir lugar donde vive la parte. Cuando se lea “cláusula arbitral,” introducir la misma bendita cláusula que ya hace años redactó x o y cámara de comercio, etc. No antes de las 18:00 del viernes siguiente, enviar texto del contrato como archivo de Word 96 adjunto a un mensaje de correo electrónico a dirección gerenciapollollon@orotel.org. Fin de la instrucción.
El empresario y la automatización
Cualquier individuo que ejerza la función empresarial, es decir, cualquier individuo que se encargue de coordinar las acciones de los dueños de los factores de producción con las de los consumidores por medio de la innovación, puede ver que varias de sus tareas más cotidianas sean susceptibles de automatización. Su ejecución, entonces, puede ser por medio de un robot que integre algún tipo de tecnología de IA. Cuando el vendedor reciba una transferencia bancaria como pago por un servicio, el robot puede encargarse de enviar automáticamente una confirmación, con un agradecimiento y un número de rastreo. Éste correspondería a un envío que, segundos antes, ya habría ejecutado, por medio de una empresa de transporte.
Un abogado podría -y será- asistido por un robot similar. Es probable que, eventualmente, reciba un mensaje de correo electrónico de un cliente habitual, solicitando un contrato con tal persona, para hacer tal cosa, y el robot se encargaría, en cuestión de segundos, de responder el mensaje adjuntando el archivo con el contrato -posiblemente, mejor- redactado. Incluso se podría instruir al robot para que incluyera el grado óptimo de latinismos.
El innecesario terror empresarial hacia la inteligencia artificial
Éstas son actividades que son necesarias para el empresario al enfrentar el problema de comprender cuáles son las necesidades de los agentes del mercado: cuáles sus grados de urgencia, cuál el momento en el que se podrían satisfacer y a qué precios lo haría. La verdadera pregunta no es si puede la IA ejecutar esas acciones a un menor costo que cualquier humano, pues esta pregunta se contesta con un sí vociferante. En realidad, la pregunta de fondo es si la inteligencia artificial puede reemplazar la función social dentro de la economía de mercado del empresario.
Las opiniones en favor del reemplazo del empresario por robots de inteligencia artificial son tantas como son ambiciosas. Se ha afirmado al respecto que mejores y más sofisticados algoritmos conllevan a mejor servicio y un mayor éxito empresarial. Incluso, que los atributos del empresario -de materia individual, de naturaleza racional- exitoso, cómo enfrentar la incertidumbre del futuro y mantener un agudo sentido para interpretar señales del mercado, son prácticamente cosas del pasado. Además de esto, también se ha dicho, haciendo referencia al deep machine learning, que es comparable con el aprendizaje del que son capaces los seres humanos, dando a entender que, mientras que un agente puede posiblemente perder la concentración y cometer un error en ese proceso de aprendizaje, un robot no estaría expuesto a esa posibilidad.
El robot triunfa en un mundo de valores objetivos
El empresario exitoso, es decir, aquel que es capaz de satisfacer las necesidades de los consumidores a cambio de ganancias empresariales, actúa en un contexto de incertidumbre, aprovechando los errores que se comenten en el mercado. Las afirmaciones acerca del eventual reemplazo del empresario parten de una premisa esencialmente problemática: la objetividad del valor de los fines de los individuos y de los medios para conseguirlos. Siendo el valor objetivo, no es más una experiencia de los individuos, sino algo intrínseco que irradia de los medios, y que se puede conocer respecto de las necesidades sin esperar a que los individuos lo revelen por medio de sus acciones voluntarias.
Para conocer el valor de las necesidades, por ejemplo, las acciones no valdrían más que mil palabras. El conocimiento sobre las valoraciones sería científico y, por ende, la forma de llegar a él sería por medio de, por ejemplo, por medio de la lectura o el cálculo matemático. Sería medible y expresable por medio de una serie de complejos sistemas de ecuaciones. Para conocer las valoraciones, entonces, tanto de los individuos como de la sociedad, sería tan solo necesario una sofisticada operación matemática de maximización.
El conocimiento sobre las valoraciones, de los costos, de lo que está llamado a ser producido y de lo que no, no tendría que ser descubierto, por medio de la acción de los individuos, vendiendo y comprando todo el tiempo. Por el contrario, ese conocimiento estaría ya dado (y de ahí la palabra dato) como aquellos que procesaría el robot.
Una cuestión de maximización
Con una cantidad vasta de datos acerca de las preferencias de los agentes, un robot de inteligencia artificial podría conocer las necesidades de los consumidores, las valoraciones de los dueños de los factores de producción en cuestión de segundos y por medio de algún tipo de función de maximización, ejecutada un computador con una alta capacidad de procesamiento de información. De ser esto así, un robot no tendría por qué preocuparse de cometer errores ni lidiar con la incertidumbre.
Gran parte de la incertidumbre que enfrentamos los individuos es acerca del rumbo de las acciones de los demás en el futuro, determinadas por sus respectivas escalas de valoración. Acertamos o erramos, entonces, en nuestro intento de conocer y actuar de acuerdo a esos cursos de acción, tratando de satisfacer aquellas necesidades directa o indirectamente. Con información perfecta acerca de las preferencias de los demás agentes del mercado en el futuro, no habría posibilidad alguna de cometer errores y tampoco falta de certeza acerca del rumbo de las acciones de los demás, puesto que la información en la que se expresa es data.
Valor subjetivo
Precisamente por no ser el valor objetivo, sino subjetivo, precisamente por el hecho de que hay cosas que son necesidades para unos individuos, pero no para otros, precisamente porque para algunos individuos algunas cosas son valoradas como medios, pero para otras no, la información necesaria para poder determinar qué producir y qué no, no está dada.
Esta información está llamada a ser descubierta, en un proceso a través del cual los individuos, voluntariamente, revelan sus preferencias a través de sus acciones. Son sus acciones las que revelan sus preferencias y la información acerca de éstas se transmite a través de los precios que resultan de todo el concierto de intercambios que componen el mercado. Como la información respecto de aquellas valoraciones es del sujeto, obedeciendo a coordenadas de tiempo y lugar que surgen, pero que jamás se repiten, no es susceptible de conocerse por medio de operaciones matemáticas; no es posible conocerlo de manera perfecta. Conforme van cambiando las preferencias, así va creándose cada vez nueva información acerca de ellas -y ese proceso, al no cesar jamás, no puede alcanzar un grado de perfección, en donde nada le sobre o falte.
Un robot no puede sustituir a un empresario
El empresario no puede conocer qué producir, en qué momento hacerlo ni a qué precio por medio del análisis de datos, sino que tiene que juzgar qué curso de acción tomar por medio de la comprensión de la información que transmiten los precios. Esa información no puede ni siquiera verbalizarse, mucho menos formalizarse de manera escrita, de tal manera que se pueda alimentar un procesador con ella. En ese proceso, haciendo una imagen de cómo será el futuro en términos de las valoraciones, el empresario puede acertar, pero también cometer errores -y los cometerá, independientemente de lo ingente de su esfuerzo por no desconcentrarse.
Sus errores son, a su vez, conocimiento en el mercado, para otros empresarios, acerca de lo que no es prudente hacer y “sugieren” otros cursos de acción. Incluso cuando el empresario acierta y consigue ganancias, también esto es interpretado como un error por parte de otros. Satisfizo el empresario ciertas necesidades, pero, siendo subjetivas las preferencias, no pudo hacerlo con todas y esto es comprendido por otros potenciales empresarios como un error para aprovechar. El aparente éxito empresarial de Apple con el iPhone es interpretado por Google como una oportunidad de ganancia empresarial por medio de la producción de Android.
El robot artificialmente inteligente no puede reemplazar al empresario y, por ahí derecho, ninguna acción humana que se encargue de comprender las necesidades futuras de los demás para actual de acuerdo a ellas. Al desaparecer tanto el error como la incertidumbre del futuro -lo cual no es posible mientras tengamos agencia- desaparecen las dos condiciones de posibilidad de la función empresarial.
Not today…
Así que, por el momento, a despreocuparse. El robot no nos reemplazará. Lo que sí hará será disminuir una gran cantidad de costos de producción de aquellos procesos que podrán automatizarse -que ya, de entrada, lo estaban- lo cual liberará la mente humana aún más para continuar con su incansable afán de inventar medios novedosos, para aquellas necesidades que seguirán surgiendo.
Eso sí, el final del abogado escribano que responde a estímulos externos automáticamente está cerca. Muy cerca -y lo último que verán sus ojos será la fría sonrisa de ChatGPT.
Ver también: Por qué la inteligencia artificial no puede pensar
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