Resulta cuanto menos chocante que la clave del éxito del innovador, sea cual sea el ámbito donde actúe, dependa de la capacidad para integrar sus aportaciones dentro del orden efectivo de que se trate. No es cuestión de ocultar la innovación, sino de adaptarla y conseguir que la mayoría de los individuos afectados, la acepten y asimilen con espontaneidad.
Enfrentado a la figura del innovador genuino, tropezamos con el rompedor, definido como aquel que pretende introducir sus personales aportaciones o variaciones dentro del orden que le antecede, pero de manera abrupta, radical y generalizada.
El innovador exitoso será quien logre incorporar el cambio de manera más efectiva y, al mismo tiempo y en cierto modo, será también aquel rompedor centrado en un estrecho ámbito de acción, conducta o valoración. En todo orden dinámico, como requisito de su eficiencia, serán bastantes los innovadores, y no tantos los rompedores indiscriminados pero exitosos. Esto no obsta a que el elitismo moral o cultural tenga también un papel relevante respecto del cambio y la adaptación social. Veamos las particularidades adoptadas por la innovación dentro de los órdenes fundamentales:
1. El innovador político postula un cambio que aparenta ser relevante, siendo ligeramente perceptible dentro del orden subyacente. Según sea una u otra la innovación principal, este tipo de innovador mantendrá inalterados el resto de factores arraigados, éticos, estéticos y morales. Por ejemplo, un hombre negro que quiera conquistar el poder dentro de una sociedad política tradicionalmente en manos de hombres blancos, deberá comportarse exactamente como uno de ellos (en gestos y maneras), manteniendo incluso un patrón de vida perfectamente asimilable al estereotipo más común entre el hombre blanco modelo. Una mujer que pretenda acceder al poder, bajo control masculino hasta ese momento, deberá mostrarse contundente en aquellas conductas, gestos y debilidades en las que pudiera achacársele cierto prejuicio y falta de idoneidad. Un homosexual, en la misma tesitura que los ejemplos anteriores, no podrá sino adaptar su conducta sentimental y de vida en pareja (con alguien de su mismo sexo, se entiende) a los patrones prototípicos, incluso esforzándose en aparentar una extrema rectitud y lealtad. Se trata de que la reacción frente al cambio, que en muchos pudiera suscitarse, quede diluida en una extraordinaria “normalidad” (lo habitual, como lo “normal”), combatiendo prejuicios o reticencias, tengan o no un fondo de verdad.
En cuanto a la innovación estrictamente política, respecto de ciertas medidas o reformas sustantivas, la exigencia de un análisis de distinta naturaleza y mayor rigurosidad, excede el propósito aquí planteado, aunque permite apuntar una idea estricta: la plasmación expresa (en forma de pragmáticas y regulaciones) de cierta transformación o adaptación ante conductas, acciones o valoraciones que vengan siendo relativamente habituales en la sociedad, hará depender su éxito del acierto en la elección del momento de ser planteado ante la opinión pública, en cuyo caso, ni la más feroz discrepancia política o parcial subversión organizada, logrará frenar la articulación de lo que ya era una realidad social efectiva.
2. El innovador moral (continuando en este punto con alguna de las ideas ya expuestas), deberá tomar conciencia de que el éxito de la conducta por él alterada, o lo que es más importante, lograr la tolerancia de un número suficiente de individuos como para formar corriente de opinión, dependerá de la rectitud que demuestre en el resto de ámbitos de conducta, acción o valoración más relevantes.
3. La innovación jurisprudencial, sin cuestionar aquí la naturaleza del contenido normativo o la manera en que éste se transmita, descubra o asimile, no depende de la inmediata y expresa opinión pública (concepto equívoco y confuso como pocos), tal y como sí sucede respecto de la innovación política comentada, o casi cualquier innovación moral.
La innovación jurídica, dentro de un orden jurisdiccional dinámico y competitivo, depende de un criterio de autoridad. La autoridad se conserva hasta cierto momento, aun cuando en el discurrir del tiempo y el acontecer de los actos y decisiones, no siempre todo lo que decida quien ostente dicha autoridad, goce de la suficiente aceptación. En el orden jurídico, el trecho entre los afectados y sus magistrados, es muy superior al que existe, por ejemplo, dentro del orden político. Lo relevante será que la innovación respete el precedente sin que éste se entienda licenciosamente vulnerado. Cabe que cierto precedente sea fuertemente criticado, y que la ruptura con aquel adquiera tintes de liberación. Pero lo habitual será que el innovador jurídico, bien desde la autoridad genuina, o desde la mera influencia o el prestigio, trate de incorporar sus aportaciones concediéndoles apariencia incremental, más o menos integral, pero en ningún caso, como reintegraciones absolutas de una parcela más o menos amplia del contenido jurídico explicitado hasta la fecha. Esta afirmación colisiona con la existencia de un precedente vinculante, que se entendería dentro de sistemas jurisprudenciales consuetudinarios rígidos. La perdurabilidad del precedente dependerá, en todo caso, de su efectividad, y no tanto de su vigencia formal. Es decir, la imposición de la regla del precedente vinculante sólo contribuirá a debilitar el orden jurídico afectado.
4. La innovación dentro del mercado, adquiere matices extremadamente singulares, que lo alejan demasiado de lo que aquí se viene explicando. Aún así, no sería descabellado obtener cierta conclusión al respecto, presumiendo que las innovaciones exitosas (en bienes de consumo, por ejemplo), serán aquellas que no se planteen como un cambio radical en la forma de vida o las creencias de una comunidad.
De hecho (y esta es una máxima tradicional de la publicidad, como un coste más, incorporado a la producción de bienes), nunca se tratará de dar a conocer un producto sirviéndose de argumentos, o exhibiendo conductas, que no fueran en ese preciso instante fácilmente asimilables por el común de los individuos sobre quienes se dirija la campaña. La generalidad de las mismas condicionará el contenido del anuncio. El mercado, como sinónimo del orden social, pero cuya definición se concentra en la producción de bienes y su intercambio, también depende de que la innovación no sea sencillamente una incomprensible y radical propuesta o alternativa. Incluso la más formidable novedad, será siempre dada a conocer manteniendo una estrecha alianza con las acciones, valores o conductas generalizadas o suficientemente asumidas en el preciso instante en que se lance semejante campaña publicitaria. No se trata tanto de evaluar el producto en sí, como de entender la impronta que tendrá entre sus destinatarios su aparición en el mercado.
Obviamente, el rompedor será gratamente acogido entre aquellos que aspiren (al mismo tiempo o en exclusiva) a romper, y a aparentarlo frente al resto. Los modernos viven obsesionados por una curiosa idea de cambio, siguiendo un patrón elitista no sólo en la estética, sino también en la moral y la ética, desechando automáticamente aquello que termine por ser aceptado por el común de los mortales. El rompedor, como pose o actitud sincera, en la medida que permanezca pendiente del resto, vivirá en una perpetua huída hacia ninguna parte. Exclusivamente la permanencia dentro de una selecta minoría, convencido de que no se extienden sus hábitos y maneras, calmará su ansiosa búsqueda de innovación por innovación.
Con este comentario no pretendo despreciar el papel fundamental, muchas veces muy a su pesar, que tienen los rompedores, frente al mero innovador. Los únicos rompedores que deben preocuparnos son aquellos que pretendan valerse del poder para extender sus aspiraciones personales sobre el resto de individuos con los que compartan orden político (incluso más allá). Dentro de un orden social abierto y dinámico, conviven innovadores con rompedores introvertidos o rompedores extrovertidos (siguiendo la distinción antes explicada), sin problema alguno. Los primeros, involuntariamente, filtran sus variaciones, parcialmente por lo general, dentro de la corriente mayoritaria de individuos, creando moda incluso sin buscarlo. Los segundos, obsesionados por imponer aquellos cambios que consideran claves del progreso general, harán lo que esté en su mano, y más, para extender entre el resto de individuos (quieran o no), sus particulares poses o patrones de conducta, valoración y acción.
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