A pesar del inevitable y reforzado interés que toma el estudio de las cuestiones coyunturales y financieras debido a la Gran Recesión, conviene no perder la perspectiva del crecimiento a largo plazo.
Al contrario de algunos, que en sus declaraciones parecen seguir la filosofía del ‘a largo plazo todos muertos’, otros economistas adquieren una posición mucho más sensata. Así por ejemplo, el prestigioso economista del MIT Daron Acemoglu afirmaba hace un par de años en EconTalk que el peligro auténtico y más importante al que se enfrentaban las economías en 2009 era el de tomar medidas que, con el objetivo de evitar caídas leves –del 1%- del PIB en un año particular, se sacrificara el crecimiento –en un 1%- de este PIB durante un periodo prolongado de tiempo; lo que en 30 años significaría tener un PIB un 35% inferior.
Para él, ése sería un precio demasiado alto para pagar a cambio de suavizar la parte recesiva del ciclo económico: tras aplicar las medidas necesarias destinadas a tratar de evitar una gran depresión –o lo que desde nuestra perspectiva podríamos denominar como ‘contracción secundaria’-, el énfasis de las políticas económicas debería centrarse acto seguido en asegurar un ambiente propicio para el crecimiento económico a largo plazo.
Las palabras de Acemoglu resultan muy interesantes para analizarlas en estos momentos. Más de dos años después, seguimos inmersos en una situación tremendamente delicada, agravada en algunos importantes aspectos por las políticas presuntamente contracíclicas tomadas desde los gobiernos, en particular en lo que se refiere a 1) los niveles de deuda y 2) la abultada incertidumbre.
Respecto a la deuda, ante la caída de la actividad económica y el empleo, con la caída de la recaudación fiscal que ello implica (y que en el caso de España fue excepcionalmente alta), los gobiernos decidieron aplicar medidas de aumento del gasto público con el objetivo de estimular la economía. Las consecuencias directas más palpables han sido la explosión del déficit y la deuda pública, sin mejoras en el crecimiento significativas –más bien lo contrario-.
En Europa, ello ha sido uno –no el único– de los factores que han contribuido a generar la crisis de deuda soberana a la que las autoridades europeas siguen sin dar una respuesta clara y definitiva. En Estados Unidos, similarmente, ha conducido a una situación de insostenibilidad de la deuda gubernamental que debe corregirse con firmeza para alejarse del ya no tan improbable default.
Difícil panorama al que se enfrentan las principales economías desarrolladas, necesitadas todavía de un doloroso y notable proceso de desapalancamiento, para establecer los fundamentos de un crecimiento sostenido.
Este crecimiento sufre de adicionales obstáculos, como es la elevada incertidumbre institucional fruto del activismo gubernamental y/o la mala gestión política de la crisis. Pensemos en las inciertas medidas que vayan a tomarse en el futuro –subidas de impuestos, regulaciones financieras…-, o las que ya se han tomado pero cuyos resultados concretos todavía están lejos de ser claros –reforma sanitaria de Obama-. O pensemos en cómo se está llevando políticamente la crisis de deuda en Europa y la práctica imposibilidad de predecir las próximas decisiones de las autoridades.
Es esta incertidumbre la que puede explicar, entre otros factores, la anémica inversión privada neta –motor del crecimiento a largo plazo- y la escasa recuperación del empleo en los Estados Unidos, especialmente por el impacto distorsionador que la incertidumbre causa sobre los pequeños y medianos empresarios (o aquellos que piensan crear nuevas empresas) a la hora de llevar a cabo el cálculo económico.
Los factores comentados vienen a confirmar los peores augurios de Acemoglu. Peter Boettke suele decir en los últimos años que las políticas gubernamentales tomadas desde 2008 han convertido lo que podría haber sido una corrección del mercado, profunda pero corta, en una crisis prolongada a lo largo y ancho de la economía.
El sacrificar unos sólidos fundamentos para el crecimiento a largo plazo por disfrutar de un aparentemente suculento plato de lentejas en el corto plazo no suele ser una estrategia óptima. Tampoco lo ha sido esta vez.
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