En la mayoría de los tratados de economía (Samuelson y Nordhaus, 2006; Mankiw, 2007) se atribuye al dinero tres funciones: a) Medio de intercambio; b) Unidad de cuenta; y c) Depósito de valor. Hoy intentaremos justificar que la única función del dinero es la primera, a la vez que clarificaremos algunas confusiones conceptuales relativas al dinero, el precio y el valor.
Medio de intercambio
Según Mises (2011: 483):
Es dinero aquello que con carácter generalizado se ofrece y acepta como medio de intercambio. He aquí la única función del dinero. Cualesquiera otras funciones generalmente atribuidas al mismo no son más que aspectos particulares de esa fundamental y única función, la de ser medio de intercambio.
Unidad de cuenta
A excepción del trueque (donde el precio de cada producto es su contraparte en el intercambio), el dinero sirve a la fijación precios. Siendo esto verdad, es frecuente observar un deslizamiento discursivo que conduce al error. Esto dice Mankiw (2007: 444): «Cuando queremos medir y registrar el valor económico, utilizamos el dinero como unidad de cuenta». Sin embargo, medir y contar son dos cosas distintas. Por ejemplo, si el dueño de una empresa desea hacer un balance, confeccionará una lista de sus activos: «contará» las cantidades de diversos bienes heterogéneos —máquinas, herramientas, productos en stock—; posteriormente, utilizará el dinero para «estimar» su precio de mercado y así llevar a cifras su patrimonio neto (activo menos pasivo).
Pero contar y estimar precios monetarios, stricto sensu, no es medir. Para medir una categoría —espacio, tiempo, superficie, volumen, tensión eléctrica, temperatura— necesitamos una unidad de medida que sea constante —metro, segundo, área, litro, voltio, grado Kelvin—, pero en economía «no hay parámetros: todos son variables» (Huerta de Soto, 2014: 17). El dinero no puede medir porque su capacidad adquisitiva está en continua fluctuación, el dinero es como una vara de medir inconstante; a pesar de ello, cumple cabalmente su función para el cálculo económico que practican los empresarios, siempre y cuando su capacidad adquisitiva no sea distorsionada institucionalmente (i.e. inflación).
Otro error frecuente es confundir precio y valor. Cuando decimos: «La vivienda A está valorada (o tasada) en 100.000 €» solemos pensar que aquella «vale» objetivamente 100.000 €; pero el valor siempre es subjetivo. Una tasación no determina el «valor» de un bien, sino que estima su «precio de mercado». Aún así todo tasador aplica un método inválido: suma y resta cualidades heterogéneas (ubicación, antigüedad, estado de conservación) de un mismo bien, como tampoco es posible sumar y restar bienes heterogéneos (i.e. peras y manzanas).
El precio no mide el valor de un bien, tan solo nos indica la existencia de una escala ordinal de valores. Valorar es sinónimo de preferir. Para el vendedor el precio significa: «prefiero 100.000 € que mi casa» y para el comprador: «prefiero tu casa que mis 100.000 €». Por tanto, el precio es una información: ex ante, es una «cierta cantidad de dinero» (Mises, 2011: 263) que se propone para realizar un intercambio; ex post, es un dato histórico relativo a un intercambio consumado. Tampoco es cierta la frase: «Precio es lo que se paga y valor lo que se recibe». Lo único que se entrega y recibe son bienes concretos, a saber: 100.000 € y una vivienda. En conclusión, el valor es inconmensurable y la función del dinero como «unidad de cuenta» es sólo aproximada.
Depósito de valor
Siguiendo con nuestra crítica, la expresión «depósito de valor» o «reserva de valor» es incorrecta por la sencilla razón de que el valor no se puede depositar, ni reservar, ni almacenar, ni ahorrar. Según Menger (2013): «Valor es la significación que unos concretos bienes o cantidades parciales de bienes adquieren para nosotros, cuando somos conscientes de que dependemos de ellos para la satisfacción de nuestras necesidades». El valor es subjetivo y la valoración es un acto cognitivo, cambiante en el tiempo, que no reside en las cualidades físicas del bien valorado. Por ejemplo, el oro, como sustancia, tiene una determinada masa atómica, densidad, color, etc., pero el valor que un individuo atribuye a una onza de oro es extrínseco pues procede de su apreciación subjetiva.[1] No hay tal cosa como «valor intrínseco» porque el valor siempre es «extrínseco». Solamente el dinero tangible (y ahora también el electrónico) puede acumularse con la finalidad de ser empleado en el futuro. Un depósito de combustible no es una reserva de «energía»; un silo de trigo no es una reserva de «alimentación» y un banco[2] de sangre no es una reserva de «salud». Análogamente, cuando acumulamos oro, plata, dólares o bitcoins para conservar nuestra capacidad adquisitiva no estamos «reservando valor», sino específicas cantidades de numerario. En definitiva, cuando decimos que el dinero es «depósito de valor» tan solo constatamos una obviedad: que podemos ahorrarlo para su empleo futuro.
Bibliografía
Huerta de Soto, J. (2014). Lecturas de Economía Política (I). Madrid: Unión Editorial.
Mankiw, G. (2007). Principios de Economía. Madrid: Thomson
Menger, C. (2013) [1871]: Principios de Economía Política. [Kindle]. Amazon.
Mises, L. (2011). La Acción Humana. Madrid: Unión Editorial.
Samuelson, P. y Nordhaus, W. (2006). Economía. Méjico: McGraw-Hill
(18ª edición).
[1] La paradoja del valor que confundía a los economistas clásicos solo se resolvió al entender que los individuos nunca intercambian bienes «en general», sino específicas cantidades y calidades de bienes concretos.
[2] Tampoco es un «banco» como sinónimo de entidad financiera.
1 Comentario
Muy interesante. Creo que Menger nos ofrece bastante luz en este sentido cuando habla de la dimensión temporal de la vendibilidad. Un bien que es más duradero, más barato de almacenar o que su relación oferta-demanda es más estable, cumple mejor su función como medio de intercambio a largo plazo.
Todo medio de intercambio indirecto implica un periodo de atesoramiento más corto o más largo. Se podría decir que aquellos bienes que muchos denominan «reserva de valor» son simplemente un caso concreto más dentro de los medios de intercambio indirecto (lo que Menger denomina mercancías), solo que con mejores cualidades para intermediar intercambios de más largo plazo.
Al final, lo relevante es el valor añadido neto que aporta el intercambio a las partes, por tanto el medio de intercambio que intermedie mejor ese intercambio, que maximice ese valor neto, será el más demandado para ese propósito.