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El liberalismo de centro centrado

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Si a una madre con varios hijos le preguntamos cuál es su favorito nos mirará mal. ¿Un hijo favorito? Todas las madres quieren por igual a sus hijos. Lo contrario ni es racional ni moralmente aceptable.

Pero lo cierto es que todas las madres tienen un hijo favorito. Es posible que ni ellas mismas lo sepan, pero los hijos, y cualquiera que se fije, lo podrán adivinar simplemente atendiendo al comportamiento de la madre en el día a día y haciendo sencillas comparaciones.

Como decía Félix Rodriguez de la Fuente: la atención de un ser humano es una capacidad prodigiosa de nuestra mente, que puede permanecer más o menos alerta, en una alerta baja, de baja intensidad, como se dice en el argot militar, o, de pronto, en una gran y concentrada alerta.

Y precisamente, ese resorte que nos hace pasar del piloto automático de nuestras reacciones al estado de máxima alerta es el mejor indicador de qué o quién nos interesa de verdad. Y ante esa prueba, la mil excusas que nuestra mente consciente es capaz de generar importan más bien poco.

En la izquierda y derecha política esto no aporta mucho. La doble vara de medir de las dos tendencias políticas se da por sentada. Lo que llama la atención de una, pasa desapercibida para la otra y viceversa. El ser humano es así y hay que vivir con ello.

El problema viene con el centro. ¿Qué es el centro político? En teoría deberían ser personas que comparten gustos morales en un punto medio entre la izquierda y la derecha, y, por tanto, gracias a esta capacidad podría ser ecuánimes entre ambas posturas, siendo capaces de reaccionar igual ante los estímulos vengan del lado que vengan.

Dicho de otro modo, el centro debería ser una madre que quiere por igual a sus hijos. Pero sabemos que eso no existe. La izquierda, la derecha y centro son etiquetas que usamos para simplificar el mundo. Al final existen millones de individuos con unos sesgos propios a los que agrupamos por características comunes, y estas varían mucho de las generalizaciones y categorías teóricas.

O dicho en cristiano: un centrista visto individualmente siempre va a estar ligeramente situado a la derecha o a la izquierda. Al igual que con las madres, solo hay que ver cómo reacciona a los eventos diarios y hacer sencillas comparaciones.

¿Eso tiene algo de malo? En absoluto, de hecho, es perfectamente compresible y no le quita ningún valor. El follón lo tenemos cuando se decide ignorar algo tan básico para empezar a creer en la ficción absurda del centro centrado, que nace de la superioridad moral, visión no restringida o ungida que cierta izquierda se ha llevado consigo en su viaje al centro.

Un ejemplo de ello es el tweet de Luis Garicano quejándose de los mensajes guerracivilistas de la precampaña de la Comunidad de Madrid. Dejando a un lado la hipocresía de que un cargo de Ciudadanos se posicione como actor neutral en el lío madrileño, un pequeño análisis de qué implicaciones tiene lo que dice es muy revelador.

El lema de Ayuso es socialismo o libertad. Un centrista que no tenga un sesgo izquierdista importante se percataría que llamar al PSOE socialistas o a Podemos (IU y PCE) comunistas es simplemente usar el nombre oficial de sus partidos.

Voy a ir despacio aquí porque sé que España esto es muy difícil de entender. Algo en la mente de la mayor parte de la población se niega prestarle la menor atención. Es lo que se ha venido a llamar, genialmente, la PSOE state of mind.

El PSOE es el partido socialista. Socialista. A veces hasta levantan el puño y cantan la Internacional. Es verdad que son un partido capaz de ir a una corrida de toros en Toledo y a una manifestación animalista en Vallecas. Pero se llaman así, no quieren cambiarse el nombre y nunca han renegado de su historia. Es más, no tienen la mínima necesidad de cambiarse el nombre precisamente porque es capaz de hacer bilocaciones ideológicas tan prodigiosas como esa.

Hay muchas razones para que esto ocurra. Dan para un libro completo. Pero una parte importante de la culpa la tiene el centro centrado. Y la tiene porque existe una ley de hierro a la que casi nadie presta atención en la derecha: toda organización que no es explícitamente de derechas antes o después acabará siendo de izquierdas.

Sí, lo sé. A nadie le gusta esta ley. Te obliga a posicionarte en la derecha antes de abrir la boca, lo que hace tus argumentos incompresibles a media población desde el primer momento. Pero que algo no nos guste no quiere decir que vaya a dejar de existir.

¿Y qué es esencialmente un centrista? Alguien al que no le gusta ser explícitamente de derechas. ¿Y qué le pasa a un conjunto de personas que no son explícitamente de derechas? No hay mucho más que decir.

¿Qué puede aprender el liberalismo de todo esto? Pues mucho, pero no tengo claro que nos guste la lección. El liberalismo no es centrista. No estamos en medio entre los progresistas y los conservadores, estamos en el otro vértice del triángulo. Pero sí compartimos una característica de los centristas, y es que muy poca gente se sitúa justo en el vértice. Unos tienden al progresismo y otros al conservadurismo.

Al igual que antes, esto no tiene nada de malo. El problema es cuando se decide ignorar lo básico y se tira de superioridad moral para imponer tu visión al resto.

¿Y quién tiende a la superioridad moral hasta tal punto que consigue que cualquier organización no explícitamente de derechas acabe siendo de izquierdas?

1 Comentario

  1. Me pregunto si este problema tendrá algo que ver con el sistema educativo español, la envidia del mundo entero, el cual, en las últimas cuatro décadas ha sido perfectamente centrado, neutral, apolítico, ecuánime y hasta parsimonioso, siendo su más notable distinción el gran premio que otorga al esfuerzo intelectual de profesores y de alumnos.

    Me respondo: no, es imposible, será que soy un autista paranoico. Voy a dejar las drogas el próximo lunes. Vida sana, pocas grasas, pensamiento positivo.

    Respecto a la superioridad moral. Esta puede ser fingida o real. Por ejemplo, los liberales no fueron responsables del Holodomor, ni lanzaron bombas atómicas en Japón, ni empezaron la guerra del Golfo Pérsico. Las técnicas de fingir inferioridad moral o igualdad moral para imponer la propia opinión al conversante tampoco funcionan demasiado bien. Debe de ser que a nadie le gustan las imposiciones, salvo cuando es otro el que tiene que pagar: todo el mundo aspira a vivir a costa de todo el mundo. No me parece sostenible, lo cual es signo de que falta imaginación e ilusión por afrontar este reto de las nuevas tecnologías de la justicia social.

    Yo prefiero mil opiniones equivocadas en una sociedad libre y próspera, a tener una sola opinión válida y permisible en una sociedad como la de la Primavera de 2021. Soy un carcamal. Y también un libertino. Y voy a destruir el planeta en cualquier momento de estos. La realidad depende de que la gente crea en ella.


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