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El malvado capitalismo

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El profesor Rhonheimer, filósofo católico y sacerdote, muestra una valentía poco frecuente.

Bajo ese título que juega con la ironía, el profesor Rhonheimer ofrece el primero de los diez artículos que, traducidos al español, acaban de publicar el Centro Diego de Covarrubias y Unión Editorial en el libro Libertad económica, capitalismo y ética cristiana. Su presentación tuvo lugar este mes en la Fundación Rafael del Pino, junto con el editor Mario Silar y el presidente del CDC, Vicente Boceta.

Martin Rhonheimer es un sacerdote católico, bien conocido en el ámbito de la teología moral por sus trabajos Ley natural y razón práctica o La perspectiva de la moral. En los últimos años -nos explicaba- ha venido escribiendo algunos papers académicos más cercanos a la economía, que reflejan la trayectoria de su pensamiento en esta materia.

Próximo en sus comienzos al ordoliberalismo de Walter Euken, Wilhelm Röpke o Ludwig Erhard, con el tiempo fue descubriendo “tanto sus límites como la mayor sabiduría humana, social y económica de la llamada Escuela Austriaca de Economía”.

A este respecto, quiero señalar dos cosas antes de seguir adelante: el gran desconocimiento que hay en España de aquellos autores alemanes, también llamados Escuela de Friburgo. Y que compartirían con el autor su inquietud por las deficiencias del llamado paradigma neoclásico (bien sabido por los lectores de estos Análisis): el abuso de fórmulas y modelos matemáticos para convertir la ciencia económica en una quimera basada en un inexistente mundo de competencia perfecta, en un imaginario homo economicus o en unas funciones agregadas de utilidad que desconocen la complejidad y la natural imperfección del mundo real.

A partir de lecturas de Mises o Hayek, “sin olvidar a sus discípulos y representantes posteriores y actuales como Murray N. Rothbard, Israel Kirzner, Jesús Huerta de Soto y tantos otros”, el profesor Rhonheimer concluye lo siguiente (y me disculpan la larga cita): “Desde su fundador Carl Menger y su primer gran discípulo Eugen von Böhm-Bawerk, esta escuela se caracterizó por su profunda unión… de economía, antropología, ética y filosofía moral. Con su enfoque en el hombre que actúa y sus variadas y múltiples preferencias subjetivas (lo que no quiere decir subjetivismo) y en el papel innovador y creativo del empresario en un mundo imperfecto, inevitablemente caracterizado por desequilibrios, asimetrías de información y conocimiento, ellos y sus discípulos son los que mejor han captado la esencia de la economía de mercado como sistema de coordinación social, mutuamente beneficioso”.

Y junto a este enfoque humanista, añade también la crítica austriaca a un excesivo intervencionismo distorsionador del Estado, siendo la verdadera causa “del posible malfuncionamiento del mercado, sobre todo de los temidos ciclos coyunturales de booms y recesiones”, debido a un sistema monetario monopolista, con su “continua tendencia a la expansión crediticia desordenada, orientada solamente a la ganancia rápida”.

Pues bien, lo que me parece novedoso y de gran interés no es sólo este argumentario, como digo bastante conocido entre las personas cercanas a nuestro Instituto; sino el hecho de expresarlo con la franqueza y naturalidad del Dr. Rhonheimer. Como filósofo católico y sacerdote, muestra una valentía poco frecuente: se lamenta de la falta de una “seria formación económica tanto del filósofo moral como de los que se ocupan de Teología y, en concreto, de Doctrina social. Sin esa formación, el discurso ético, teológico y de doctrina social -incluyendo principios como el de la propiedad privada, de la subsidiariedad, de la solidaridad como virtud moral del ciudadano- se queda fácilmente en un nivel de puros sueños”.

Puesto que hemos mencionado la Doctrina social de la Iglesia, una compleja amalgama de propuestas económico-sociales, no siempre coherente en su desarrollo histórico, permitan que les comparta mis conclusiones después de escuchar al profesor Rhonheimer. Y es que, contra lo que a veces tienden a pensar algunos católicos, se trata de una enseñanza no estrictamente dogmática: el Magisterio define las verdades sobre fe y moral que deben aceptar los fieles cristianos, como expone por ejemplo el Catecismo de la Iglesia Católica en sus cuatro apartados: el Credo, los Sacramentos, la vida de fe (Mandamientos) y la oración del creyente (Padrenuestro). En cambio, la doctrina social interpela cuestiones diríamos “técnicas” sobre la economía, la sociedad o la política; pero lo hace desde sus principios antropológicos y no desde las soluciones concretas a los problemas de cada momento. Porque, como indicaría el Concilio Vaticano II, existe una necesaria autonomía de las realidades temporales, en las que los fieles deben tomar partido desde su libertad e inteligencia. De esta manera, señalaba nuestro autor, no se pueden condenar principios que atentan contra la más elemental teoría económica. Aunque esto haya ocurrido en la historia: pienso en esa conocida y torpe condena de la usura durante siglos (un desconocimiento de la teoría del interés del capital), que las autoridades eclesiásticas (¡también las civiles!) mantuvieron a pesar de la enseñanza de tantos doctores escolásticos. Afortunadamente, la Doctrina social ha ido evolucionando con el tiempo, con mayor acierto (defensa de la propiedad privada) en unos casos que en otros: vean el capítulo sobre la encíclica Pacem in terris de Juan XXIII en la que -explica Rhonheimer- “se adhirió con coraje a la democracia fundada en la idea moderna de derechos humanos… superando una larga herencia de desconfianza contra las llamadas libertades modernas”.

Recomiendo vivamente la lectura de los restantes artículos, en los que encontrarán un diálogo inteligente entre el ethos cristiano y las propuestas de inspiración liberal sobre el gobierno limitado, el libre mercado, el bien común, el principio de subsidiariedad o la justicia social. 

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